Название | Las jugadas que importan |
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Автор произведения | Jonathan Rowson |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418428920 |
El acertijo es totalmente fascinante y vivificador, pero también es una pérdida de tiempo absurda. Algo parecido podría decirse del ajedrez. De hecho, tres escritores distinguidos despreciaron sucintamente el valor de esta actividad. Sir Walter Scott catalogó el ajedrez como un “triste desgaste para el cerebro”, George Bernard Shaw dijo que el ajedrez era “un recurso ridículo para hacer creer a los vagos que están haciendo algo realmente inteligente” y Raymond Chandler llegó aún más lejos: “El ajedrez es el mayor desperdicio de inteligencia humana después de la publicidad”.
No estoy de acuerdo con estas afirmaciones, pero aun así escuecen un poco porque hay algo de verdad en ellas. No me arrepiento de ni uno de los segundos que he pasado jugando al ajedrez. Si de algo me retracto es de no haber jugado más cuando era lo suficientemente bueno como llegar a ser aún mejor. La mayoría de los momentos que pasé en un tablero de ajedrez fueron apasionantes y llenos de vitalidad, y aquellos que no lo fueron tanto resultaron necesarios para darle sentido a lo que estaba haciendo; los tonos mayores necesitan de los menores, el goce está íntimamente ligado al dolor, la luz produce sombras. La experiencia de la concentración es tan intensa y la batalla ajedrecística tan significativa, que llegas a sentirte plenamente vivo. Así que, francamente, queridos señores Scott, Shaw y Chandler, ¿saben ustedes lo que dicen? Al contrario que ustedes con sus pseudovaloraciones, nadie pretende ser más inteligente por jugar al ajedrez. ¿Cuánto tiempo han dedicado a estar delante de un tablero? Prueben a dedicar centenares de horas a pensar en un ambiente competitivo; después de hacer algo así, dudo seriamente que sigan creyendo lo que dicen.
El ajedrez no es una pérdida de tiempo, pero el tiempo es escaso y hay muchas más cosas en la vida. Si entendemos la concentración no solo como la puesta en práctica de la libertad positiva, sino también como una forma de desarrollarla, la cuestión que se abre entonces es cuánto tiempo deberíamos dedicar a actividades tales como el ajedrez. Este juego estimula la vida y es a la vez parte de ella, pero no posee la sensualidad y la plenitud del mundo que está más allá de sus fronteras. Dejando a un lado el caso de los campeones mundiales en potencia, el juego puede y debe estimularnos para lograr una vida plena del mismo modo que un entrenamiento enfocado al desarrollo de sí mismo y el autoconocimiento, poniéndonos a punto no solo para la próxima partida, sino para la vida que se juega más allá del tablero. En esa vida situada más allá del ajedrez, también somos valorados, puestos a prueba y necesarios, tal vez en mayor medida de lo que pensamos.
realizando las preguntas pertinentes
Érase una vez un niño de tres años, mi hijo Kailash, que quería escuchar de nuevo la historia de Jack y las habichuelas mágicas. Le gustaban mucho los cuentos y no se dormía fácilmente, así que me dispuse a relatar con cierta prisa la historia de estas inverosímiles habichuelas, cómo brotaron repentinamente y de qué forma el joven Jack trepó por ellas hasta llegar a un castillo lejano, para salir de allí con un tesoro bajo el brazo, perseguido por un ogro jadeante y anglófobo: “Fee, fi, fo, fum, huelo la sangre de un inglés”.
Mientras daba lo mejor de mí mismo para condenar la violencia del ogro, o tal vez para inculcar mi prejuicio contra la gente de alta estatura, relaté cómo Jack fue capaz de alcanzar rápidamente un hacha para cortar de raíz la mata de las habichuelas. Cuando le conté a Kailash que el pobre ogro cayó al suelo “y quedó dormido durante cien años”, tuve suerte de que no me preguntara qué significaba eso exactamente. No obstante, me quedé pasmado por una pregunta distinta: “¿Y qué ocurrió con lo alto del castillo cuando Jack cortó la enredadera de las habichuelas, papá?”.
Lo felicité por una pregunta tan buena, le dije que pensaría la respuesta durante toda la noche y que al día siguiente se la diría. Tuve la fortuna de que se le olvidara la pregunta.
Aún no sé cuál es la respuesta. Tal vez el castillo sea una propiedad emergente de las habichuelas que muere en cuanto estas desaparecen. Puede que se trate de una entidad independiente, y las ramas de las habichuelas, tan solo una curiosa forma de llegar hasta él. O quizá no sea más que un cuento y no deberíamos tomar la pregunta demasiado en serio. Pero me encanta ese tipo de espíritu investigador. Por supuesto, las preguntas de los niños pueden ser interminables e irritantes para cualquiera, pero esos momentos de desbarajuste en los que lo familiar se transforma en algo desconcertante son uno de los regalos más preciados que tiene ser padre.
Hay distintas maneras de abordar el asunto del valor educativo del ajedrez, pero si tuviera que resumirlas en una sola palabra esta sería probablemente preguntas. Si me permitieran tres palabras, entonces diría que se trata de preguntas sobre relaciones. Tal y como la escritora Marina Benjamin dijo una vez, hacer una pregunta es invertir en atención y jugársela con una respuesta, y este es uno de los grandes regalos que brinda el ajedrez: dejas de ser un receptor pasivo de información y te conviertes en un aprendiz activo. Se trata de una experiencia realmente gratificante.
Jugar una partida de ajedrez equivale a cuestionar continuamente al oponente a la vez que se responden las preguntas que él nos realiza a nosotros. Las pequeñas preguntas se encuadran dentro de otras más grandes. A medida que vas mejorando en el juego eres capaz de enfocar la atención rápidamente en las importantes. Intuyes que determinadas preguntas son las importantes debido a que se dirigen hacia la ambigüedad conceptual que mantiene activa tu atención. La cuestión general para responder durante una partida de ajedrez es ¿cómo puedo dar jaque mate al rey rival?, pero las cuestiones recurrentes que nos ayudan a responder la cuestión mayor son tales como: ¿qué estoy intentando lograr aquí?, ¿qué pasa si hago tal cosa o tal otra?, ¿qué hago ahora?, ¿cómo responderá a esto?, ¿qué quiere ese caballo?
El antifilósofo Friedrich Nietzsche vio mejor que nadie cuál es la clave de la acción de preguntar: “Tan solo escuchamos aquellas preguntas a las que podemos responder”. El valor educativo del ajedrez radica en que hace del preguntar un acto reflejo; llegar a ser mejor jugador de ajedrez consiste en lograr que tus preguntas sean cada vez más ricas y pertinentes. Gran parte del desarrollo en ajedrez está relacionado con cultivar la inclinación de reconsiderar las jugadas de una forma más inquisitiva de lo que se suele hacer, pero este esfuerzo depende de que estés lo suficientemente concentrado. La lección para la vida que nos brinda el ajedrez suele relacionarse con la capacidad de adelantarnos a las intenciones del rival, pero creo que este objetivo nos empuja a nosotros mismos a ir más allá de nuestra zona de confort cognitiva, de cuestionar el lugar en el que, de manera natural, queremos dejar de pensar: ¿esto es lo que hay?, ¿no hay nada más que descubrir aquí?
La mayoría de los estudios acerca del pensamiento ajedrecístico versan sobre la idea de la maestría y se centran sobre todo en el asunto de la percepción; estudian la capacidad visual de ver una posición, pero no abordan el pensamiento entendido como un proceso productivo. La habilidad ajedrecística descansa sobre la capacidad de advertir patrones continuamente y reconocerlos en contextos relativos a ellos. Los patrones son el material bruto del proceso de fragmentación cognitiva, son constelaciones de piezas que gradualmente vamos comprendiendo a modo de elementos competitivamente significativos. En algunas ocasiones se trata de una estructura de peones determinada, en otros casos de una casilla en concreto y algunas veces consiste en la relación entre distintas piezas. En la mayoría de las partidas se combinan todos esos elementos y alguno más; a medida que mejoras en ajedrez, aumenta tu capacidad para experimentar la posición en su totalidad, como si se tratara de un patrón singular.
Reconocer patrones es el rasgo característico de cualquier conocimiento experto. Por ejemplo, cuando un guardaespaldas evalúa el riesgo dinámico de una situación de cara a proteger a una figura importante de una posible agresión, tiene que tomar en consideración una serie de patrones; factores tales como la visibilidad, la movilidad, la densidad del público o las condiciones climáticas. Si el patrón general que surge de la combinación de todos estos micropatrones apunta a una situación de riesgo, por razones que no siempre pueden predecirse con exactitud, se tomará una decisión determinada, por ejemplo, tomar una entrada alternativa o buscar una ruta más larga pero segura.
Sin embargo, el ajedrez en concreto puede enseñarnos algo específico