Название | Clínica psicoanalítica |
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Автор произведения | Oscar Alfredo Elvira |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878362380 |
José Antonio Valeros, a través de su extensa práctica como analista de niños, ha prestado atención al espacio que ocupa el juego en el setting analítico. Además de formador de analistas de niños y adolescentes, ha formulado interesantes aportes al análisis de infantes desde sus propias conceptualizaciones y ha sostenido, siguiendo a sus predecesores en la teoría de la técnica en el análisis de niños, que “jugar, por parte del analista, no es una cuestión de técnica y mucho menos de artificio de la técnica.”21
Aquí hace un llamado de atención tanto a los analistas noveles como a los experimentados, dado que a veces se pueden aferrar a una técnica que les quita la posibilidad de ser creativos; los primeros por temores propios de la inexperiencia y los segundos por aferrarse a una teoría de la técnica como a un tótem emblemático. Complementa lo anterior afirmando que “lo que el analista hace cuando juega para ser útil debe ser genuino”. Nos dice que el paciente se da cuenta cuando el analista es inauténtico es su tarea. Se pregunta y responde: “¿Cómo se logra el estado mental de juego? (…) A través de la comprensión de la conducta del niño, sea esta de juego u otra.” Propone que el analista debe ser espontáneo y dejarse conducir por el niño que juega. No debe ser superyoico en sus intervenciones y sugiere: “No instruye sobre cómo se juega, sino que intenta facilitar al analista el acceso al estado mental de juego a través de la comprensión de la realidad psicológica que vivimos en relación con nuestros pacientes.”22 Es decir, propone una técnica creativa para cada análisis, sin soslayar cierta teoría de la técnica, pero que no obstruya el proceso analítico. En este sentido, como en algún momento sugiriera J. Bleger, el analista deposita en el encuadre sus propios aspectos psicóticos no analizados que lo conduce a ser un técnico más que un artista que modela su obra como analista, dejándose acompañar por el niño y por lo que vive en su propia interioridad través de la transferencia–contratransferencia. Ser creativo como lo fue M. Klein con su paciente Fritz, que se dejó llevar por lo que le proponía y luego pensó, creó y reformuló su propia teoría y técnica.
José Antonio Valeros dedica un espacio a la perspectiva histórica en que se vino desarrollando el análisis de niños. Sostiene que
“La situación analítica clásica puede ser estudiada como un juego. Con un escenario, que es el consultorio o parte del consultorio, materiales de juego y los siguientes roles asignados al paciente, el de expresarse libremente y el analista el de comprender e interpretar las conductas del paciente.”23
Es decir, en cada análisis de niños, surge algo nuevo y nunca observado, porque nace de la singularidad de ese sujeto humano único e irrepetible. Para llevar a cabo esta tarea como analistas, debemos dejarnos llevar por la propuesta de juego, situarnos en el mundo interno del paciente, sus experiencias emocionales profundas, sus relaciones objetales y, además, prestar atención a cómo funcionan sus instancias psíquicas (Yo, Ello y Superyó) en el vínculo analítico. Todo ello se desarrollará en un setting o escenario, que es el espacio del consultorio, donde el niño pondrá en marcha su teatro mental y corporal, donde habrá de personificar los objetos internos que lo pueblan y que vuelven a surgir a partir de la asociación libre.
Reseña de una práctica clínica
Hace muchos años me fue derivado Jaimito, un niño de 10 años. Según sus padres tenía evidentes problemas graves de conducta, que ellos observaban bien y, además, desde el colegio primario donde concurría, les habían pedido que iniciara un análisis, dado que estaba a punto de ser expulsado. Sus padres estaban separados desde hacía un tiempo y había una marcada violencia entre ellos, la que ponían en escena delante del niño y de sus hermanitos. Pude acompañarlo y dejarme impresionar por sus juegos, dibujos y conducido por el lenguaje corporal y mental. En una de las sesiones, luego de haber hablado durante un cierto tiempo sobre el odio profundo hacia su madre, tomó de la caja de juegos el muñeco–mamá y con la tijera comenzó a cortarle en pedacitos la cabeza, los oídos, los pechos y decía: “Tomá, hija de puta, te voy a destrozar, te odio.”
Mi modo de intervención fue apuntar a cómo él necesitaba que lo acompañara a desarrollar su profundo odio, el que a veces era escuchado y muchas otras, escenificaba conmigo ese odio diciéndome: “Callate, hijo de puta.” Me trasmitía contratransferencialmente lo que originariamente vivía con su madre en su interioridad.
En otra sesión pidió una hoja y me dijo: “Quiero pintar”. Tomó las acuarelas y comenzó a llenar la hoja con color rojo. A medida que avanzaba en su tarea, se fue apoderando de un ansia asesina y me decía: “Traeme más agua.” Coronó su obra cubriendo la mesa de juego de color rojo, la que luego se dispersó sobre el piso, instalando en mi mente una película del director Tarantino, donde yacía sobre el piso un herido de bala que se desangraba mortalmente. Interpreté que quería ponerme a prueba y si yo lo iba a expulsar por tanto odio que tenía o si se lo iba a mostrar, para que él tomara contacto con esos sentimientos asesinos que portaba. Esta vez permaneció en silencio por un momento y no desacreditó mi actividad interpretativa.
Otras veces jugábamos al fútbol–tenis. Le costaba equivocarse y además solía patear muy fuerte, dirigiendo la pelota a mis genitales. Cuando le interpretaba su Edipo temprano y el ataque al pene del padre, volvía a decirme “Callate, hijo de puta.” Con el transcurso del análisis pude acercarme muy cautelosamente a interpretarle que él pensaba que la madre era una puta porque tenía relaciones sexuales con el padre. Se reía con una mueca de dolor y decía: “¡No me importa!”. A veces recibía comentarios de él mismo y/o de los padres, que resaltaban la disminución de su agresividad, que tenía una mejor convivencia con ellos, con los hermanos y en el colegio. Recurro una vez más a lo que José Antonio Valeros nos dice sobre la semiología de los efectos transferenciales en el análisis de un niño y que se puso en escena en el análisis de Juanito: “a. El niño está aislado del analista y tampoco juega solo. b. El niño juega solo fuera del contacto con el analista. c. El niño juega solo pero está en contacto con el analista. d. El niño coerciona al analista. e. El niño juega con el analista.”24
Pienso que es importante dejarnos sorprender por el juego de los pacientes, que nos muestren sus constelaciones inconscientes, donde aparecen algunas mónadas de violencia corporal, pensamientos profundos de un niño que no cuenta con un lenguaje articulado. Cuando esto se imbricaba con palabras (“Callate, hijo de puta”) o con la escenificación de su vínculo temprano con sus padres, Jaimito podía poner en escena ese mundo que había permanecido silenciado y, además, necesitaba que alguien lo acompañara sin actuar el miedo que sus conductas asesinas producían para que pudiera pensarlas, digerirlas e interpretarlas. Por eso coincido, una vez más, con lo que dice nuestro autor: “El juego consiste en buscar sistemáticamente el sentido inconsciente de las conductas del paciente. El juego incluye toda una serie de fenómenos relacionados con las dificultades para juzgarlo y sus desviaciones.”25
Como expresa R. Carlino en la cita elegida como epígrafe, en una sesión de análisis se puede prescindir de la percepción visual. Tanto S. Freud como S. Ferenczi, al escuchar el relato de los padres de aquellos niños, trajeron a la luz este nuevo mundo mental infantil. Luego llegarían, a la rivera del aquel incipiente análisis de niños, analistas que investigarían profundamente las manifiestas raíces inconscientes, que se comunican a veces con lenguaje corporal o articulado a través del juego y sus producciones desplegadas en el escenario de un análisis. Ya no prescindimos de la percepción visual, porque ahora los niños concurren a un análisis psicoanalítico, gracias al denodado trabajo de aquellos pioneros y sus discípulos.
Bibliografía
Abraham, N. y Torok, M. (1987). La corteza y el núcleo. Buenos Aires: Amorrortu. 2005.
Boschan, P. (2008). Freud–Ferenczi: historia de una relación apasionada. Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis, n. 11-12. Buenos Aires.
Carlino, R. (2010). Psicoanálisis a distancia. Buenos Aires: Lumen.
Cullen,