Название | Encuentros decisivos |
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Автор произведения | Roberto Badenas |
Жанр | Религия: прочее |
Серия | |
Издательство | Религия: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788472088511 |
Y es que el maestro tiene la rara facultad de ver más allá de las apariencias, de detectar la presencia de lo divino en lo humano y de lo celeste en lo cotidiano. Con él se aprende a ver con ojos nuevos las cosas viejas, y a dejar de mirar las cosas nuevas con los viejos ojos de siempre. Su extraña capacidad de amar le permite vislumbrar radiantes mariposas en las más feas orugas y santos admirables en indignos pecadores. Porque amar de veras «es ver la belleza que hay en el corazón de otra persona».20
Hay maestros que enseñan guiando a sus alumnos como a los caballos: paso a paso. La mayoría necesitamos ser guiados así, respetando nuestro ritmo. Hay otros que enseñan potenciando lo que encuentran de bueno en el discípulo, animándolo a avanzar y a crecer, porque todos aprendemos mejor cuando somos alentados. El nuevo maestro enseña de ambos modos: acompasando los pasos de todos y motivando a cada uno, estimulando con franqueza cualquier progreso.
El maestro es capaz, además, de entender los sueños de sus potenciales discípulos. Por eso puede soñarlos como aun no son e imaginar la realidad en la que pueden convertirse. Sabe que el ser humano se crece cuando se sabe soñado.21
Así estos jóvenes, como tantos otros que vendrán después, al compartir entre sí las nuevas perspectivas que su encuentro con Jesús aporta a sus vidas, van extendiendo su invitación a seguirle y hacen crecer poco a poco su pequeño grupo de discípulos. Con tan entusiastas portavoces se va extendiendo la obra del insólito maestro, tomando a hombres y mujeres donde están, tal como son, y transformándolos poco a poco en seres nuevos, llenos de increíbles posibilidades.
Como Natanael, cada uno tenemos nuestros propios criterios, algunos de ellos falsos. Nos cuesta entender que Dios proponga caminos distintos de que los que nosotros conocemos. Por eso el maestro desconcierta con la aparente sencillez de sus planteamientos.
Todos solemos admirar lo extraordinario, las grandes realizaciones de la humanidad, los grandes personajes de la historia.22 Al mismo tiempo, como es evidente que no todos podemos ser los primeros en todo, y muy pocos pueden hacer realidad sus delirios de grandeza, la inmensa mayoría nos condenamos a nosotros mismos a conformarnos dentro de la categoría de los «del montón». Esta realidad parece haber activado en infinidad de seres humanos unos mecanismos de defensa que los retienen en lo que los clásicos llamaban aurea mediocritas23 y que cabría traducir como «la apología de lo pasable».
En todas las sociedades las penurias económicas, la ignorancia, las injusticias de la vida, la dificultad de estudiar ciertas carreras o de encontrar un trabajo interesante minan el optimismo natural de la infancia y el idealismo de la adolescencia. A medida que pasa la juventud y la vida adulta se complica, las circunstancias llevan a los desanimados hacia la evasión, la resignación o la inhibición, produciendo con frecuencia vidas rutinarias, conformistas, desilusionadas, abocadas al fracaso.
Desde siempre muchos jóvenes pierden pronto sus ambiciones más legítimas, tanto en lo que se refiere al ámbito de los estudios, del trabajo o el éxito personal, como en el ámbito espiritual de los ideales y de los valores.24 En todas las áreas de la existencia la inercia que prevalece es la de contentarse con resultados mediocres o la de justificarlos.25 No comprometerse, no atreverse a intentar nada nuevo por comodidad, por miedo al esfuerzo o temor al ridículo, conformándose con «seguir tirando» entre la improvisación y el desánimo, cuando tantos podrían alcanzar una realidad altamente motivadora con un poco de esfuerzo y más voluntad.
Ahí es donde Jesús se distingue de otros maestros.26 Es cierto que predica un estilo de vida sencillo y modesto, pero suscita elevadas aspiraciones y enseña una profunda filosofía de la existencia. Su persona irradia «un poder escondido, que no puede ocultarse del todo».27 Hasta sus enemigos tienen que confesar que «jamás hombre alguno ha hablado como este hombre».28
Si hay una cosa que deja bien clara a los suyos es su deseo de que alcancen la excelencia:
—¿Qué hacéis de extraordinario? —preguntará a sus discípulos demostrando que no se contenta con poco. ¡Hasta se atreve a animarles a que sean «perfectos», es decir, a que desarrollen hasta donde puedan las innumerables posibilidades que laten en su ser!29
Así es como transforma sus vidas, mostrando de qué son capaces, y qué pueden llegar a ser si abren al poder de la gracia divina.
Desde el principio de su ministerio el maestro llama a jóvenes y menos jóvenes a convertir sus vidas ordinarias en vidas extraordinarias. A cambiar esa existencia mediocre de la que no se sienten satisfechos, por algo grande, noble y bello. Al llamarlos a seguirle les invita a enrolarse en una misión comprometida, consagrada a una gran causa. Su llamamiento los arranca de su realidad rutinaria y los lanza a una aventura fabulosa, arriesgada, intensa, difícil, heroica incluso, en la que no hay lugar ni para el sin sentido ni para la superficialidad.
Quienes siguen a Jesús pronto dejan de ser ciudadanos del montón. Su ejemplo despierta en el fondo de su ser la respuesta a la llamada del ideal, y así esos jóvenes inquietos pronto estarán dispuestos a continuar la andadura apasionante iniciada por él.30 Al dar sentido a su existencia, Jesús da una dimensión extraordinaria a sus vidas ordinarias.
El maestro intuye que su ministerio sobre esta tierra puede ser muy corto. Por eso lo vive de un modo tan intenso. Después de haber pasado su juventud como carpintero31 construyendo casas donde habitar, arados para cultivar la tierra y yugos para compartir las cargas, ahora se ha empeñado, como educador, en construir un mundo más habitable, idear herramientas nuevas para cultivar los corazones y buscar modos más solidarios de compartir las fatigas humanas.
Como no acaba de gustarle la manera en que vive su espiritualidad la mayoría de la gente de la comunidad religiosa en la que ha nacido, decide, en vez de abandonarla, como suelen hacer los descontentos, algo infinitamente mejor, pero mucho mas difícil, es decir, ir construyendo con sus seguidores una nueva comunidad, que él decide llamar su «iglesia».32
Los representantes del clero y los dirigentes del país murmuran:
—No le hagáis caso. Este carpintero no está calificado. Es un megalómano ignorante.
No sabe lo que hace.
Pero él no se desanima porque sabe que, cuando alguien decide hacer algo importante, debe enfrentarse con la oposición de los que hubieran querido hacer lo mismo, pero no se atreven a asumir los riesgos, con las críticas de los partidarios de algo diferente, y sobre todo, con la resistencia de los que nunca hacen nada.
Al principio no cuenta más que con el apoyo de sí mismo y ya ronda la treintena. Pero la pasión de esos primeros discípulos ganados para su causa es tan contagiosa que ellos mismos van extendiendo la invitación a otros.
Cuando decide empezar a construir la comunidad de creyentes con la que él sueña, el maestro deja bien claro que no quiere fundar una religión, sino una escuela. La religión verdadera ya la tiene: es la que Dios ha revelado. Ahora quiere enseñar a ponerla en práctica. La esencia de su doctrina puede formularse en un par de frases:
—La religión pura y sin tacha a los ojos de Dios consiste en atender a los necesitados en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo.33 O, dicho de otro modo: ser un buen creyente consiste en vivir en comunión con Dios, y en tratar al prójimo con la empatía y solidaridad con las que uno quisiera ser tratado en sus circunstancias.34
Para él, la espiritualidad y la educación tienen un objetivo común: enseñar a pensar, enseñar a ser, enseñar a vivir y, por consiguiente, enseñar a convivir; es decir, enseñar a amar.35
Este valiente reformador tiene muchas ideas innovadoras y muy pocos prejuicios. Por eso admite en su equipo a jóvenes y viejos, a instruidos e ignorantes, a hombres y mujeres,36 algo totalmente inaudito en su mundo, porque además los acepta sin ninguna preparación previa. Y todo lo hace al margen de las instituciones religiosas mejor establecidas de su tiempo, es decir, al margen del templo y de la sinagoga. Sabe que «las verdades especiales para este tiempo se hallan, no en posesión de las autoridades eclesiásticas,