Название | Sombra de una Maldición |
---|---|
Автор произведения | Estela Julia Quiroga |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878717289 |
Tenía que ir con la tía Juana a probarme el vestido. Aproveché y le pregunté si me podía enseñar a cantar. ¡Me gusta tanto verla arriba del escenario! Salió muchas veces en canales de música y le hacen entrevistas a cada rato. Mi papá también tiene una banda, pero, es distinto, él no vive de la música, tiene otro trabajo. A veces pienso que quiero ser escritora. Otras, que quiero ser actriz y cantar y bailar. También me gusta meterme en la cabeza de la gente y ayudar a los chicos con problemas, a lo mejor debería estudiar psicología. Llegamos justo a tiempo. Mi abuela me pidió que bajara mientras ella daba una vuelta para estacionar. Me sentía rara, pero aliviada.
Pensé que iba a ser capaz de contarle a la terapeuta, pero no lo hice. No sé si la abuela llegó a hablar de todo esto en su novela.
No puedo creer que ya haya pasado más de un año de ese día en el que ella sacó el tema. En realidad, me dio fuerza para hacer lo que hice en mi fiesta. Nunca llegué a decirle lo importante que fue para mí.
Yo tenía necesidad de contárselo a todo el mundo y en mis quince era el lugar ideal. Antes de cortar la torta, en el momento en que normalmente se hace el ritual de las velas, yo elegí leerle cartas a personas que eran muy significativas para mí. Las cartas las había escrito en la computadora y fue mamá quien las imprimió, pero estaba tan apurada que ni siquiera las leyó. Una de esas cartas era para Josefina y en ella le hablaba de nuestro amor. Mis compañeros ya lo sabían, pero mi familia, excepto la abuela Elsa, se quedó como congelada. En especial mamá. Estaba sorprendida. Al lunes siguiente, cuando fuimos a almorzar con la abuela me preguntó por qué no lo había hablado antes con mamá. Me encogí de hombros. No lo sé. No encontré otra forma de decirlo. La abuela sonrió, pareció comprenderme. Y después riéndose explosivamente me dijo que si ella había sido audaz en su vida yo le ganaba por varios cuerpos…
¡Cuánto la extraño! A veces es como si escuchara su risa, como si pudiera sentir su perfume, esa manera tan particular que tenía para decir las cosas.
Me acuerdo de la noche del 31 de diciembre de 2019 cuando cada uno hablaba de sus deseos para el próximo año. Hasta salimos con la tía Juana y un par de valijas a dar la vuelta al árbol de la esquina porque dicen que si hacés eso vas a viajar todo el año ¿Viajar todo el año? ¡Justo! ¡Quedate en casa! Nadie, nadie, ninguno de nosotros se podía imaginar lo que íbamos a tener que vivir. Lo que más me molesta es esta sensación de tener que adaptarse de repente a un cambio y a otro y a otro más. Tengo las manos como lijas de tanto alcohol, de tanto jabón, de tanto no poder acariciar. No saber lo que va a suceder ni cuándo, escuchar que todo va a ser diferente, que la economía va a explotar. Es casi imposible tener buen humor en medio de esto.
Me gusta ir a clase porque me encuentro con mis amigos, al principio esto del Zoom me parecía buenísimo porque no me tenía que levantar tan temprano, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que preferiría que nada de esto hubiese sucedido jamás. ¡Si se pudiese volver el tiempo para atrás!
Hace meses que no veo a Josefina porque ella vive cruzando la General Paz y porque las reuniones no están permitidas.
¡Si al menos hubiese podido abrazar a Jose y a mis amigas cuando murió mi abuela! ¡Si al menos ella hubiese podido cumplir su voluntad de ser enterrada como quería y yo pudiese llevarle flores como le llevo a mi otra abuela!
Todo es tan raro ahora. Ni ganas de llorar me dan. Parece una ciudad fantasma. ¡Me gustaría salir corriendo, sin barbijo, y gritar y encontrarme con cada una de las chicas! Ellas conocían muy bien a la abuela Elsa. Me decían que era especial y yo me sentía orgullosa de que así fuera. Siempre llena de sorpresas. La más grande de todas fue encontrar en mi correo un e-mail que me había mandado tan solo nueve días antes de fallecer:
Para. [email protected]
Asunto : LO PROMETIDO ES DEUDA
Mi hermosa Mica te adjunto mi manuscrito. Tomé la decisión de escribir cuando tenía tu edad, siempre quise dejar una marca a partir de las palabras.
Estuve muchos meses “amasando” esta historia, que es nuestra y es de todos. Deseo que disfrutes tanto leyéndola como lo hice yo mientras la escribía.
Tu bisabuela decía que estamos hechos de relatos y que estos se vuelven habitables, nos cobijan, nos ayudan a creer, tejen a nuestro alrededor una armadura de mariposas para atravesar la realidad de un modo más sencillo.
Escribir es un acto íntimo con todos tus fantasmas.
En apariencia parece que te rodea el silencio y la soledad. No es así. Es un momento en el que todo se detiene, la vida y la muerte y una se siente libre.
Vale la pena si tus palabras sirven para convocar a otras personas que se conmueven porque se descubren justo ahí, entre una línea y otra.
Es un misterio que te permite recostarte en una frase, abrigarte con una o dos palabras…
Ojalá que a medida que vayas leyendo puedas construir, reconstruir, encontrar sentidos, descubrir señales e inventar tu propia historia. De eso se trata, que no es poco.
Te quiere con el alma, tu “ababa”
Capítulo 1
Ciudad de Salta, Argentina, – 1920
El día en el que la joven Rosalía, sin querer, arrojó un balde de agua sobre el caballero elegante que pasaba por la vereda, no podía sospechar que aquel hombre, que la doblaba en edad, se iba a convertir en su esposo; tampoco tenía idea de que aquella boda iba a dar origen a la maldición que recaería sobre ella y su descendencia.
Rosalía vio a Teodoro chorreando agua y empezó a reírse a carcajadas, ni siquiera le pidió disculpas, lo miró de arriba abajo sin parar de reírse y clavándole sus ojos negros con la desfachatez propia de sus quince años, tiró el balde de hojalata a un costado y corrió hacia el gallinero.
Teodoro quedó atónito, con la mandíbula caída y el asombro que chorreaba sobre sus zapatos. Doña Matilde no tardó en salir y le pidió a su hija más chica que trajera una toalla. La pequeña estaba a punto de reírse, pero la mirada severa de su madre la obligó a bajar la cabeza e ir presurosa a buscar lo que le había pedido.
—¡Mil disculpas! ¡Lo siento muchísimo! ¡Rosalía es tan atolondrada! Mírese, está usted a la miseria. ¡Felipa, haceme el favor de apurarte con esa toalla!
—Lamento mi aspecto señora, venía a ver a don Santiago, traigo una carta de mi padre para él desde Buenos Aires. Me temo que el sobre debe estar tan empapado como yo.
—Descuide, ya le daré su merecido a esa chinita. Aquí tiene usted una toalla, voy a pedirle a mi marido ropa seca así se cambia mientras me ocupo de la salvaje de mi hija. ¡Por favor, pase, pase! ¡Vamos hombre! ¡No se quede ahí parado!
Santiago recibió calurosamente a Teodoro y se le vinieron de golpe un montón de imágenes apiladas. ¡Cómo no recibir con alegría a ese joven hijo de su paisano Antonio! Después hizo venir a su esposa y a sus cuatro hijas para presentárselas y no sabía cómo agasajarlo, insistió en hacerle probar el pan que Rosalía había horneado aquella mañana.
El joven ya se había alojado en un pequeño hotel del centro salteño y no quería incomodar, pero Santiago insistió en que se mudara con ellos y les ordenó a Felipa y Ramona que preparasen un cuarto, y a Rosalía y Elba que ayudaran a su madre con el almuerzo; no permitiría que durmiera en otro lado que no fuese su casa, hasta tanto pudiera