Название | La novedad del cine mexicano |
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Автор произведения | Jorge Ayala Blanco |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786073004503 |
La novedad sexomaniaca arma la pretenciosa farsa, semifantástica a su amanerada manera manierista, por medio de actores-personaje autorreferenciales que, al ser manejados entre la tradición populachera ¿espontáneo-genuina? de las idiosincrásicas películas noventeras de albures con nalguita (tipo Hembra o macho de Víctor Manuel Güero Castro, 1990) y la neosátira autodenigratoria a nivel de moralino sainete aggiornado tipo Manolo Caro (“¡Es que no piensas en que son 322 maridos cornudos!”), vienen a ser a la vez instrumentos y finalidades últimas del entramado genérico, con un Miguel Rodarte como un amariconadísimo macho barroco que se creía macho alfa que se amplificaría hasta la insufrible archisangronería grotesca olvidando su autoirrisoria excelencia controladamente sobria en El Tigre de Santa Julia (Alejandro Gamboa, 2002) y en Buscando al soldado Pérez (Beto Gómez, 2011) cual lobo sexoferoz Mauricio Garcés a la enésima potencia de su fingido homosexual Modisto de señoras a quien sólo le importaba tirarse a sus apabullantes clientas frondosas (Claudia Islas, Zulma Faiad, Patricia Aspillaga, nada menos, para acabar quedándose con la meserita Irma Lozano) y derrotar a competidores que lo mandaban espiar por algún detective torpón pero acabaría convirtiéndolos en servidores suyos, un Mario Iván Martínez calcándole su look al crítico de música Lázaro Azar entre la deturpación y el homenaje, una Cecilia Suárez en el papel de Meryl Streep como infalible cabeza organizadora de colecciones de alta costura de El diablo viste a la moda (David Frankel, 2006) y como leal Querubino de ese Don Juan, un Andrés Delgado en el rol de la dinámica auxiliar supereficiente Anne Hathaway del antes mencionado film-tributo a la marca transnacional Prada, entre otros.
La novedad sexomaniaca se siente ingeniosa 48 veces por segundo al articular su histérica gracia desatada sobre elementos subrayadamente propositivos como un epígrafe rotundo de Oscar Wilde (“La hipocresía nos descubre bajo la máscara de otra hipocresía”), un desfile-show digno de cualquier programa de variedades chafa de la Televisa ochentera, una autocomplaciente verba (“Las mujeres no queremos ser pandas, sino pingüinos”) entre seudosatírica intragay / antihomosexual masculina (“La patadas al marica quebrado que me tocó el pene” / “Eso m’hijo es asunto de tu ginecólogo”) y seudointelectual / antintelectual (“Mi inconsciente sí es decente”) que rivalizarían con películas francamente homofóbicas como el aberrante Pink de Paco del Toro (2016) ya que por gustar de un sujeto del mismo sexo “Me van a salir senos y se me va a caer el pene”, una indigesta colisión constante entre las gigantescas solapas rosa mexicano y el chal variopinto con camafeo o entre los vestidos con extremidades arrancables y rosota rosa en el ojal o entre afeminados trajes estampados y viscerales humillaciones a modelos juzgadas despreciables y descerebradas per se como buena carne de cañón sexual (“Parece un platillo volador elegante”), una tanda de pantallas tridivididas para enumerar los egregios triunfos del garañón sustentable, un colosal primer beso homosexual del héroe y su objetote sexual Sindy con fondo de Cabalgata de La Walkiria de Richard Wagner, unos formidables diseños garrapateados entre abrazo y abrazo estrecho con el todoinspirador muso apenas hallado, un desairado intento de acostón con cierta desilusionante desilusionada diva Ana de la Reguera incapaz de motivarlo con sus incipientes bolsitas bajo los ojos y su ofrecido cuerpazo suculento al desnudo, unas hipersofisticadas oficinas de cristalería majestuosa y los departamentos siderados con siderales túneles interiores en una jamás considerada Santa Fe fuera de la órbita espacial de la mediocridad capitalina, un sensual beso lésbico de Aislinn Derbez con otra guapa sumergidas en una piscina únicamente para despistar y dejar al ridículo modisto erotómano con ganas de participar en dorado calzón de baño, una riña a viriles golpes protohawksianos entre novios apasionados, una inminente ejecución a punta de pistola sobre la maravillosa azotea-mirador roja del planeta mexicano, una tomada de manos masculinas para marchar consciente e inconscientemente retadoras, o así, aunque en suma una zarabanda de peleles refrendadores de viejos acendrados estereotipos sexuales (los que exacerbaron y magnificaban Cardona-Garcés, los que magnifican y exacerban Berman-Rodarte) al cabo de otra vuelta de la espiral de las evoluciones / involuciones temporales.
Y la novedad sexomaniaca remata sus retorcidos enredos con una bisexual boda triangular de blanco impoluto entre Evo, Vivi y Sandro, misma que disfruta oficiando el propio realizador Antonio Serrano habilitado como canoso juez del registro civil (“Y ya no sentirán frío porque se darán calor; los declaro marido, marido y mujer”), aunque a su virulenta manera culpígena el film sólo haya desarrollado el sexoadicto conflicto relacional de Evo y jamás ni los de Vivi o los de Sandro, que apenas se insinúan y estallan de pronto a nivel de gag, al igual que los juveniles tríos genitales que se perdonaban mutuamente los románticos sexcandalosos Cecilia Suárez y Manuel García-Rulfo en La vida inmoral de la pareja ideal (Caro, 2016), pero eso poco importa, porque lo fundamental es que esas nupcias parezcan explosivamente heterodoxas (como el multiemparejador gran finale de Los hojalateros del Güero Castro, 1990) y que se realicen ante una sinfonía de azules aguamarina que sólo puede brindar el Caribe por fin desacomplejadamente nacional.
La novedad homofóbica
En Pink, antes Pink, el rosa no es como lo pintan o Pink, adopción gay... ¿acierto o error? (Productora Armagedón - Fidecine / Imcine, 100 minutos, 2016), propagandista religioso film quinto del exCachún televisivo saltillense vuelto autor total cristiano sectario en temas candentes de 59 años Francisco Paco del Toro (Punto y aparte, 2002, contra el aborto; Cicatrices, 2005, contra el maltrato a las mujeres; La Santa Muerte, 2009, contra las necrosectas rivales; Secretos de familia, 2010, contra la pedofilia), polémica película que por su carácter retardatario la cadena Cinépolis se negó a estrenar (pero no así su competidora Cinemex que, apoyando a la distribuidora Videocine de Televisa, lo hizo con más de 200 copias a nivel nacional) dentro del duopolio de exhibición en nuestro país, el compulsivo peinador maquillista de cabello decolorado Iván (Pablo Chong) y el subrepticio oficinista mantenido de mamita que a duras penas oculta en el trabajo su orientación sexual Rubén (Charly López aquel bronco fortachón del popular grupo mixto Garibaldi de cantantes juveniles) forman una pareja gay legalmente establecida que ha logrado la adopción del cariñoso niño de 10 años ya peinado con caireles Andrés (Carlos Meza) que los quiere como a sus propios padres aunque se autocuestione tan llorosa cuan amarga y desgarradoramente por ello (“¿Por qué todos los niños tienen un papá y una mamá y yo no tengo ninguna mamá?”) pero que al mudarse a una casa idílica en la periferia capitalina (“Ésta va a ser tu recámara y nosotros, tus papis”) sufre desde el primer día en su nueva Escuela Oparin burlas crueles y bullying en la piscina de parte de sus crueles compañeritos implacables, por lo que se refugia en el hogar con su dócil primo Tony (Eduardo Negrete), hijo del cuñado de Iván y permisivo abogado liberal Luigi (Roberto Palazuelos), para jugar a hipermaquillarse, ver pornos muy especializados y dar rienda suelta a sus precoces amariconamientos (porque supuestamente “Los niños aprenden en casa los patrones que después van a repetir en su día a día”) y orientaciones homosexuales, pues vive en la admiración total a sus cariñosos padres y bajo la influencia de las descaradas amistades del promiscuo mundo social de ellos, entre las que se cuenta el pervertido pederasta Daniel (Roberto Escudero) que aprovechará la ausencia de los adultos (“A ver cuándo nos ponemos de acuerdo tú y yo para jugar juntos”) para intentar violar a Andrecito, un acto (de acuerdo con la lógica de que todo homosexual es un violador de menores en potencia o de facto) que sólo podrá ser evitado (“¡Siéntate aquí en mis piernas, papito!”) por la leal sirvienta indígena Gaby, hasta que la inevitable violencia interfamiliar estalle entre el hipocritón coscolino Rubén y el suspicaz Iván al fin confirmado en sus celos patológicos, el matrimonio se deshaga, Iván sobreviva a una tentativa de suicidio para desconsuelo de Andrecito, Rubén deserte del hogar y poco después regrese, deshecho gimoteante y desesperadamente diagnosticado con VIH, a pedirle perdón de rodillas a su antiguo esposo querido ya convertido en esclarecido lector de la Biblia pero lastimado por la sospecha de estar también infectado.
La novedad homofóbica lleva a su extremo límite el ridículo y la caracterización