Foucault. Manuel Mauer

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Название Foucault
Автор произведения Manuel Mauer
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789505568017



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devenir como un proceso continuo a través del cual la razón se va abriendo paso entre el error, la superstición, la censura, hasta dar finalmente con una verdad que la esperaba allí, oculta y agazapada, desde un inicio. Esta matriz supone que, a pesar de los contratiempos y breves desvíos, hay progreso, que avanzamos como especie en una dirección clara y definida de antemano que coincide, por otra parte, con la conquista de una mayor racionalidad y el encuentro cada vez más pleno con la verdad y la libertad.

      Tres aspectos de este tipo de historicismo teleologizante (en el sentido de una historia orientada de antemano hacia un telos, hacia un fin que es dirección, culminación y sentido de esa historia) son problemáticos para Foucault. En primer lugar, su vocación fundacional. Queda claro que lo que se busca en última instancia a través de este tipo de enfoques es legitimar el curso general de la historia, el cual se contrapone a la inspiración crítica de la perspectiva foucaulteana. En segundo lugar, su matriz antropológica. Para Foucault, el pensamiento dialéctico lleva directo al humanismo:

      Porque es una filosofía de la historia, porque es una filosofía de la práctica humana, porque es una filosofía de la alienación y de la reconciliación. Por todas estas razones y porque es siempre, en el fondo, una filosofía del retorno a uno mismo, la dialéctica promete de algún modo al ser humano que se volverá un hombre auténtico y verdadero. Ella promete el hombre al hombre y, en esa medida, no es disociable de una moral humanista. En este sentido, los grandes responsables del humanismo contemporáneo serían Hegel y Marx. (DE I: 569)

      Para esta tradición, la historia solo se comprende a partir de un sujeto que se realizaría a través suyo (por ejemplo, la historia como advenimiento paulatino de la conciencia de sí de raíz hegeliana o, en su versión marxista, como proceso a través del cual el hombre vuelve a sí, se desaliena, se redescubre y se reconcilia consigo mismo, conquista su verdad y su autenticidad), cuando lo que busca Foucault es precisamente dar cuenta de las condiciones históricas de posibilidad de dicha matriz antropológica, como estratagema para intentar romper ese corsé. En tercer lugar, él objeta a este tipo de enfoques su doble obturación de la historia concreta: por un lado, porque en estas historias filosóficas se suelen privilegiar ciertos hechos considerados como signos del curso racional de la historia (como la entrada triunfal de Napoleón a Jena en 1806 para Hegel, o la Revolución francesa para Kant), mientras que lo que no va en la dirección correcta se menoscaba, so pretexto de que sería algo secundario. Por otro lado, estas concepciones de la historia suponen que, en algún punto, la suerte está echada. A eso se refería sin dudas Alexandre Kojève en su Introducción a la lectura de Hegel cuando sentenciaba que uno de los supuestos de la filosofía hegeliana (máximo exponente de las filosofías de la historia de corte teleologizante) es que la historia llegó a su fin. En otras palabras, que no cabe esperar nada sustancialmente novedoso bajo el sol.

      En la medida en que el espíritu de Foucault es esencialmente crítico y no fundacional, en la medida en que buscará rastrear, a través de una vuelta al archivo, las condiciones históricas de posibilidad del humanismo moderno para intentar fisurar los rígidos marcos por él establecidos y abrir el juego del pensamiento a nuevos horizontes, se entiende por qué no podría recurrir a una historia teleológicamente orientada, clausurada de antemano y atravesada a su vez por un esquema antropológico, como la que encontramos en las filosofías de la historia de Kant, Hegel, Comte o Marx.

      El segundo gran hallazgo es la discontinuidad radical que advierte el arqueólogo entre las distintas épocas que su análisis de los saberes empíricos le permite delimitar (ya comentamos algo de esto más arriba). Así, en Las palabras y las cosas Foucault encuentra que durante el Renacimiento (hasta fines del siglo XVI) la determinación teórica de los objetos se da en el orden de la semejanza: conocer es descubrir esas similitudes entre, por ejemplo, la nuez y el cerebro, partiendo de la idea de que lo que se parece se interrelaciona. En la época clásica (a lo largo de los siglos XVII y XVIII), en cambio, la semejanza cae del lado del error, de la confusión; y el saber, sostiene Foucault, pasa jugarse en el plano de la representación: saber equivale ahora a poder representar, a través del discurso y mediante un trabajo analítico, el orden del mundo en un gran cuadro taxonómico de identidades y diferencias que todo lo clasifica y al que nada escapa. Para la modernidad, por último, la determinación teórica de los objetos se jugará, según Foucault, en el elemento de la historia. Ahora las cosas encuentran su verdad en un núcleo oculto y oscuro de procesos internos que escapan en rigor al ámbito de lo representable, y cuya representación es apenas el reflejo pálido y superficial que lo real surte en la conciencia de un sujeto: la vida y su historia detrás de los seres vivos; estratos caóticos de significaciones sedimentadas detrás de las palabras; gestos laboriosos detrás de cada intercambio. La vida, el lenguaje, el trabajo exigen ahora que desentrañemos sus condiciones históricas de posibilidad, irreductibles a una representación clara y bien articulada.

      Así, en Las palabras y las cosas, el arqueólogo mostrará las correspondencias que existen entre saberes y prácticas contemporáneos entre sí, aunque pertenecientes a disciplinas sin relación aparente