Название | El poder invisible del volcán |
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Автор произведения | Nidia Ester Silva de Primucci |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983371 |
Satu miró los ojos azules del muchacho. Ahora sabía que se llamaba Hans. El muchacho le sonrió y Satu también sonrió. El muchacho corrió y trajo a su hermanita, y les hizo entender a Satu y a su padre que se llamaba Marta. La niñita se tomó de la mano de Satu. Sus largas trenzas rubias viboreaban cuando saltando alrededor de los dos muchachos reía y hablaba en un idioma que la gente de Sangir nunca había oído.
Nuevamente el maestro señaló hacia sus bultos y luego hacia el camino que llevaba a la aldea. Satu sabía lo que quería decir. Deseaba que todos lo ayudaran a llevar las cosas al caserío, y esperaba que alguien le mostrara un lugar donde pudiera quedarse.
Satu vio el rostro de su padre ensombrecido. Sabía que su padre temía a esa gente sonriente. No obstante, debía tomar alguna decisión con respecto a su alojamiento.
—Los pondremos en la choza de Tama —le dijo a Gola, uno de los ancianos de la isla que se hallaba cerca—. La choza se llueve, pero se podrá arreglar con unos pocos puñados de paja. Tama está en el otro lado de la isla y tardará unos cuantos días en volver.
Satu contuvo el aliento. Tama era el hechicero de la aldea. Tal vez la magia de los nuevos maestros y los espíritus familiares de Tama no se entendieran bien. Era una osadía de parte del jefe Meradin poner a esa gente en la casa de Tama. Con seguridad, Tama no hubiera estado de acuerdo. Satu estaba seguro de que el brujo no se alegraría por la llegada de esa gente a la isla, aunque no sabía aún lo que era un maestro. Pero, por supuesto, su padre tenía derecho a hacer cualquier cosa que quisiera. Para eso era el jefe de la aldea.
Capítulo 2
Las dos magias
Hombres y mujeres cargaron con los bultos, pequeños y grandes, y la procesión se encaminó por el sendero de la costa hacia el villorrio. Satu llevaba un atado en la cabeza y Hans también llevaba uno. Los muchachos corrían juntos, y ambos reían porque Satu llevaba su paquete en la cabeza tan fácilmente como su cabello, mientras que a Hans se le caía el suyo. Satu pensó que quizás era por el cabello brillante, pero sólo podía reírse. La conversación era limitada.
Satu se sorprendió cuando vio que la mujer blanca y la niñita no cargaban con nada. Le llamó la atención, porque las mujeres de Sangir siempre trabajaban más que los hombres. Llevaban las cargas más pesadas y hacían los trabajos más duros.
Cuando llegaron frente a la choza de Tama ya era mediodía. Satu descargó su paquete y miró hacia la bahía. El volcán emergía del mar como un enorme tronco de árbol que hubiera llegado a las estrellas si no hubiera sido tronchado.
El sol se hundía lentamente tras el volcán, inflamando la atmósfera de llamaradas rosadas, violetas y doradas. Satu salió de la choza de su padre y caminó hacia donde la familia de forasteros se había instalado para pasar la primera noche en Sangir.
Durante todo el día había habido grupos de curiosos junto a la choza, observando cómo el hombre barbudo abría los bultos y sacaba cosas para prepararle camas a la familia. Ahora todos estaban enterados de que el cabello del hombre era tan rojo y rizado como su barba. La gente se había apretujado contra la puerta de la choza para ver la comida de la familia, que no era gran cosa, por supuesto, pero todos se excusaron a sí mismos de ofrecerles alimentos debido a que el “espectáculo” que estaban contemplando era de lo más insólito y extraño. No podían dejar de mirar ni un momento los utensilios que empleaba esa gente para comer. Servían la comida en unos platos raros, no en recipientes de cáscara de coco u hojas frescas de la selva, aunque había allí cerca muchas y muy buenas.
Satu se quedó observando con los demás. Las paredes de la choza de Tama eran de paja y estaban llenas de agujeros. Se podía pegar el ojo a cualquiera de ellos y mirar perfectamente hacia adentro. Si no había un agujero al nivel adecuado, uno podía abrirlo en un instante.
Aunque la gente del interior sabía que era observada en todos sus movimientos, parecía no darle importancia al hecho. Desempacaron algunas de sus cosas. A los demás bultos los acomodaron, sin abrir, en un rincón del cuarto. Este era de un solo ambiente de cuatro por seis metros aproximadamente, con un fogón de tierra en un extremo. El fogón era pequeño, porque Tama, el hechicero, vivía solo. No tenía esposa, ni hijos, ni siquiera un animal que le hiciera compañía.
De una de las cajas, Satu vio que el maestro sacaba varias cosas de forma rectangular, que puso a un lado. Parecía que no eran del todo sólidas, y eso le llamó la atención. Estaban hechas de hojas muy delgadas en todo su interior. A la vista de esos extraños objetos, muchos de los que espiaban por los agujeros, como también los que estaban junto a la puerta, prorrumpieron en exclamaciones de temor y sorpresa. “Magia —se decían unos a otros—. ¡Qué cantidad de magia ha traído este hombre!”
La mayoría de esas cosas de forma rectangular eran de color castaño o negro, y no todas eran del mismo tamaño o espesor. El maestro las tomaba con cuidado, como si se tratara de algo muy precioso para él.
—Sí, es magia —le dijo uno de los aldeanos a Satu—. Podríamos haber supuesto que traería magia, pero yo no esperaba que tuviera esa apariencia. Claro, cada persona usa la de su clase. Nadie puede vivir sin magia.
Maravillados y llenos de temor, los aldeanos se alejaron. Ya había oscurecido y no era prudente permanecer más tiempo cerca de la choza donde el maestro estaba desempacando una magia tan extravagante.
—Me parece que es peligroso que esa gente duerma en la choza de Tama —le dijo Satu a su madre—. Es el lugar donde Tama habla con los demonios. ¿Qué pasaría si las dos clases de magia comenzaran a luchar?
—No te preocupes por eso —respondió la madre—. ¿Acaso sabemos si Tama no se ha llevado consigo a sus demonios? Comúnmente