Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida

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Название Intriga en Los Laureles
Автор произведения Francisco José Nesbitt Almeida
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9781953540591



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cariño y agradecimiento que le tiene a esas personas. Me tranquiliza saber que el muchacho es educado y que estuvo, en su momento, al cuidado de mi querida suegra. Con todo esto, puedo incluso ver con buenos ojos la amistad que han ya formado él y Paulina.

      Ana Karen frunció el ceño y miró a su marido. Sabía perfectamente que Jean Claude jamás cambiaba de opinión tan repentinamente y que era muy difícil para él ofrecer una disculpa, por lo que se dio clara cuenta de que las palabras de su esposo eran solo para evitar más conflictos con su padre, a quien jamás se había ganado del todo. Don Luis se disculpó diciendo que tenía asuntos que atender, situación que tampoco convenció a Ana Karen ya que era el día de Navidad. Don Luis salió de la habitación comentando que los vería en el comedor a las dos de la tarde para comer. En cuanto el hacendado los dejó solos, Jean Claude señaló:

      —Ese chico es un oportunista, caza fortunas, que tiene a tu papá cegado, y por si eso fuera poco, ahora está cortejando a nuestra hija. Seguramente lo que pretende es quedarse con la fortuna de don Luis y de paso lo que nos pertenece a ti y a mí, utilizando a Paulina; no sé cómo tu padre puede ser tan ciego…

      —Mi papá no es ningún tonto para no darse cuenta si una persona lo está engañando. Con todos sus años de experiencia en la hacienda, siendo abogado y un excelente hombre de negocios, no creo que un muchacho de tan corta edad lo pueda manipular. Creo que estás viendo moros con tranchete, Jean Claude. Además, ¿por qué dices que está cortejando a Paulina?

      —Se nota a leguas, su mirada, sus sonrisas hacia ella y al salir esta mañana a cabalgar, la tomó de la mano como si fueran ya una pareja de novios.

      —Son unos niños aún, Jean Claude, cálmate y disfruta de estos días de descanso fuera de la gran ciudad y de tu oficina.

      —Lo intentaré solo para no tener problemas con don Luis, pero no te prometo nada.

      Salió de la biblioteca, pero no se dirigió a su habitación, sino que salió de la casa.

      Manuel Licón estaba sentado frente al fuego de la chimenea de la casa del caporal, con una lata de cerveza en la mano intentando sobrellevar la resaca que lo agobiaba, cuando escuchó que llamaban a la puerta.

      —Adelante —gritó, y un momento después vio entrar a Jean Claude Dumont, botella en mano.

      —¿Gustas, Manuel? —dijo mostrándole la botella de fino licor.

      —Creo que es justo lo que me hace falta, pase usted.

      Jean Claude tomó asiento frente al fuego, sirvió dos vasos de licor y sin más dijo:

      —Tienes que ponerte muy listo, Manuel, o este muchacho Fabián te dejará sin trabajo muy pronto.

      —Pues si el patrón decide correrme, yo ya tengo algo ahorrado y puedo comenzar mi propio negocio de ganado lejos de esta hacienda.

      —¿Tan bien te paga don Luis?

      —Mire, don, a usted le tengo confianza y le puedo decir que la paga es buena, pero es mayor la ganancia que obtengo de la venta de becerros al rastro de la ciudad.

      —Entonces, ¿ya tienes tu propio ganado, Manuel?

      —Sí, tengo algunas cabezas que el patrón me ha vendido, una a una, y me permite tenerlas en un potrero pequeño que él no utiliza.

      —¿Y eso es lo que te deja tanta ganancia? —quiso saber Jean Claude.

      —Sí… pues sí y no. —Apuró su trago para servirse otro vaso lleno.

      —No entiendo, Manuel, ¿sí o no es ese tu mayor ingreso?

      —La verdad es que, usted sabe, el patrón tiene miles de cabezas de ganado y claro, no puede contarlas y cuidarlas todas; si se pierden una o dos pues nadie se da cuenta y hay una persona de la ciudad que compra estas cabezas de ganado que se pierden, no pide factura ni nada, solo las paga y ya…

      —Una o dos cabezas. Ya entendí

      —Bueno, don; tal vez algunas más

      —Me interesa el negocio, Manuel…

      Por la tarde el único que faltó para comer en la casa grande fue Jean Claude, lo cual no fue preocupante para los que estaban ahí. Al terminar, Fabián y Paulina pasaron a la biblioteca para iniciar con las clases de computación prometidas y ahí estuvieron hasta entrada la noche, cuando don Luis sugirió al muchacho que se fuera a descansar, pues había que continuar con el trabajo al día siguiente.

      —Terminó la Navidad, muchacho —señaló.

      Los jóvenes se despidieron, no sin antes acordar que seguirían con las clases la noche siguiente, al terminar con los pendientes de la Hacienda.

      A la mañana siguiente don Luis estaba en la terraza con su taza de café de olla hecho por doña Lupe, cuando se le presentó Jean Claude.

      —Buen día, don Luis, hace frío por el deshielo de la nevada.

      —Sí, pero esta nevada es muy benéfica para la tierra.

      —Don Luis, quisiera pedirle si me puede facilitar un vehículo para ir a la ciudad, quiero saludar a un amigo que hace años no visito.

      —Claro, utiliza mi camioneta.

      —Otra cosa, don Luis, ¿podría pedirle a Manuel que me acompañe? Usted sabe, no conozco muy bien la zona.

      —Por supuesto, solo dile por favor que venga a la biblioteca antes de que se vayan, quiero hacerle algunos encargos, si no te incomoda.

      —¿Cómo cree, suegro? En este momento le llamo; y muchas gracias.

      Como ya se les había hecho costumbre, al terminar los pendientes en la Hacienda, Fabián buscaba a Paulina y salían a montar un buen rato y al oscurecer retomaban las clases de computación. La chica se dio cuenta muy pronto de que su alumno aprendía mucho más rápido de lo esperado. A los pocos días Fabián dominaba su nueva computadora y los programas necesarios para la administración de la hacienda a la perfección; solo le faltaba un poco de práctica en la forma de escribir, pues aún lo hacía con solo dos dedos, pero ambos sabían que eso era solo cuestión de práctica y algo de tiempo.

      Paulina había sugerido a su abuelo que trajera un técnico para que le instalara internet en la biblioteca, a lo cual don Luis accedió de buena gana, puesto que todo lo que fuera necesario para que Fabián aprendiera más y le ayudara con la administración de la hacienda, para él era de suma importancia.

      —Ahora que me vaya, nuestras pláticas serán solo por medio de la computadora, Fabián —dijo Paulina la noche anterior a su partida.

      —Lo sé. Tendrás que tener mucha paciencia, porque soy muy torpe para escribir aún.

      —Así comenzamos todos, ya verás que en poco tiempo escribirás más rápido que yo.

      —¿Te parece si salimos a caminar un rato? La luna está muy bonita y la noche muy iluminada.

      —Vamos, ponte la chamarra…

      Los jóvenes caminaron juntos hasta el estanque, precisamente hacia el lugar en que Fabián acostumbraba leer bajo el viejo sauce; ahí se sentaron y quedaron un buen rato en silencio. Se sentía la melancolía de ambos ante la partida de Paulina a la mañana siguiente. Fue Fabián quien rompió el silencio:

      —Me encantó que estuvieras estas semanas aquí, ¿sabes? Nunca había tenido una amiga; creo que me vas a hacer mucha falta.

      Notó que los ojos de Paulina se llenaban de lágrimas y le tomó la mano;.

      —¿Vas a venir en la primavera?

      —Claro, a partir de mañana voy a contar los días que falten para regresar. —Hubo otro silencio, ambos se miraban a los ojos y sin decir palabra, se besaron… Para ambos fue su primer beso.

      Fabián y Manuel cargaron todas las maletas de la familia Dumont en la camioneta de don Luis a temprana hora. Ana