Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde

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Название Oscar Wilde y yo
Автор произведения Oscar Wilde
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789506419943



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mal a la dignidad de un gentleman entrar en semejantes detalles, pero como se le ha dicho a todo el mundo —y volverá a decírselo a partir de 196043— que en el espacio de tres años yo había consumido por valor de cinco mil libras de manjares y de Perrier-Jouët, por eso me atrevo a desmentirlo aquí. Y empiezo por preguntarme si durante esos mismos tres años tuvo alguna vez Wilde cinco mil libras en el bolsillo. Wilde tenía gustos caros, no solo en lo que a beber y a comer se refiere sino también respecto a su indumentaria. Vestía con elegancia, sin reparar en gastos; lucía joyas, hacía regalos en metálico y en alhajas a toda clase de gente ridícula; su tren de vida en Tite Street debía costarle no menos de mil libras al año; viajaba mucho y sus hospedajes en París eran costosos, lo mismo en Hamburgo y en Italia y, para no hablar más, siempre andaba mal de dinero.

      Más de una vez, a instancia suya, me vi en situación de tomar, de manos de usureros, dinero en préstamo, y siempre se guardaba la mayor parte, no solo de aquel dinero sino del que me mandaban mi madre y otros miembros de mi familia. De mi peculio hacíamos fondo común. Jamás se me ocurrió negarle cosa alguna. Nada lo satisfacía del todo, y aunque a veces tenía ingresos de dinero era un hombre sin recursos fijos ni rentas, al que, por consiguiente, era menester ayudar.

      Para no citar más que un rasgo: poco tiempo antes de estrenarse La mujer sin importancia en el teatro de Haymarket, fui a un prestamista que me dio doscientas cincuenta libras. A la hora del almuerzo le enseñé esa cantidad a Wilde, en billetes de banco de diez libras. Él los tomó y dijo:

      —¡Qué magníficos! ¡Y qué suerte tienes, chico, por haberlos conseguido!

      Luego, echándose a reír, se guardó cinco o seis en el bolsillo y me devolvió el resto. Yo no concedí a aquello más importancia que si hubiese bebido conmigo una botella de buen vino. Es más: había pedido aquel dinero con intención de darle una parte, pues llevaba una semana de estar quejándose de lo pobre que andaba.

      Cito este ejemplo de entre mil que podría citar. En cuestiones pecuniarias he sido derrochador toda mi vida. Tenía más de treinta años cuando comencé a recapacitar en que el dinero no nace del aire o de los árboles sino de las heredades de familia. Muchas personas me conocen, y estoy seguro de que a la hora de pagar nadie podría tildarme de tacaño. Cierto que Wilde y yo vivimos mucho tiempo en un tren de intimidad que no incluía ese protocolo de invitaciones recíprocas, regularmente alternadas; pero sería grotesco decir que por mi culpa él derrochó parte de su capital. Wilde tenía una manera personal de dar importancia a las cosas más nimias. Gozaba molestando al director de un restorán para consultarle, con muchos aspavientos, sobre la elección de los vinos, rogándole que le transmitiese al jefe de cocina sus instrucciones o sus cumplidos. Tal modo de proceder no entraba ni ha entrado nunca en mis gustos. Antes de conocer a Oscar Wilde yo ya estaba habituado a vivir en los más lujosos palacios y siempre me senté ante muy buenas mesas. Lo que para Wilde era extraordinario, para mí era ordinario. Las cocinas del café Royal y del Savoy Hotel son sin duda excelentes, pero no superiores a las de una buena casa o un buen Círculo. Wilde andaba con la mar de remilgos para escoger el menú, como si se entregase a un ritual. Yo me limitaba a encargar los platos, comía y pagaba sin tantos quebraderos de cabeza.

      Habiendo ocurrido lo que desde entonces ha ocurrido, reconozco ahora mi error y mis culpas; pero es imposible ser hijo del octavo marqués de Queensberry y miembro de la familia Douglas y no poseer los defectos inherentes al linaje. Además, yo no insultaba a mi padre con la saña de un imbécil, por la sencilla razón de que no lo fui ni lo seré nunca.

      Antes de morir mi padre, me mandó a buscar; nos reconciliamos de corazón y él me legó todo cuanto humanamente podía legarme de su fortuna, que era considerable, y todo aquello que podía disponer a mi favor.

      Al no lograr una ruptura entre Wilde y yo, mi padre adoptó una conducta totalmente distinta: para librarme de lo que sabía era una amistad dañina, decidió deshonrar públicamente a Wilde.

      —No abrigues esperanzas de que mi padre te presente excusas, pero eres dueño de demandarlo. ¡Solo que vas a salir perdiendo!

      Se ha dicho, faltando a la verdad, que yo instigué aquella demanda. Es verdad que no me eché a los pies de Wilde para rogarle que no lo intentara. Él me aseguraba que la acusación lanzada