Название | Vida de lago |
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Автор произведения | David James Poissant |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789876286084 |
Entonces, ¿cómo se las habían ingeniado para criar dos hijos tan pelotudos?
La madre de Thad llega al porche, pero no entra. Se detiene en el último escalón y observa el agua con sus binoculares.
Thad va a extrañar esta casa, la casa de los veranos, de los juegos de cartas y de la herradura, del pescado frito y la música y los helados y el amor. Pero esta no es la casa que Thad recuerda. Las paredes tienen marcas de agujeros y clavos donde antes colgaban pinturas. Hay cajas amontonadas en los rincones, apiladas o abiertas, a medio llenar. Las bibliotecas están vacías. Los adornos y las baratijas que su madre compraba en los mercados de pulgas están envueltos en papel de diario. Los retratos familiares enmarcados, envueltos en papel madera, mirando la pared.
La única concesión a la ornamentación es la pintura de Jake: un regalo del año pasado, en ocasión de su primera visita al lago. En la pintura, una chica sostiene media granada en la palma de la mano. Un querubín revolotea sobre su hombro. A sus pies, una brújula señala el norte. Uno de los pechos de la chica está al descubierto. Todo esto se suma para expresar algo simbólico, aunque si le pusieran un revólver en la cabeza Thad no podría decir qué. Una parte de él se pregunta si el propio Jake podría decirlo. Jake podría ser un genio, o un farsante. Y si alguien trata de analizar su obra, problema suyo. Thad sólo recuerda que respiró aliviado cuando su madre no protestó por la teta díscola.
Su madre, como norma, es atenta e infaliblemente cortés. La imagina empacando, preguntándose si debe llevarse la pintura o devolvérsela a Jake. Thad no diría que la preocupación materna carece de motivo. Jake tiene un gran ego y la sensibilidad que lo acompaña. Pero una vez más, es posible que ni siquiera haya notado que su pintura es la única que permanece colgada. Jake a veces tiene problemas para dejar de mirarse el ombligo. A los veinticuatro años ya había hecho dos exposiciones individuales. A los veinticinco, le dedicaron artículos en Artforum, New American Paintings y el Times. Sin ir más lejos, la semana pasada el New Yorker le consagró tres páginas a su tercera muestra individual y lo calificó como el próximo gran éxito de Brooklyn, además de elogiar la “ironía mordaz” y el “refrescante exceso” de su obra. Jake fingió que no le importaba, pero Thad lo pescó leyendo el artículo por lo menos seis veces. Tuvo una sola reseña mala. Un artículo publicado en Art in America eligió una muestra grupal y tildó a la obra de Jake de “torpe, desesperada y ansiosa por complacer”, línea que lo dejó postrado en la cama tres días seguidos.
El silbido se diluye, reemplazado por una nota baja. Jake ha encendido la radio Sharper Image para ducha que le regaló a los padres de Thad para Navidad y que es probable que nadie haya usado jamás, excepto el propio Jake.
Thad va al pasillo. Apoya la oreja contra la puerta del baño y entonces lo oye. Sobre la catarata del agua, el zumbido del extractor de aire, el tarareo de Bell Biv DeVoe cantando “Poison”, Thad distingue el suave cacheteo de su novio haciéndose la paja.
La madre de Thad cruza el porche. Thad entra al baño y cierra la puerta. Queda empapado en cuestión de segundos: el baño tiene más vapor que aire.
¿Cómo hizo su hermano? ¿Cómo hizo para superar tanto cieno y oscuridad?
—Tienes que parar —dice Thad—. O al menos, no hacer ruido.
El cacheteo se torna frenético.
—Jake —dice. No quiere abrir la cortina.
El sonido afloja. Jake acabó. La radio se apaga. El agua se detiene. La cortina se abre y asoma la cabeza de Jake, ojos azules, dientes tan blancos que cualquiera pensaría que modela para un producto recomendado por cuatro de cada cinco dentistas.
Esos ojos, sin embargo. Thad ama a este chico. Jake le destrozó el corazón cien veces, pero es Thad quien se lo permite. La culpa no es del chancho sino del que le da de comer.
Jake se seca el agua de la cara. El plan para mañana ya está confirmado, y Thad tendría que cancelarlo. Supongamos que lo hiciera, ¿Jake iría a Asheville sin él o se quedaría? Como fuere, hay un niño en el fondo del lago. Existen cosas más apremiantes que el almuerzo de mañana con el ex de Jake.
—No puedo creer lo que hiciste —dice Thad.
—No me ofendas —dice Jake.
—No te ofendo, me parece una falta de respeto.
—¿Una falta de respeto? Lo que hago con mi pija…
—¿No te importa nada?
Estar en el cuarto de baño es como estar en una boca. Todo está mojado: el espejo, la canilla, los picaportes resbaladizos y relucientes. Jake está ahí parado, chorreando, y Thad le ofrece una toalla, que acepta.
—¿Si no me importa que haya muerto un niño? —dice Jake—. Por supuesto que me importa, no soy un monstruo.
Thad baja la tapa del inodoro y se sienta. En la ducha, Jake se seca el cabello, que es corto y oscuro. Hay pocas cosas en el mundo que le gusten más a Thad que deslizar sus manos por ese cabello —limpio y suave— antes de que Jake lo unte con algún producto. Le gusta el pelo de Jake tal como es. Jake prefiere el look erizo electrocutado.
—Lo único que digo es que hay un tiempo y hay un lugar para cada cosa —dice Thad.
Jake se ríe.
—Tú no crees eso. Piensas que crees eso porque es lo que te enseñaron a creer. Nada de sexo. No en un momento como este. Tú eres respetuoso.
—Mi mamá está…
—¿Tu mamá?
A Thad le pica el brazo. Pasa el dedo por la cicatriz abultada, hinchada por el vapor.
—Yo te escuché desde la otra punta de la casa. ¿Quieres que ella escuche eso?
—Ah —dice Jake—. Eso es otra cosa. Esos son modales. Eso sí lo respeto.
A Jake le importan mucho los modales. En la ciudad lo reconocen tanto por su arte como por su encanto personal. Frank DiFazio —respetado, temido, amado propietario de la Chelsea’s Gallery East, el hombre que hizo a Jake y bautizó a Jake (antes de Frank, Jake era Jacob)—, entrenó a Jake. “Saqué al chico de Memphis y saqué a Memphis del chico”, le escuchó decir Thad a Frank una vez a un amigo.
—Lamento haber sido descortés —dice Jake. Se está secando. Es magro pero no aniñado, musculoso pero no marcado. Thad alguna vez tuvo un cuerpo como ese, pero en los últimos años aumentó de peso. Demasiada marihuana, demasiados snacks después de la cena.
Jake sonríe. Es difícil seguir enojado con él.
Thad se levanta y Jake deja caer la toalla. Empuja la cortina de la ducha y pone una mano sobre la mejilla de Thad.
—Puedo hacerte sentir mejor —dice Jake. Su mano baja hacia la cintura de Thad—. Vamos. Te prometo que seré muy respetuoso.
La mano de Jake se desliza abajo de su short.
Thad lo empuja y Jake golpea la pared, fuerte.
—Dios —dice Jake.
Thad va hacia la puerta. Tiene que salir de allí enseguida o se pondrá a llorar. No quiere conocer al ex de Jake. No quiere perder a Jake. No quiere que un niño esté muerto.
—¿Te parece que lo van a encontrar? —pregunta Thad. Pero Jake no lo mira.
Cuando Jake se da vuelta, su espalda es una celosía, los azulejos de la ducha han dejado su marca.
—Lo siento —dice Thad.
Pero Jake ya no le presta atención. Salió de la ducha y su atención está concentrada en el pequeño frasco negro que acaba de sacar de su neceser. Destapa el frasco, hunde dos dedos adentro y empieza a embadurnarse el