La ciudad en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz Marte

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Название La ciudad en el imaginario venezolano
Автор произведения Arturo Almandoz Marte
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412337129



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en menos de cincuenta años.[17] Esa urbanización atropellada pero irreversible, con mucho del campamento petrolero que la hizo cundir, está en la base de las deformidades que autores como Uslar y Liscano, seguidos de otros más jóvenes, continuarían endilgando a las metrópolis venezolanas, tal como veremos más adelante. Por todo ello, más que por agotamiento del ciclo temático iniciado con la novela seminal de Garmendia, es en el sentido existencial del escritor de la Venezuela urbanizada, aunque fuera a empellones, como debemos ahora revisar ese supuesto fin del costumbrismo urbano.

      Hacia la calle vamos

      Venimos de la noche y hacia la calle vamos…

      Manifiesto Grupo Tráfico (1981)

      El otro aspecto que nos identificaba, que tampoco hallábamos claramente expresado en nuestra literatura, era el hecho de que habíamos crecido en un país civil, que tejía la red de un sistema bipartidista, en el que los militares eran una suerte de episodio de otros tiempos, que creíamos que nunca volverían…

      RAFAEL ARRÁIZ LUCCA, Discurso de incorporación como Individuo de Número (2005)

      4. A DIFERENCIA DE LOS GRUPOS VANGUARDISTAS DE 1958 –para quienes la ciudad fue ora escenario reciente de una renovadora postura democrática tras la dictadura, ora laboratorio contracultural ante el aburguesado establecimiento intelectual– la metrópoli venezolana fue dejando de ser novedoso tema de costumbrismo urbano para las generaciones de los setenta y ochenta. Crecidas en el país urbanizado y la democracia erosionada, esas generaciones asumieron una postura más natural frente al consumado hecho metropolitano, mientras construyeron su obra sobre la institucionalidad cultural del Estado venezolano, donde había seguido cambiando la relación entre generalismo y especialismo.[18]

      En efecto, las décadas de los setenta y ochenta presenciaron giros de la relación entre intelectualidad y especialización, masificación urbana y establecimiento político en Venezuela. La creación del Ministerio de la Cultura en 1979, si bien fortaleció la difusión a través de cerca de 2.500 instituciones censadas como tales dos años más tarde, no llegaría a profundizar la buscada promoción y animación culturales entre las masas, multiplicando al mismo tiempo las competencias burocráticas en las postrimerías de la Gran Venezuela.[19] Sin embargo, se logró en aquellas décadas resquebrajar la tradicional alianza entre poder y escritura, que para José Balza había condicionado buena parte de la temprana producción intelectual en la Venezuela de Puntofijo: ya no se necesitaba «ser exiliado o guerrillero, diputado o periodista», así como tampoco dar «prioridad al exclusivo tema de la injusticia social», para ser considerado intelectual serio y respetable.[20]

      Tal despolitización estaría acompañada por una renovación de los cuadros y experimentos literarios, aunque no tuviera gran impacto popular sino más bien grupal. Sobre todo desde la creación del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) en 1974, fueron significativos los talleres impartidos desde universidades e instituciones públicas y privadas, siguiendo un modelo importado desde México por Domingo Miliani. Con frecuencia conducidos por creadores como Juan Calzadilla y Antonia Palacios, manifestándose en revistas como La Gaveta Ilustrada y Hojas de Calicanto, respectivamente, los talleres conformaron un nuevo mapa cultural donde destacaba la ciudad como paisaje, tal como epitomaran los grupos Tráfico y Guaire.[21]

      5. Como una de las voces más resonantes de aquel Guaire de los tempranos ochenta, Rafael Arráiz Lucca ofrecería más de veinte años después, en ocasión de su incorporación como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, un testimonio del contexto y las búsquedas literarias de su grupo, que eran en mucho las de la generación del país urbanizado:

      Los que integramos Guaire nacimos en Caracas en los últimos años de la década de los cincuenta o los primeros de la década de los sesenta. Ninguno había tenido la experiencia de la vida en el campo, ni había tenido el periplo que trazaron muchos de nuestros padres, quiero decir, el desplazamiento de un pequeño pueblo del interior a la metrópolis. Todos habíamos crecido en Caracas y, salvo Armando Coll, ninguno había vivido aún, fuera de la capital. Nelson Rivera, Luis Pérez Oramas, Leonardo Padrón, Alberto Barrera Tyszka, Javier Lasarte y quien esto escribe, éramos muchachos urbanos, pues, que no entendíamos bien cómo era aquello de que la ciudad era solo un infierno, cuando ese «infierno» había sido, también, nuestro paraíso. Nos buscábamos en nuestra literatura y, salvo excepciones, no nos hallábamos ni interpretados, ni retratados en aquellas lecturas desoladoras de la ciudad en donde habíamos crecido.[22]

      Mediante una producción sobre todo poética –género al que se refiere principalmente la visión negativa denunciada por Arráiz– Tráfico y Guaire acentuaron y diversificaron, entre 1981 y 1983, los motivos citadinos y metropolitanos de una generación que, repetimos, había nacido y crecido en el país urbanizado demográficamente. Provenientes del taller Calicanto, al primero pertenecieron Armando Rojas Guardia, Miguel Márquez, Yolanda Pantin, Alberto Márquez, Igor Barreto y Rafael Castillo Zapata; al segundo, un grupo de jóvenes muy vinculados a la Universidad Católica Andrés Bello, identificados ya por Arráiz Lucca, los cuales funcionaron también como taller.[23] Partiendo de los famosos versos de Vicente Gerbasi en Mi padre el inmigrante (1945) –«Venimos de la noche, y hacia la noche vamos»– Tráfico proclamó su cuño urbano no solo a tráves de su nombre, sino también del segundo verso actualizado: «Venimos de la noche y hacia la calle vamos», convirtiéndose en su lema, prédica en buena medida de otros grupos de los ochenta.[24]

      Aunque quizás en aquel momento no lo conceptuaran tanto como su desazón ante la sombría visión literaria de la ciudad venezolana, otro factor unificador de aquella generación –la cual habría de ser tildada de «boba» por su inconsciencia frente a las tormentas políticas en ciernes– era la asunción de haber crecido en una Venezuela democrática y estable, tanto política como económicamente. Empero, el país estaba en vísperas del Viernes Negro de 1983, cuando el bolívar perdería su libre convertibilidad frente al dólar, después de haber permanecido por dorados lustros en torno a 4,30. Fue ese el primer sacudón de una serie que, seguidos por el Caracazo de 1989, los golpes fallidos del 92 y la Revolución bolivariana iniciada con el siglo XXI, trastocarían aquel país de apariencia estable, donde germinaran Tráfico y Guaire. Por ello, mirando en retrospectiva a esa noche del verso de Gerbasi conjurada por ambos grupos a comienzos de aquella década crucial, Sainz Borgo ha señalado que «se alzaron desde la literatura sin considerar, quizá, el peso de la metáfora que invocaban».[25] Y el mismo Arráiz Lucca reconocería, en el ya referido discurso ante la Academia, las sorpresas que para su generación vendrían con esa noche conjurada, poniendo en perspectiva los vertiginosos cambios políticos definidores de este cuarto libro:

      El otro aspecto que nos identificaba, que tampoco hallábamos claramente expresado en nuestra literatura, era el hecho de que habíamos crecido en un país civil, que tejía la red de un sistema bipartidista, en el que los militares eran una suerte de episodio de otros tiempos, que creíamos que nunca volverían. Ustedes comprenderán, pues, que nuestras vidas han estado signadas por las sorpresas.[26]

      6. Después de la figuración inicial de los grupos, la producción de algunos de ellos se desarrollaría ya no solo a través del imaginario poético o narrativo, sino también de la especializada crítica literaria y cultural en centros intelectuales donde laborarían sus otrora miembros. En éstos emergerían nuevas voces del ensayo y la narrativa que recrearon procesos sociales varios, como en los casos de Miguel Gomes y Gustavo Guerrero, con especial referencia a lo urbano en Arráiz Lucca, Antonio López Ortega, Silda Cordoliani y Stefania Mosca, entre otros. Continuó acentuándose mientras tanto la tendencia al especialismo proveniente de décadas anteriores, según la cual el humanista fue desapareciendo, para dar lugar a expertos de una literatura profesional, la cual perdió con frecuencia su resonancia ensayística.[27]

      Efectivamente, desde los sesenta se había producido una especialización técnica de la literatura urbana, consecuencia en parte de la profesionalización de los estudios urbanísticos en Venezuela desde los años cincuenta. Perdida en ese especialismo la visión integradora sobre la ciudad y la urbanización, en su relación original con la cultura y la civilización,