Название | Aquiles y su tigre encadenado |
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Автор произведения | Gonzalo Alcaide Narvreón |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788468538143 |
El avión había tocado tierra aproximadamente a las cinco y cuarto. Entre la recepción de equipajes, los trámites migratorios y la entrega del vehículo, había transcurrido una hora y media, por lo que el sol ya asomaba por encima del horizonte color turquesa de las cristalinas aguas del mar Caribe.
Como era habitual en épocas de clima templado, Aquiles vestía una bermuda color natural, una chomba azul que había dejado suelta por fuera del pantalón y calzaba mocasines estilo náuticos.
Acompañaba con un gorro azul con visera y llevaba puestos lentes de sol espejados.
Marina vestía un pantalón blanco liviano y bien holgado, que acompañaba con una blusa también blanca y cubría sus hombros con un sweater de hilo liviano blanco. Llevaba zapatillas sin plataforma; cubría su cabeza con un sombrero estilo Panamá y llevaba puestos lentes similares a los de Aquiles.
Habían dejado Buenos Aires en un tórrido anochecer, con 36º C y altísima humedad, combinación que había generado un insoportable día de verano en la ciudad.
–Hermoso día nos regala La Riviera Maya para recibirnos –dijo Aquiles, sin quitar la vista de la ruta.
–Mejor imposible, respondió Marina, con una sonrisa de placer y de satisfacción instalada en su rostro.
Hacia la izquierda, se podía observar la cadena de manglares que actuaban de fuelle entre el continente y el mar y que, de tanto en tanto, eran interrumpidos por los accesos a los Resorts que se ubicaban sobre la ruta y que terminaban en el mar.
La distancia que separaba el aeropuerto y el Eco Resort en el que se alojarían, que se encontraba en Tulum, era de aproximadamente 130 km, por lo que el viaje les tomaría cerca de una hora y media, tema que los tenía sin cuidado, ya que ambos compartían la filosofía de que el viaje y el disfrute arrancaba desde el momento en el que dejaban su departamento para dirigirse hacia el aeropuerto o hacia cualquier otro destino en el que decidieran pasar sus vacaciones.
Cruzaron Playa del Carmen y sin detenerse, siguieron rumbo hacia el sur, más allá de Akumal.
–Lindos los días que pasamos con los chicos en Cariló –dijo Aquiles, refiriéndose a Marcos, a Félix y a sus respectivas familias.
–Muy lindo; lo pasamos realmente bien... linda manera de haber despedido el año y hermosas las casas que alquilaron –respondió Marina.
En efecto, Marcos y Félix habían alquilado dos casas de estilo bien moderno, ambas con piscina y separadas solo por una cuadra una de la otra, en una zona densamente arbolada que quedaba a unos mil metros de la playa.
Aquiles y Marina solo habían ido a pasar cuatro días y si bien Marcos les había ofrecido hospedarse en su casa, por una cuestión de intimidad y de privacidad, prefirieron alojarse en un Appart. De todas maneras, compartieron casi todo el tiempo en grupo; durante el día, en la playa y por las noches, cenando en casa de Marcos o de Félix.
–Sí, realmente las dos casas eran hermosas... lindo tener una casa así en medio de un bosque, cerca del mar y a tan solo 350 km de Buenos Aires como para poder escaparse durante todo el año... Si el agua del mar fuese transparente y templada, sería el destino perfecto... –comentó Aquiles.
La conversación fue interrumpida por la voz del GPS que Marina tenía encendido en su Smartphone, indicando que a 200 metros debían tomar la próxima salida hacia su izquierda y retomar unos metros hacia el norte para llegar a su destino.
Aquiles accionó la luz de guiño y se ubicó sobre el carril izquierdo para tomar la dársena de giro y en pocos minutos, estaban anunciándose en el control del acceso del hotel.
Avanzaron lentamente por un camino cerrado en medio de la tupida vegetación y pensaron que, seguramente, el manglar estaría poblado por infinidad de animales autóctonos viviendo en estado salvajes.
Si bien ambos tenían un espíritu aventurero y no tenían temor de cruzarse con animales viviendo en su habitad natural, tenían en sus mentes grabada la imagen de un video que les había mostrado Adrián, en el que se veía a una turista tomando sol sobre una reposera en la costa de Cozumel y a su lado, un enorme cocodrilo que pasaba y que se dirigía hacia el mar, lentamente, pero sin pausa y que desaparecía tras internarse en el agua.
–¡Este lugar es maravilloso! –exclamó Aquiles.
–Se siente como si la jungla nos estuviese invadiendo –dijo Marina, levantando sus lentes para dejarlos apoyados sobre su cabeza.
Continuaron avanzando lentamente y callados, intentando percibir el sonido del entorno.
Arribaron al área de estacionamiento, descendieron del Jeep y luego de cruzar saludos y de recibir la bienvenida por parte de un empleado del establecimiento que ya los aguardaba para ayudarlos con el equipaje, se dirigieron al mostrador para realizar los trámites de registro.
El complejo era pequeño comparado con los típicos Mega Resorts existentes en La Riviera Maya y carecía de toda la infraestructura que éstos tenían. El concepto era la conexión con la naturaleza y la "desintoxicación tecnológica," por lo que no había televisión y el uso de Wi-Fi estaba restringido a las zonas de uso común. La energía eléctrica solo era utilizada para el funcionamiento de los ventiladores de techo que suspendían sobre las camas y para la elaboración de alimentos que se servían en el hotel. Si bien en cada habitación había un par de tomas de electricidad por si los huéspedes necesitaban cargar sus celulares, éstos estaban alejados de la cama y no existían mesas de luz. La iluminación era por medio de velas y de candelabros. Resultaba el escape perfecto para desconectarse verdaderamente de todo, ubicado en un entorno paradisíaco y ambientado como para que el romanticismo brotara a cada paso. Eso era justamente lo que Aquiles y Marina habían ido a buscar, además de quedar embarazados.
Terminaron de registrarse y quien iba a ser la persona que los atendería durante su estadía, los guió hacia un espacio en el que, mediante un ritual, recibieron "La bendición Maya."
Terminado el ritual, siguieron camino hacia su cabaña.
El complejo estaba construido a doce metros por sobre el nivel del suelo, por lo que las pasarelas serpenteaban entre y por sobre las copas de los árboles, brindando hacia el este, una visión panorámica incomparable del mar Caribe, que explotaba en un color turquesa brillante, y que dejaba sin aliento a cualquier espectador, y hacia el oeste, la imagen de un manto verde del manglar, que se extendía hacia la ruta.
Ingresaron a su cabaña, donde ya estaba el equipaje. Se miraron con complicidad y sonrieron... ambos entendieron que no podían haber hecho una mejor elección... Se sintieron superados por la majestuosidad del entorno y por la simpleza y el buen gusto que afloraba por todos lados. Una cama redonda de madera era la protagonista indiscutida del ambiente. Sobre ella, suspendía un ventilador de techo que brindaba una suave briza. La rodeaba una tela blanca que suspendía colgada de un aro también de madera, que los protegería de los insectos; pisos de madera, techos, carpinterías y muebles también de madera, material que habían utilizado en diversos tamaños y texturas, utilizando diferentes especies de árboles y trabajadas con técnicas artesanales.
Grandes paños de vidrio permitían ver la inmensidad del mar y separaban el interior de la cabaña de la terraza, en la que había una tina de piedra, dentro de la que se podía reposar mirando la inmensidad del horizonte. Nada para ostentar; claramente, el protagonista era el huésped y el entorno que regalaba la naturaleza.
–Esto es increíble –dijo Marina, que se quitó el calzado y se tiró boca arriba sobre la cama.
–Impresionante... esto es lo más parecido a estar en La isla de Guilligan–dijo Aquiles, que caminó hacia los ventanales, abrió la puerta y salió a la terraza.
Marina lo siguió y se acercó a él. Permanecieron