Apocalipsis. Mervyn Maxwell

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Название Apocalipsis
Автор произведения Mervyn Maxwell
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877019780



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su respuesta, Jesús se refirió a “la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel” (Mat. 24:15). Trataremos de estudiar en las próximas páginas esta “abominación” y la “desolación” que produjo. Al ver cuán plenamente se han cumplido las profecías de Cristo acerca de la caída de Jerusalén en el año 70 d.C., se afirma nuestra confianza en el cumplimiento de sus profecías relativas a nuestros días. Esto es importante, porque la abominación de la desolación se aplica a nuestros días tanto como a la caída de Jerusalén.

      “Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea, que lo entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en el terrado, no baje a recoger las cosas de su casa; y el que esté en el campo, no regrese en busca de su manto. ¡Ay de las que estén encinta y criando en aquellos días! Orad para que vuestra huida no suceda en invierno ni en día de sábado” (Mat. 24:15-20).

      El preludio de la destrucción. Cuando se lee el cumplimiento de esta predicción, no podemos menos que apesadumbrarnos, pero es una ilustración impresionante de lo digna de confianza que es la profecía bíblica.

      Retrocedamos un poco, para tener una perspectiva adecuada. La pequeña nación de Judea llegó a formar parte del Imperio Romano cuando Pompeyo tomó su capital, Jerusalén, en el año 63 a.C. Pero mientras la mayoría de los pueblos conquistados se enorgullecían de formar parte del Imperio, muchos judíos de Judea y Galilea alimentaron una actitud de resistencia, y llegaron a hacerse notar por su oposición activa a la conducción romana.

      Los romanos, por lo general, aunque no siempre, trataron de gobernar Palestina pacíficamente. Pero con el transcurso del tiempo, un incidente sangriento conducía a otro peor, hasta que a mediados de la década del 60 al 70 d.C., la cantidad de judíos palestinenses que podían perder la vida en un solo incidente se dice que llegó a la cantidad de veinte mil. La tensión explotó cuando los sacerdotes del Templo decidieron no ofrecer más sacrificios ni oraciones en favor del emperador romano. En aquellos días, todos los pueblos del Imperio ofrecían sacrificios y elevaban oraciones en favor del emperador; la mayoría de ellos lo consideraba como si fuera un dios.

      Los judíos moderados animaron a los romanos a apoderarse del Templo inmediatamente, para suprimir a los rebeldes antes de que consiguieran un segundo triunfo. Cestio Galo avanzó hacia el Templo. La razón de su llegada era reanudar las oraciones en favor del emperador. Pero sin ninguna explicación, después de un esfuerzo de menos de una semana y cuando ya estaba por lograr el éxito, Cestio Galo se retiró de la ciudad y regresó a Antioquia. Su decisión fue desastrosa para sus tropas. Los combatientes de la resistencia judía dominaban las cumbres de los montes que flanqueaban el lado norte del camino. Con flechas, lanzas y piedras, lograron dar muerte a casi seis mil romanos.

      Pero profundamente heridos por la pérdida de sus soldados, los romanos decidieron regresar. El emperador Nerón mandó a llamar desde Gran Bretaña a su capaz general Vespasiano, quien trazó planes cuidadosos con la ayuda de su hijo Tito. (Tanto Vespasiano como Tito llegaron más tarde a ser emperadores.) Juntos, el padre y el hijo, lanzaron una campaña en la que tal vez unos 250 mil judíos palestinos murieron de hambre, fueron quemados vivos, fueron atravesados por las flechas, crucificados, muertos a hachazos o esclavizados hasta morir.

      Tito trató de salvar el Templo. Era una de las joyas del Imperio. De diversas maneras trató también de salvar la ciudad y el pueblo. Pero los dirigentes de la ciudad rechazaron todas las propuestas, en la creencia de que Dios todavía los honraría como su pueblo y preservaría el Templo como su casa de culto.

      El cumplimiento de la profecía. La destrucción de Jerusalén cumplió cabalmente la predicción hecha por Cristo 39 años antes: “No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida” (Mat. 24:2). También se cumplieron sus profecías acerca de hambrunas, terremotos, rumores de guerras y ejércitos en torno del Lugar Santo.

      La mujer que se comió a su bebé, los esclavos que fueron vendidos por unas monedas y los cautivos que fueron embarcados rumbo a Egipto, cumplieron otras profecías hechas por Moisés unos quince siglos antes, en Deuteronomio 28:15, 52, 53 y 68: “Pero si no obedeces a la voz de Yahvéh tu Dios, y no cuidas de practicar todos sus mandamientos y sus preceptos, los que yo te prescribo hoy [...] [tu enemigo] te asediará en todas tus ciudades [...] comerás el fruto de tus entrañas [...] te volverá a llevar a Egipto [...] por mar [...] y allí os ofreceréis en venta a vuestros enemigos como esclavos y esclavas, pero no habrá ni comprador”.

      Pero Dios se interesa por nosotros. La caída de Jerusalén ante los romanos nos recuerda la caída de esta ciudad ante los babilonios siglos antes. En el primer tomo de esta obra, en las páginas 22 al 28, vimos con cuánto pesar Dios “entregó” Jerusalén al