Название | Encuentros decisivos |
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Автор произведения | Roberto Badenas |
Жанр | Религия: прочее |
Серия | |
Издательство | Религия: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788472088511 |
Con el recuerdo del frescor del río todavía empapando sus cabellos, el joven se adentra en la ardiente soledad de aquel lugar maldito.1
De lejos le llegan los aullidos de los chacales enloquecidos por el hambre y la sed, que esperan a que caiga la noche para bajar al valle a saciar sus instintos. Un ave de rapiña, quizá un halcón, se cierne amenazadora, contra el azul sin nubes, planeando sobre su presa.
¿Qué busca el peregrino allí donde apenas nada se encuentra? ¿Qué han buscado en tantos otros desiertos todos esos exploradores, aventureros de alto riesgo o místicos iluminados, al lanzarse a impensables travesías en solitario, poniendo a prueba sus límites? Quizá algo más que la fascinación de lo desconocido y los secretos de sus zonas inexploradas. Porque lo quieran o no, la soledad es también el lugar de encuentro inevitable con su propio mundo interior, con sus regiones ocultas, tan llenas de sorpresas y peligros como los rincones más apartados de nuestro planeta. El desierto es el lugar ineludible del encuentro consigo mismo.
Más aún. Quien no teme acercarse al absoluto, en cualquier lugar, por remoto que sea, corre el peligro de encontrarse también con Dios, que se halla en todas partes. Por eso, el desierto, ese ámbito donde nadie distrae la atención del buscador ni nada puede ocultar la certeza de la ineludible presencia del infinito, siempre ha sido el lugar escogido por quienes sienten la necesidad imperiosa de retirarse del mundo a meditar u orar. 2
El recién bautizado busca un lugar apartado donde reflexionar sobre lo que acaba de ocurrirle en el Jordán. 3 Una voz divina le ha hablado, y él entiende que Dios lo está llamando a una tarea singular. Pero la voz del cielo solo ha dicho:
—Tú eres mi hijo amado; me siento orgulloso de ti. 4
Jesús necesita escuchar más la voz de su padre para saber qué espera de él. Ha llegado el momento de descubrir en qué va a consistir su misión y de decidir cómo emprenderla.
Ha dejado su hogar de Nazaret, y su familia no lo comprende. Desde que este carpintero soñador se empeñó en traspasar el taller a sus hermanos y se despidió de los suyos, su madre no hace más que llorar. Ninguno de sus parientes lo apoya. Algunos no cesan de ridiculizarlo tratándolo de iluminado, de fanático o de loco, y sin duda ahora se alegran de perderlo de vista. 5 Nadie, ni siquiera él, es profeta en su tierra. 6
Necesita un ambiente de serenidad y calma para reflexionar sobre su vocación y asumir los riesgos que deberá afrontar si desea seguir la voz del cielo. Aquí, en el silencio del desierto de Judea espera encontrar la paz y la inspiración que le permitan escuchar en el fondo de su corazón la respuesta de Dios a sus numerosas preguntas.
No obstante, este páramo inhóspito es un lugar temible, sin agua, sin comida, efímero escondite de bandidos, guarida de alimañas hambrientas y de víboras mortales. Quien se extravía en él sabe que deberá hacer frente a cualquier adversidad sin protección alguna. No en balde la mayoría de los seres humanos tememos a la soledad y la evitamos a toda costa. Es más, cierto nivel de aislamiento resulta insoportable para quien tiene miedo de su propio vacío interior, o para quien ya ha intuido que en el fondo de su ser se asoman presencias indeseables. 7 Y aunque este no sea su caso, Jesús no ignora que ese desierto es para muchos un lugar siniestro, donde dicen que merodean los demonios...
Pero ¿qué peligro real puede haber en el desierto para alguien como él? ¿No abunda más el mal en las ciudades? Desde los tiempos más remotos sobre esta tierra no quedan paraísos al abrigo del peligro, ni los más deshabitados. Porque cuando nos hallamos completamente solos rara vez estamos en buena compañía… Ahí están, al acecho, lo queramos o no, nuestros inevitables pensamientos y las exigencias ineludibles de nuestro cuerpo.
Lo temible del desierto es que nos obliga a asumir lo que somos realmente, sin ayuda externa, sin poder fingir ni escapar. Allí somos de veras nosotros mismos. El desierto es, en tanto que lugar de paso obligado para los que se buscan a sí mismos, el ámbito por excelencia de la prueba, porque las decisiones más difíciles las tenemos que tomar siempre en el reducto aislado de nuestra soledad interior. El desierto es, por consiguiente, un peligroso campo de batalla contra enemigos invisibles.8
El contraste entre este paraje desolado y el de su vivencia anterior no puede ser mayor. Al instante sublime en el que Jesús se siente abrazado por el amor del padre en la frescura del agua en medio del río, le sucede la ardiente soledad de este erial. Unas horas de marcha han bastado para hacerle pasar de la comunión con Dios a través de los cielos abiertos, a la sensación dolorosa de abandono y, lo que es peor, a la convicción absoluta de la presencia de enemigos al acecho.
Jesús presiente que no está solo. Intuye la proximidad de bestias hambrientas y espíritus malignos. Se encuentra perdido entre lo infrahumano y lo sobrehumano, sin más compañía que su vulnerable humanidad y el oscuro mundo de las sombras.
Así, cuarenta días.9
Cuarenta noches debatiéndose en la duda, sin poder comunicar con nadie, desamparado en una tierra dura e inmisericorde, y bajo un cielo que parece infinitamente lejano…
Cuando más hiriente resulta su abandono, cuando teme desfallecer de inanición y zozobra, al borde del delirio, nota que alguien se acerca. El texto bíblico llama a este intruso con el nombre genérico de peiradson, «el tentador». Pero Jesús aún no sabe quién es. Pronto se dará cuenta de que está siendo acechado por su peor enemigo.
Pero ¿cómo puede alguien tan espiritual como Jesús ser tentado? Alguien que busca como él la comunión con Dios no debería correr ese riesgo…
Completamente falso.
En este mundo el camino del creyente pasa necesariamente, una y otra vez, por el desierto de la tentación. Ser tentado es el precio de ser libre, de poder escoger entre varias opciones y de correr el riesgo de equivocarse. Esa libertad y ese riesgo son lo propio de la naturaleza humana.10
Para Jesús, asumir nuestra condición significa tener que enfrentarse, necesariamente, como Adán y Eva, como los israelitas en el éxodo, como cada uno de nosotros, con decisiones que esconden a menudo amenazadores riesgos. Es en nuestro propio ser, en el corazón de nuestro libre arbitrio, donde con mayor perfidia atacan y donde tenemos que enfrentar las fuerzas del mal.
Este joven idealista y generoso como nadie, que buscando respuestas divinas a sus inquietudes humanas acaba de responder al llamamiento de Dios entregándose plenamente a su voluntad, ahora que está haciendo planes concretos para dedicarle su vida, se encuentra como abandonado en el angustioso desierto de la prueba.
-¿No será -se pregunta- que Dios me está diciendo que estoy equivocado?
Su alma torturada por la duda acabará aprendiendo por experiencia propia que «nunca sale uno de las filas del mal para entrar en el servicio de Dios sin arrostrar los asaltos de Satanás».11 Incluido él mismo. O, mejor dicho, él más que nadie.12
El tentador, el pérfido peiradson, es muy astuto. No va a dejarse reconocer tan fácilmente. Sabe que para convencer a alguien tiene muchas más garantías de éxito si disfraza la tentación de necesidad, si la convierte en una urgencia o la hace pasar por algo lícito. De modo que, siguiendo su artera táctica, perfeccionada tras milenios de éxitos, empieza por insinuar en la mente del tentado un pensamiento que resulte lógico, un deseo que parezca legítimo, una voz que pueda recordar a la de un ángel.
Toda tentación real deviene tarde o temprano en una lucha interior, profunda, sutil, camuflada de buenas excusas, disfrazada de razones loables, y matizada por todos los atenuantes y todas las justificaciones posibles. Así es como el tentador se presenta delante de Jesús, como la voz