El Príncipe Caimán y la Ardilla Poeta. William José Hernández Ospino

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Название El Príncipe Caimán y la Ardilla Poeta
Автор произведения William José Hernández Ospino
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789587463132



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El Rey Pájaro

       La Rosa que no quería morir

       La Rosa de cuatro Pétalos

       La República de los Armadillos

       El Camello Historiador

       La Araña Maniquí Asesina

       La Lombriz que quiso ser Araña

       El Caporo que añoraba a los Reyes Borbones Españoles

       La Cigüeña que quería cantar como el Ruiseñor

       La Flor sin Fragancia

       El Zorro Traidor

      Prólogo

      Homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre)

      Plauto (254-184 a. C.)

      El interés por escribir fábulas se despertó a la edad de diecisiete años, cuando leí en Latin la fábula Lupus et Agnus (El Lobo y el Cordero) del escritor romano Gayo Julio Fedro (15 a. C. - 55 d. C.). Esta fábula es un ejemplo de venganza por causa de la ofensa proferida, y el lobo que nunca olvidó la mala reputación de la que fue objeto, lleno de rencor despedazó al cordero hijo para vengarse del padre del cordero que lo había injuriado. Me impactó y durante mucho tiempo repetía por los pasillos del Seminario San José de Santa Marta: Pater Hercule tuus, inquit, maledixit mihi, es decir, tu padre Hercules hizo público mis defectos, y me maldijo.

      Con el curso del tiempo leí todas las fábulas de Esopo (ca. 600 a. C. Mesembria (Bulgaria, y falleció ca. 564 en Delfos, Grecia) y de Jean de Lafontaine (Château-Thierry, Aisne, 8 de julio de 1621-París, 13 de abril de 1695).

      El español Andrés Montaner Bueno, en su ensayo Análisis del tratamiento de la fábula desde una perspectiva intercultural, cita la definición de este género literario, planteada por Gonzalo López Casildo: “una composición literaria, en prosa o en verso, en que, mediante una ficción de tipo alegórico y la personificación de animales irracionales, objetos inanimados o ideas abstractas, se intenta dar una enseñanza práctica, a veces incluso con la intervención de personajes humanos y divinos”.

      Quiero, pues, dejar una enseñanza sobre el comportamiento acertado con que debería regirse esta especie. No sé si ya es demasiado tarde. No obstante, vivo entre el siglo XX y el Siglo XXI y no tengo escapatoria. Este fue mi tiempo histórico.

      Dentro de esta perspectiva en este libro abordo lo que estos homínidos, sin acierto de ninguna índole, llaman Política. Por supuesto que ningún homínido ejerce el arte de la Política. El creador de este arte fue Aristóteles, filósofo griego (Estagira, 384 a. C.-Calcis 322 a. C) y así la define: «Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y toda elección libre parecen tender a algún bien. [...] Si, por tanto, de las cosas que hacemos hay algún fin que queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa de él [...], es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor. [...] Si es así, debemos inten­tar determinar, al menos esquemáticamente, cuál es este bien y a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parecería que ha de ser la suprema y directiva en grado sumo. Esta es, manifiestamente, la política». Aristóteles: Ética a Nicómaco. Aristóteles no habla de “humano” o de “ser humano”. Ninguno de los filósofos griegos califica al homínido de humano. Este término de humano nace en Roma con el Humanismo literario y Cicerón lo adopta hasta alcanzar la absurda dimensión epistemológica que le han dado incontables filósofos y escritores. Para Aristóteles el homínido es un Zoon Politikon, es decir un Animal de la Polis o Animal Cívico.

      Si observamos la realidad de toda América Meridional observamos que este Animal Cívico no le ha dado ninguna felicidad a la Polis. Por el contrario este Zoon Politikon ha sido y es todavía un sujeto de avaricia, rapacidad y crueldad infinita.

      Muchas de las fábulas se inspiran en la pugna entre el artista, ya sea poeta, escritor o músico, y su envidioso rival, aquel homínido carente de toda clase de talento, pero eso sí, dueño de un cerebro capaz de urdir crímenes atroces y, persecuciones y masacres.

      Agradezco a mi sobrino José Hernández A. la generosidad de ilustrar estas fábulas. Para él ha sido un reto, ya que hacía 25 años que no dibujaba. Por suerte, afloró en su genio el talento de don Tomás De Choperena, nuestro tatarabuelo materno, oriundo de la Villa de Santa Cruz de Mompox, quien es el diseñador de la Iglesia de la Inmaculada de esta ciudad construida en la Colonia española. Las acuarelas de nuestro tatarabuelo fueron compiladas en un libro que se titula Mayordomía de las Iglesia Inmaculada de la Villa de Santa Cruz de Mompox, hoy en manos de don Miguel Fernández Taboada.

      Abrigo la esperanza que los colombianos aprendan en este libro de fábulas que:

      El pueblo es el único soberano, y por lo tanto, tiene el poder de eliminar a un gobernante que atente contra la felicidad de una república.

      William Hernández Ospino

      1. Homínido de la especie Australopithecus afarensis, de 3,2 a 3,5 millones de años de antigüedad, A este homínido se le considera la madre de toda esta especie. O sea Eva en la alegoría bíblica.

      Remembranzas de un Lector

      Era un día cualquiera, digamos, martes.

      Ahora que lo pienso con detenimiento, estoy casi seguro que era martes. El día trascurría lento, como si la Tierra hubiese amanecido con una invencible molicie, que le impidiera girar libremente y trasladarnos su energía.

      -Te busca William Hernández Ospino - me atacó una compañera de trabajo que, por esos días, gracias a una incapacidad por embarazo de su colega, cumplía de manera simultánea la doble función de ser la responsable del archivo y la recepcionista encargada de la empresa en la que ambos trabajábamos en ese entonces.

      William Hernández Ospino. Ese nombre me suena, pensé. Repasé mentalmente las reuniones que tenía agendadas para ese día, y no recordaba haber programado reunión alguna con un señor Hernández Ospino. No obstante, el nombre me seguía resonando entre las sienes.

      La Tierra pareció acelerar un poco su paso y, de golpe, segundos después “le puse cara” (como se dice odiosamente en estas tierras) a ese nombre. La verdad, resulta más adecuado decir “le puse portada” a ese nombre, pues recordé que William