Paul Thomas Anderson. José Francisco Montero Martínez

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(Absolute Beginners, 1985), de Julian Temple, un musical británico plagado de estrellas de rock del momento que intentaba –con escasa fortuna– remitir, actualizándolo, al modelo del musical de los cincuenta y en cuyo inicio, en efecto, hay un largo plano secuencia por las calles de Londres siguiendo al fotógrafo que protagoniza la película; así lo explica Anderson: «La escena inicial no tiene nada que ver con Uno de los nuestros[36]»; «[Scorsese] ha hecho ese tipo de cosas pero cuarenta personas también lo han hecho antes que él. La primera vez que vi a alguien hacer eso, cuando tenía aproximadamente catorce años, fue a Julian Temple. Y si bien el arranque de Principiantes no es un plano secuencia, pues lo cortó en varios planos, ésa fue la primera vez que me entusiasmé con lo que me pareció un único plano»[37].

      Más allá de valoraciones morales, los paralelismos entre el mundo gansteril y el del cine porno, tal como son tratados por Scorsese y Anderson respectivamente, son indudables. Dos universos obligadamente endogámicos, guetos integrados por desplazados de la sociedad, cuyos componentes responden a una estructura de índole eminentemente familiar, dos universos que, de hecho, en Boogie Nights tienen sus intersecciones: la carrera de Dirk Diggler deriva en su decadencia al terreno de la pequeña delincuencia y, por otro lado, el personaje del productor Floyd Gondolli, interpretado por Philip Baker Hall, representa a los gángsteres involucrados por esa época en la industria del porno –recordemos que la mafia se introdujo muy lucrativamente en este negocio durante los años sesenta y setenta, y era muy frecuente que utilizara las salas pornográficas para lavar dinero o que directamente distribuyera películas pornográficas–. Más adelante me veré obligado en diferentes ocasiones a volver sobre momentos puntuales del cine de Anderson que parecen inspirados por el director italoamericano, a reseñar otras similitudes, tanto narrativas y estilísticas como en el diseño de los personajes, entre ambos cineastas.

      François Truffaut

      Con todas las salvedades que sean precisas, Embriagado de amor, por otro lado, es a la obra de Anderson lo que Tirad sobre el pianista a la de Truffaut –filme cuya secuencia inaugural, además, Anderson cita explícitamente en el momento en que Barry Egan huye de los matones que lo persiguen, reflejándose su sombra en las paredes–, realizadas tras Magnolia y Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents corps, 1959), respectivamente, dos logros artísticos por los que adquieren enorme prestigio, pero de los que se desmarcan de forma bastante inesperada. Ambas películas, en fin, asumen similares dosis de riesgo e imprevisibilidad y son recibidas con similar desconcierto por el público de su época.

      Son reseñables algunos paralelismos más entre la obra de ambos cineastas –siempre teniendo en cuenta la dispar extensión de la obra del director angelino y la de Truffaut–. Boogie Nights recoge el mundo del cine desde dentro como el cineasta francés hizo en La noche americana (La nuit américaine, 1973); poco importa que la