Название | El poder invisible del volcán |
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Автор произведения | Nidia Ester Silva de Primucci |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983371 |
Hans no conocía aún muchas palabras del idioma de la isla, pero las que sabía eran importantes y las empleaba todos los días. Mientras los dos muchachos trabajaban trayendo más piedras de la playa, se comunicaban por medio de señales y con la ayuda de las pocas palabras que ambos sabían del idioma del otro.
—¿Para qué? ¿Para qué? —preguntaba Satu, para que Hans le explicara el trabajo con las piedras.
Por toda respuesta Hans le señaló a su padre, que en ese momento salía de la casa nueva y contemplaba el montón de piedras con una amplia sonrisa. Satu comprendió que por alguna razón el maestro grande estaba contento con las piedras. El hombre se arremangó la camisa y comenzó a llevar las piedras más cerca de la casa. Luego Satu vio que desde una colina de suelo fértil traía tierra blanda. Entonces notó que el maestro se proponía construir una especie de cerco de piedras alrededor de la casa, dentro del cual estaría la tierra blanda. En efecto, así lo hizo.
Satu se moría de curiosidad por saber para qué era eso, y le preguntaba con impaciencia a Hans, pero este no sabía las palabras suficientes para darle una explicación.
—Espera, espera, y ya verás —le respondía el hijo del maestro. Y Satu tuvo que esperar.
Otros indígenas vinieron y acarrearon piedras, faena que duró más de un día. En realidad, pasaron varios días hasta que el cerco rodeó la casa. Tenía como setenta y cinco centímetros de altura y otro tanto de ancho. Cuando estuvo listo, el maestro llevó a la gente a la espesura, desde donde trajeron humus de hojas y tierra húmeda, que depositaron dentro del cerco de piedra.
Luego, el hombre grande les mostró algunas semillas. Entonces Satu comprendió. El maestro no podía tener un jardín, porque nada crecía donde había levantado la casa. El jefe Meradin le había negado un terreno fértil, pero ahora el maestro haría un jardín dentro del cerco de piedras.
El jefe Meradin vino a mirar.
—Este maestro tiene mucha voluntad —dijo—. Debe de ser por la magia que proviene de esas cosas negras.
Satu estaba tan interesado por las semillas que el maestro había plantado que varias veces al día iba a mirar si ya habían brotado. Cuando nacieron eran tan pequeñitas que casi podía decirse que no eran plantas. Pero a los pocos días aparecieron hojas redondas, y cuando el muchacho las examinó, notó que despedían una fragancia intensa y agradable.
Para el tiempo en que las plantas habían crecido hasta la altura del pecho de Satu y se habían llenado de capullos de flores rojas, el maestro ya había aprendido a hablar muchas palabras del lenguaje de la isla. También había pintado de blanco su casa y las piedras del cerco. El conjunto lucía hermoso en la aridez de la playa: muros blancos y plantas verdes con racimos de capullos rojos.
El maestro había construido también un cerco de rocas bajito, que encerraba una porción de terreno alrededor de la casa, y había pintado las rocas de blanco. Cuando la lluvia lavaba la pintura, volvía a darles una y otra mano.
Con ayuda de algunos nativos también construyó un bote, que también pintó de blanco. Pronto los isleños descubrieron que el hombre era un buen pescador.
El jefe Meradin observó la construcción de la casa en la playa y habló poco, pero Satu sabía que su padre estaba muy disgustado. Por supuesto, todos sabían que el jefe no molestaría al maestro en su nueva casa de la playa. La arena no pertenecía a nadie. Era propiedad de los espíritus del mar.
El jefe no podía impedir que la gente del pueblo visitara la casa del maestro, o comiera los deliciosos pastelillos que su esposa preparaba en el horno de piedra, o fuera a escuchar al maestro y su familia cuando cantaban los hermosos himnos a la mañana y a la noche.
—No sé qué hacer —dijo finalmente un día el jefe Meradin—. Pienso que debo avisar a Tama que regrese. Ya ha estado ausente durante varias semanas. Él sabrá cómo combatir esta nueva brujería.
Satu vio partir al mensajero del jefe con el aviso para Tama, y sintió pesado el corazón. Sabía que la lucha era inminente. Las dos magias —la vieja y la nueva— nunca podrían mezclarse.
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