Un mundo dividido. Eric D. Weitz

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Название Un mundo dividido
Автор произведения Eric D. Weitz
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9788417866914



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selló su primer acuerdo formal con aquel pueblo cerca de la confluencia de los ríos Misisipi y Minesota, en un lugar donde los dakotas sitúan el relato mítico de su creación y que aún hoy conserva un carácter sagrado para ellos pese a formar parte de la zona metropolitana de Mineápolis-Saint Paul. En virtud del acuerdo, los dakotas cedieron a Estados Unidos pequeñas extensiones cercanas a esos ríos y también a Saint Croix, y en las que establecerían enclaves militares. Se les pagó la suma de dos mil dólares y otorgó el derecho a atravesar las tierras y cazar en ellas.11 La progresiva consolidación de la autoridad estadounidense sobre el territorio condujo a otros tratados, suscritos en 1837, 1851 y 1858. Los indios solían ceder tierras a los estadounidenses, que a cambio les suministraban víveres y pagaban una renta anual. En virtud del Tratado de Traverse des Sioux, firmado en 1851, las tribus dakota les cedieron todas las tierras al este del Misisipi y también las que había al oeste, en el Territorio de Minesota, que incluía el fértil valle de Minesota. El Gobierno federal desplazó a los dakota sioux a unas reservas que había más al norte, a orillas del río Minesota.12

      La firma de los tratados fue fruto de decisiones estratégicas por parte de los jefes dakota. En 1850 ya eran, sin duda, plenamente conscientes del poder militar estadounidense, pero no podían imaginar que, en el vasto territorio de Norteamérica, sus tierras se acabarían reduciendo a las reservas en las que se les había de confinar.13 Al mismo tiempo consiguieron armas, municiones, sábanas, comestibles y otros bienes que les ayudarían a sobrevivir los largos e inclementes inviernos del North Country. Conocían a los europeos desde hacía casi doscientos años, pero no sospechaban que la región se llenaría de emigrantes blancos a partir de la década de 1850. Tampoco previeron los fraudes que acompañarían a los tratados. Los comerciantes solían encargarse del pago de las rentas anuales a los indios en nombre del Gobierno, y era frecuente que, a pesar de la disposición federal que lo impedía, dedujeran el montante de las deudas de las tribus antes de desembolsar la suma acordada.14

      El Gobierno federal envió agentes indios, como se los llamaba, y destacamentos a Minesota. Les siguieron misioneros presbiterianos, que a partir de 1829 tendrían representantes permanentes para tratar con los dakotas y los ojibwa; un pequeño ejemplo del importante papel que desempeñaron los misioneros protestantes en todo el mundo (veremos otros casos en los capítulos VI y VII, dedicados respectivamente a Namibia y Corea).15 Los misioneros, que lograron algunas cosas, como dar forma escrita a las lenguas indígenas, sufrían frecuentes ataques por parte de los indios, lo mismo que los colonos nacidos en Europa o de ascendencia europea que fueron poblando poco a poco la región, sobre todo después de que se convirtiera en el Territorio de Minesota en 1849 y en un estado en 1858. El tratado de 1851 favoreció la llegada de un buen número de colonos blancos, que en muchos casos reivindicaron tierras que no habían cedido los indios.16 La mayoría eran ingleses, escoceses, alemanes, escandinavos e irlandeses. Según escribiría uno de los primeros historiadores de Minesota, el territorio “se plagó” de pioneros “sin escrúpulos” que se apoderaban de las tierras.17 Los madereros enviaban a cuadrillas a los bosques con la misión de talar pinos: la madera de la región parecía un recurso inagotable.

      El gobernador Ramsey convenció al Congreso de que otorgara con carácter retroactivo títulos de propiedad a quienes se habían adueñado arbitrariamente de tierras que según la ley pertenecían a los indios o al Gobierno federal. “Estos recios pioneros –escribió– forman el grueso de un gran ejército que ha traído la paz y el progreso y dado lustre a nuestro nombre. […] Llevan a esta tierra salvaje […] principios de libertad civil […] que tienen inscritos en el corazón […] como preceptos vivos y normas de conducta”. Además, prosiguió, no le cuestan ningún dinero al Estado y “forjan el país y su historia y le aportan gloria”.18 En 1854 estos primeros colonos vieron convalidados los títulos de propiedad de las tierras, que suponían, sin embargo, una flagrante violación de los tratados suscritos con los dakotas.

      El barco de vapor y el ferrocarril hicieron más accesible el Territorio de Minesota. A partir de 1855 se produjo una “riada de inmigrantes” que no cesaría en varios decenios. La mayoría venían de los estados del Atlántico Medio, de Nueva Inglaterra y del Medio Oeste, y muy pocos del Sur. No empezaron a llegar colonos directamente desde Europa hasta mucho después, en la década de 1870. En 1865 el estado tenía 250.000 habitantes, el 45% más que en 1860. Apenas cinco años después, en 1870, tenía 439.706, casi el doble: 279.009 eran estadounidenses nativos y, de los 160.697 nacidos en el extranjero, el grupo más numeroso lo formaban los escandinavos, seguidos por los alemanes, británicos e irlandeses. De los nativos, menos de la mitad eran de Minesota.19

      Ya en la década de 1850 se habían librado en la región escaramuzas entre indios y blancos. Los colonos vivían en aldeas aisladas o dispersos en cabañas. Esos enfrentamientos eran las típicas refriegas fronterizas que se producían en muchos lugares del mundo. Pequeños grupos de indios dakota, sesenta como máximo, pero normalmente muchos menos, atacaban a los colonos con enorme brutalidad. Solían matar a todos los hombres y a veces hacían prisioneras a unas cuantas mujeres. Las batallas eran pequeñas pero muy encarnizadas, y sembraban el terror entre los colonos. Los “actos bárbaros” (como entonces se llamaba a la arrancadura de cabelleras, las decapitaciones y amputaciones) eran frecuentes en los dos bandos, aunque los linchamientos eran una especialidad de los euroamericanos. Cundía el miedo en los dos lados.

      “Los blancos siempre estaban intentando forzar a los indios a renunciar a su forma de vida y vivir como blancos: cultivar la tierra, trabajar duro y hacer lo mismo que ellos. […] Los indios querían vivir como [indios] […] ir adonde les apeteciera y cuando les apeteciera, cazar donde pudieran y vender pieles a los comerciantes”, recordaría Gran Águila, un jefe dakota, muchos años después.20

      Los indios, sin embargo, ya no podían “ir adonde les apeteciera”. El origen del conflicto estaba en la tierra: el incansable afán de los blancos por apoderarse de tierras que se pudieran cultivar y cercar. Como la mayoría de los indios, los dakotas eran ajenos a la idea de propiedad individual, pero creían en un derecho colectivo sobre las zonas donde podían vagar, atrapar animales, pescar, recolectar frutos y cultivar la tierra. Por eso se disputaron el control de ciertos territorios con los ojibwa y batallaron con los colonos blancos y el Gobierno de Estados Unidos. Estas concepciones opuestas de los derechos de propiedad chocaron en la frontera de Minesota (y algo similar ocurrió, como veremos, en Namibia).21

      No era este el único conflicto. “Los indios no llevaban libros de cuentas –dijo Gran Águila–, así que no podían negar las deudas y tenían que pagarlas. […] Los indios no podían acudir a la justicia para impugnar las deudas, pero siempre había disputas al respecto”.22 Y, lo que era quizá más importante, indios y blancos tenían normas culturales muy diferentes en cuanto a la relación entre deudor y acreedor. Los indios creían que el deudor debía pagar cuando tuviese los recursos suficientes, y no en una fecha establecida.23 La tradicional economía moral india, basada en la estrecha relación (familiar y tribal) entre acreedor y deudor, chocaba con el floreciente capitalismo estadounidense, que garantizaba ante todo los derechos del primero.

      Para colmo de males, muchos comerciantes engañaban a los indios, y el Gobierno estadounidense deducía los costes de la “civilización” (la construcción de escuelas, talleres e iglesias, la delimitación de las parcelas) de las rentas que les debían, retrasándose a menudo en el pago de la cantidad restante. En 1860 y 1861 hubo largas demoras que, añadidas al endeudamiento y a las malas cosechas, agravaron aún más la situación de los dakotas. El invierno de 1862 fue muy duro. Sin las rentas, los indios no podían comprar harina ni otros productos de primera necesidad. En la primavera de 1862 muchos vivían en condiciones desesperadas. Sus familias estaban al borde de la muerte por inanición.24

      Para los dakotas eran especialmente lacerantes los agravios infligidos por el tratado de 1858, que suponía un ataque frontal contra su forma de vida. El acuerdo prometía mayores recompensas para los indios que aceptaran las parcelas individuales adjudicadas por los estadounidenses y otras manifestaciones de la