Foucault. Manuel Mauer

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Название Foucault
Автор произведения Manuel Mauer
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789505568017



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épocas anteriores o posteriores, pertenecientes incluso, supuestamente, al mismo campo disciplinario: mostrará por ejemplo que la biología de Cuvier tiene menos que ver con la historia natural de Carlos Linneo que la precede que con la economía política de Ricardo que le es contemporánea. La arqueología sería, por lo tanto, una ciencia de los sistemas entre aquello que es contemporáneo y de las discontinuidades entre lo sucesivo.

      Lo central para Foucault es que, respecto de este sistema anónimo, el hombre entendido como finitud fundamental aparecerá, ya no como condición primera de la experiencia y del saber (lo que es en buena medida para la filosofía poskantiana), sino como efecto secundario (“un centelleo en la superficie”) cuyo surgimiento, relativamente reciente, coincidiría con la conformación de la episteme moderna, hacia finales del siglo XVIII, y cuya desaparición bien podría producirse de un momento a otro. A esto se refiere Foucault con esta idea –disparatada en apariencia, deliberadamente provocadora– de un nacimiento reciente y una muerte inminente del hombre. No se trata, claro está, de la existencia del hombre como especie biológica, ni tampoco de la reflexión moral o jurídica sobre la existencia humana, sus valores o sus derechos (muy anterior, por cierto, al siglo XIX), sino del rol que ocupa la figura del hombre en el entramado del saber occidental. La tesis postula, esencialmente, que en el saber renacentista o en el saber clásico el hombre no ocupaba ninguna función relevante desde el punto de vista epistemológico. Sin embargo, desde finales del siglo XVIII, cuando se rompe –por motivos insondables– la transparencia del discurso clásico (para el cual, según muestra Foucault en Las palabras y las cosas, el ser y la representación coincidían sin resto), el hombre irrumpe como finitud fundamental, es decir, como aquel que es capaz de representarse, aunque sea de forma parcial e imperfecta, aquello que, por sí mismo, escapa ahora al ámbito de lo representable:

      En la representación los seres ya no manifiestan su identidad, sino la relación exterior que mantienen con el ser humano. Este, con su propio ser, con su poder de darse representaciones, surge en el hueco que dejan los seres vivos, los objetos del intercambio y las palabras cuando, abandonando la representación que había sido hasta ese momento su lugar natural, se retiran en la profundidad de las cosas y se enroscan sobre sí mismos, según las leyes de la vida, de la producción y del lenguaje. En medio de todos, encerrado por el círculo que forman, el hombre es designado o más bien requerido por ellos. (MC: 323)

      En otras palabras, el hombre pasa ahora a ocupar un lugar central al convertirse a un tiempo en sujeto (es decir sub-jectum, fundamento) de todo saber y, por ello mismo, en el objeto predilecto del conocimiento positivo. Kant es quien, desde la filosofía, conceptualizó este desplazamiento de forma más acabada: como bien demuestra en la Crítica de la razón pura (1781), en la medida en que lo real ya no cabe en la representación, la única forma de salvar el conocimiento objetivo es renunciar a la pretensión de alcanzar un conocimiento de lo real en sí mismo y hacer del sujeto la condición universal de toda experiencia y de todo saber. El hombre se convierte así en el protagonista de la episteme moderna, en su doble condición de sujeto del conocimiento y de objeto por antonomasia, y en ese sentido sería una invención relativamente reciente.

      Dicho esto, cabe preguntarse si, en la medida en que ese imperativo de lucidez, esa búsqueda de las condiciones últimas de posibilidad de la experiencia lleva a historizar los discursos de verdad, sus supuestos fundamentos y las reglas que definen lo que, en una determinada época histórica, puede ser considerado como verdadero, abrazar dicho imperativo no implica, al mismo tiempo, paradójicamente, renunciar a la idea misma de verdad. Si aspira en alguna medida a articular un discurso verdadero, ¿no estaría Foucault serruchando la rama en la que está parado? ¿No implica ese gesto de historización a ultranza caer en un escepticismo sin retorno? Pues no, y ello en, al menos, dos sentidos.

      Por un lado, porque la historización de las condiciones de posibilidad de la experiencia no impide que, en el seno de una determinada época histórica, de una cierta episteme (Renacimiento, Época Clásica, Modernidad), haya reglas establecidas y coherentes y, por ende, discursos que puedan ser considerados como verdaderos y otros que no. En otras palabras, que las condiciones de la experiencia sean históricas no quiere decir que se pueda decir cualquier cosa en cualquier momento (al menos, no sin caer en el ridículo y que ese discurso carezca de toda eficacia). Que no haya verdades últimas, suprahistóricas, no implica que no haya verdad sin más. En ese sentido, sería inadecuado hablar de Foucault como de un pensador de la “posverdad”.