En busca del amor perdido. Ricardo Bentancur

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Название En busca del amor perdido
Автор произведения Ricardo Bentancur
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983425



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años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Cor.12:2).

      Haciendo referencia al Creador, el salmista escribe: “Al que cabalga sobre los cielos de los cielos, que son desde la antigüedad; he aquí dará su voz, poderosa voz” (Sal. 68:33). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra” (Sal. 135:6). Porque para Dios no hay diferencia entre el cielo y la Tierra. Nada lo puede contener. Él está más allá de toda la creación, y más allá del espacio y del tiempo, pero entra con soberanía en nuestra historia.

       La búsqueda de un Padre

      Dijimos que el niño de Managua plantea la gran necesidad humana: todos estamos necesitados de una mirada paternal. Y esto es válido tanto para el orden natural como para el orden sobrenatural.

      No creo que la ausencia de mi padre terrenal haya sido la causa de mi búsqueda de un Padre celestial. Pero fue la condición que permitió el encuentro con el Eterno. Causa y condición son términos diferentes. La causa de que el agua hierva es el fuego; la condición, el recipiente donde hierve el agua. Fueron aquellas circunstancias en el mismo origen de mi vida lo que me fue llevando, como de la mano, al encuentro con Dios.

      ¿No te ocurre a veces que cuando entras de la mano del recuerdo en los pasillos de tu historia ves en las paredes cuadros que se suceden unos a otros correlativamente, como si alguien los hubiera puesto allí intencionalmente? ¿No crees acaso que haya una Inteligencia superior que se anuncia en la majestuosidad de la naturaleza y en el modo en que se han dado ciertos hechos de tu vida?

      En el departamento 2 de la calle Pedro Campbell vivía una partera, doña Margarita, a la que mi madre acudió una madrugada de otoño para que la ayudara a darme a luz. Sola y con dolores de parto, mi madre solo pudo atinar a golpear la pared contigua a fin de que alguien la ayudara. No había tiempo para llegar al hospital, y a las tres de la madrugada se oyó un llanto que hizo eco en el corredor de aquel viejo departamento de la calle Campbell. Contaba mi madre que pegué un grito de sorpresa cuando amanecí a la vida. La vida no me ha dejado de sorprender desde entonces.

      Doña Margarita tenía un esposo que era capitán del ejército, hombre parco, de pocas palabras, pero con un corazón enorme y generoso. Mi hermano prontamente le inventó un sobrenombre: Papá Flores. Con esta familia mi hermano vivió gran parte de su niñez. Papá Flores llegó a ser por obra y gracia de los acontecimientos una especie de padre sustituto para mi hermano. Y Pocho y Mima, los hijos de Papá Flores, sus hermanos.

      Pero Dios se guardaba lo mejor: doña Margarita era una creyente con una fe sencilla y práctica. Su espíritu de servicio, su amor por las personas que no se expresaba en palabras sino en hechos, ganó prontamente el corazón de mi madre, y sembró en ella la semilla del evangelio que con los años germinaría en su corazón.

       Un Padre celestial

      Cuando elevamos nuestro corazón a Dios, no nos dirigimos a “algo”, no nos sumergimos en la “energía cósmica”, como postula la filosofía oriental, ni nos fundimos con la “totalidad misteriosa del universo”. Nos dirigimos a “Alguien”, a una persona. Porque el Dios del universo es un ser personal que quiere relacionarse con nosotros cara a cara. Él está atento a los deseos y necesidades de nuestro corazón. La oración nos remite a ese Ser que es nuestro origen y destino. El Padrenuestro comienza con una invocación y termina con una alabanza al mismo Padre: el Alfa y la Omega. El principio y el fin de todo. San Agustín, en su comentario al Salmo 138, escribió: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti”. Cuando pronunciamos la palabra Padre, orientamos todo nuestro ser hacia el único que nos ama, comprende y perdona, pues somos sus hijos. En él encontramos el origen y el fin de nuestra vida. En el Padrenuestro, Jesús usa el término arameo Abba, una forma cercana e íntima para referirse al Padre. Significa “papá” o “papito”. La palabra “Padre” puede hasta inspirar cierto miedo. Pero Abba es un Ser personal y cercano.

      “Padre nuestro que estás en los cielos” apunta al fundamento último de esta Tierra, a Alguien que está más allá de los avatares del mundo. Expresa que más allá de los movimientos de tu vida hay un Dios infinito al que no lo toca el tiempo, ni la enfermedad, ni la decrepitud ni la muerte. Es tu castillo fuerte y tu refugio en tiempo de prueba. Puedes decir con el salmista: “Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (Sal. 18:2).

      El Padre celestial es quien da sentido y dirección a tus pasos en este mundo: “El Señor dice: Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti” (Sal. 32:8, NVI). Y, aunque tú no tengas noticia de él, o estés alejado de sus caminos, no dejará de buscarte para que tengas un encuentro con él. Entonces mirarás hacia atrás y verás que todos los puntos inconexos de tu vida se unen para conformar un cuadro con sentido.

      Detrás del ir y venir de los acontecimientos de este mundo, del ascenso y la caída de los reinos de esta Tierra, hay un Dios que controla el universo. No tenemos nada que temer, porque “muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Dan. 2:21).

      Y, detrás del escenario de tu propia existencia, donde se suceden hechos de los que ni siquiera tienes conciencia, también está Dios: “Yo tomé en mis brazos a Efraín y le enseñé a caminar, pero él nunca reconoció que era yo quien lo cuidaba. Yo los atraje a mí con cuerdas humanas, ¡con cuerdas de amor!” (Ose. 11:3, 4, RVC). El Padre celestial tiene la llave que guarda el secreto de tu vida. Él abre y cierra, de acuerdo a si aceptas o no su invitación de vivir en ti.

       “Romperse puede todo lazo humano,

       separarse el hermano del hermano,

       olvidarse la madre de sus hijos,

       variar los astros sus senderos fijos;

       mas ciertamente nunca cambiará

       el amor providente de Jehová”

      (Elena de White, El camino a Cristo, p. 16).

       PARA REFLEXIONAR

      1 ¿Qué significa para ti la expresión “Padre nuestro que estás en los cielos”?

      2 ¿Puede la ausencia de un padre terrenal ser la condición para buscar al Padre celestial?

      3 ¿Cómo es el Padre de Jesucristo? Descríbelo con tus palabras.

      4 ¿A quién nos dirigimos cuando elevamos una oración a Dios?

      1 Eduardo Galeano, El libro de los abrazos (Buenos Aires: Ed. Siglo XXI, 1989).

      2 Para el creyente, la vida es un drama y no una tragedia. Porque en el drama, la historia de los personajes puede cambiar, mientras que en la tragedia los personajes están signados y determinados por el destino. Por eso, el drama tiene siempre una resolución final, mientras que la tragedia no la tiene. En la tragedia, los personajes siempre mueren. La diferencia entre estos géneros de la literatura y del teatro es el final de la obra. El drama tiene resolución ante la muerte; la tragedia, no.

       Oh mi Señor,

       Si yo te adoro

       por temor al infierno,

       quémame en el infierno.

       Si te adoro

       por la esperanza del paraíso,