Seguir soñando historia. J. R. R Oviedo

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Название Seguir soñando historia
Автор произведения J. R. R Oviedo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788419198174



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darse cuenta de lo leído se puso rojo – Disculpe mi señor, es lo que dice realmente ya que es un escrito referido a los que infringen las leyes recurrentemente.

      – Tenéis sentido del humor parece – reía muy divertido el faraón Jufu. El sumerio respiró al ver que el faraón no lo hacía personal el texto leído. Continuó hablando Jufu – sigue diciéndome sobre esos inadaptados a las leyes… ¿Qué más escribís?

      – Aquí por ejemplo dice: “todavía no ha cazado a la zorra y ya le ha hecho un collar” pues se refiere al caso de un criminal que antes de cometer un robo ya se había gastado el dinero, endeudando con ello a su familia.

      – Entiendo… Tenéis la idea de familia bien asentada para lo bueno y lo malo.

      – Sí señor – comentó el hombre de Sumer – por ejemplo, fíjese aquí, dice: “La amistad dura un día, el parentesco siempre” o esta otra: “Quien no ha tenido una mujer o un niño, no ha llevado nunca un aro en la nariz”

      – ¿Un aro en la nariz?

      – Sí mi señor, a nuestros prisioneros les perforamos la nariz con un aro y les pasamos una cuerda por dicho aro. Para que recuerden con dolor el daño hecho. Esto, en ocasiones, es lo que siente un hombre en su relación familiar.

      Las carcajadas fueron sonoras en palacio, incluso las esclavas de palacio esbozaron una tímida sonrisa por la ocurrencia sumeria. Todo era magnificado por la calma con la que lo expresaba el comerciante sumerio.

      – Sois ingenioso no hay duda. ¿Existe algún escrito o proverbio sobre el poder y la riqueza?

      – Sí, mi señor, sobre ello tenemos varios – comenzó a recitar de memoria-, por ejemplo, sobre las cargas que supone el poder: “Quien tiene mucho dinero puede ser dichoso, quien tiene mucha cebada puede ser dichoso, pero el que no posee nada puede dormir”. O sobre los abusos de poder: “puedes tener un amo, puedes tener un rey, pero a quien debes temer es al recaudador de impuestos”

      – Veo que tendré que atar en corto a los míos siguiendo vuestro consejo – sonreía abiertamente el faraón – en cuanto a la dicha no deja de ser cierto que solo el que dispone tiene esas preocupaciones que relatas, pero los pobres tienen otras mayores.

      – Oh sí mi señor, para eso tenemos: “el pobre toma prestado dinero y preocupación”.

      – Sabio consejo sin duda, aunque por el interés de algunos más vale que no se extienda. ¿Algo que escriba tu pueblo en esas tabillas y me valga a mí como faraón?

      – Hay un proverbio antiguo que encontramos en muchas tablillas ya que nuestros gobernantes gustan recordarlo para evitar el caos en nuestro país: “Tú vas y conquistas el país enemigo; el enemigo luego viene y conquista tu país”

      – Vaya, muy atrevido, parece que os protegéis al mundo lanzando la amenaza de que habrá respuesta.

      – No mi señor, este proverbio lo aplicamos dentro de nuestro pueblo y para todas las situaciones cotidianas, no sólo las conquistas entre reinos.

      – Y, sobre mi gran construcción piramidal ¿algún proverbio para finalizarla?

      – Nuestra sabiduría aconseja: “Quien edifica como un señor vive como un esclavo, quien edifica como un esclavo vive como un señor”

      Siguieron toda la noche, enfrascados en los miles de proverbios que Sumer ha legado al mundo en sus tablillas y el faraón Jufu tuvo la fortuna de conocer, en parte, esa jornada. Sumer y Egipto, cuna de civilizaciones.

      UNA NUEVA OPORTUNIDAD

      El sol estaba apareciendo en el firmamento. Con ello millones de posibilidades

      renacían. Me levanté de buen ánimo y me encaminé a la herrería como todas las mañanas. Pero ese día no fue como otros, los visitantes que recibí no eran los de siempre, ni las peticiones eran a las que estaba acostumbrado.

      Al acercarme ya observé que había forasteros en la villa. Eran soldados por sus ropajes y por su mirada ruda, curtidos en mil batallas. Venían de batallar saliendo victoriosos, nos comentaron en la herrería y necesitaban arreglar armas antes de seguir camino hacia una nueva lucha que, decían ufanos, sería la definitiva para su gloria.

      Me recordaron a los fanfarrones con los que traté ya en mi niñez, nada nuevo por tanto, aunque por prudencia callé ya que únicamente era un aprendiz y el herrero, aunque me trataba bien de forma general y me daba sustento, era muy brusco cuando su negocio se veía afectado o relacionado en habladurías. Y allí había mucha ganancia con tanto cliente.

      Trabajé duro, muy duro. Pero lo que ese día me trae a la memoria no es eso sino la historia que me relató uno de aquellos soldados. Era un buen hombre a pesar de verse inmerso en la locura de la guerra, en seguida me di cuenta que no era como los demás y que tenía otras aficiones, diferentes a las de la soldadesca. En realidad eso justo es lo que le hacía estar en la guerra, era su paradoja.

      Escritor de obras de teatro, había conocido a su esposa en los escenarios como una promesa de la escena y, casualmente o no, una de sus obras la había encumbrado como una de las oradoras de moda.

      Un buen día, uno de los nobles que financiaban su teatro fue llamado a la guerra o a mandar alguien en representación de su casa nobiliaria. El noble, muy sagaz, enfermó previo a la partida y comentó al escritor de obras de teatro que necesitaba a alguien que fuera a la guerra por él pues, entre otras consecuencias, si no lo hacía no podría pagar más teatro. El escritor, persona noble y comprometida con los suyos, decidió ser él mismo quien acudiría en su nombre, como vasallo de esa casa nobiliaria. Así le ordenaron caballero para las lides.

      Su mujer lloraba, le faltaban las palabras, parecía que en sus ojos se reflejaba la tristeza eterna de quien se despide para siempre. Trató de retenerle, pero el escritor estaba decidido a emprender tamaña aventura.

      Luchó durante meses en el asedio de un fortín que costó más de lo normal rendir. Tantas vidas sesgó que las noticias volaron a su ciudad, haciendo creer que la mayoría de los soldados, incluido el escritor, habían fallecido.

      Después de aquel asedio hubo que seguir batallando y, cuando después de cuatro largos años de sangre y fragor, se venció al enemigo, el escritor se había convertido en uno más de aquellos rudos soldados. Pero era de aspecto únicamente pues en su interior seguía prendiendo la llama del saber, aquello que le hacía conocer, reflexionar y escribir. Esto lo vieron siempre los otros soldados, era buen hombre, pero raro, demasiado sensible para estar batallando, decían entre ellos.

      Con todo ello, decidió dejar las armas y a sus compañeros, a los que comenzó a echar de menos nada más ponerse en camino, extrañamente. Llegó algo triste por ello a su antiguo hogar, pero feliz de reencontrarse con su familia. La sorpresa fue mayúscula al encontrarse con el empresario por el que había luchado. Este dijo haber creído su muerte cuando llegó la noticia del primer asedio y, viendo a su mujer tan triste y abatida, decidió darle una buena vida y casarse con ella.

      “Ahora la puedes oír detrás de estas paredes jugando con nuestros hijos, feliz, habiendo superado y dejado atrás la tragedia. No la falta de nada, confía en mí, pero no la traigas el recuerdo, la tristeza de nuevo. Te daré una fortuna si Precisas, pero es mejor dejarlo estar como quiso el destino”.

      El soldado, otrora escritor, escuchando a la que fue su mujer tan feliz se marchó.

      No le aceptó el dinero, le escupió en la mano y se dio media vuelta. Con ese simple gesto respondió a la manipulación del empresario que le había robado su vida y se había aprovechado tanto de él. Con ese gesto, su mujer viviría feliz y eso era lo más importante para él; en cambio, el empresario, siempre viviría bajo la sombra de la duda, con esa despedida dejaba abierta la puerta a volver.

      Mientras, decidió volver a batallar pues también la lucha, al igual que el acto de escribir le hacía encontrarse consigo mismo.

      Por otro lado, su familia estaba entre aquellos hombres que, como él, habían