Rent a boyfriend. Gloria Chao

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Название Rent a boyfriend
Автор произведения Gloria Chao
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412324730



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que agitaba el brazo para dar buena suerte. La familiaridad me tranquilizó.

      —¿Quieres compartir un bánh mì? —preguntó Andrew mientras esperábamos en la cola.

      Encontré el cartel de «bánh mì op la» en la pared y me fijé en el diminuto bocadillo de la foto.

      —Ni hablar. Quiero uno para mí.

      —Perdona, es la costumbre —aclaró. Cuando ladeé la cabeza para que me diera más detalles, dudó antes de explicármelo—: En el trabajo, intento comer lo menos posible si los padres no están delante para después atiborrarme delante de ellos.

      —Ya veo. Sobre todo si cocinan, ¿no?

      Asintió y sonrió.

      —Le pone la guinda al pastel de luna. Ya sabes cómo es.

      —Sí, lo sé. —«Por supuesto que sí».

      A lo mejor se estaba saltando un poco la norma de no contar demasiado a las clientas porque lo que me había dicho antes era cierto y, en aquel momento, solo era un amigo. O a lo mejor la situación con Hongbo era tan patética que me lo contaba por pena y bromeaba por compasión.

      —Si no comes suficiente, es un problema, pero, dos segundos después, se les cruza un cable y te dicen que estás gordo. ¡Es imposible ganar! —Bajó la mirada al suelo, solo un instante, después volvió a mirarme—. Siento mucho lo que te está pasando. Te sientes entre la jiàn y la pared, ¿verdad?

      Me desconcertó que siguiera hablando en mandarín. ¿Por qué lo hacía cuando no era necesario? Lo entendería si quisiera decir algo que no tuviera un equivalente en inglés, pero ¿«espada»? Le había explicado a Andrew las frecuentes quejas de mi madre porque «rechazo el lugar de donde vengo», así que no sabía si se debía a que era un actor de método y continuaba metido en el papel aunque estuviéramos solos, o si de verdad estaba en sintonía con sus raíces chinas.

      —¿Prefieres que no hable en mandarín cuando estoy contigo? —preguntó.

      Joder. ¿Siempre habría sido tan perceptivo o habría aprendido a serlo en el trabajo?

      —No pasa nada. —A lo mejor se me pegaba el hábito y mi madre dejaba de darme la brasa por un segundo.

      Aunque era improbable, sobre todo, porque no quería que mis dos mundos empezasen a mezclarse.

      Señalé el bánh mì de la foto.

      —Pidamos dos. Si no te terminas el tuyo, me lo acabo yo.

      Me dedicó una sonrisa sincera y me pregunté por un instante qué diría si me abriese con él. Si le hablase de la maraña de pensamientos que nunca compartía con nadie porque me daba demasiado miedo cómo reaccionaría la gente.

      Pero no me dio la oportunidad, porque ya estaba pidiendo la comida.

luna

      Nos sentamos el uno frente al otro en una mesa de banco para cuatro.

      —¿Por qué te gusta la economía? —se interesó mientras jugueteaba con la pajita.

      Removí el matcha con leche para asegurarme de que no quedasen trozos sin disolver en el fondo.

      —¿No te di suficiente información en la solicitud? Esto no es una cita de verdad, no tienes que molestarte.

      Se atragantó con el matcha con hielo.

      —Perdona, solo era curiosidad —dijo, tímido—. Olvídalo.

      Suspiré. «Cuanto más sepa, mejor nos irá», me recordé, aunque prefería mil veces teclear las respuestas que decírselas cara a cara.

      —Me gusta pensar en cómo funciona el mundo e intentar encontrar formas de mejorarlo. En el instituto, hice unas prácticas en un laboratorio de genética y me di cuenta de que podías ganarte la vida buscando respuestas a preguntas difíciles y reflexionando sobre los problemas. Comprendí que eso era lo que quería hacer. Dar con la especialidad adecuada me llevó un poco de tiempo, leer mucho y asistir a un montón de clases diferentes, pero… —Me encogí de hombros—. Cuando lo supe, lo supe.

      «Ojalá todo en la vida fuera así de fácil».

      Asintió con un amago de sonrisa y una mirada entornada que me decía que entendía de qué hablaba. Tenía un sueño y estaba bastante segura de que no era ese trabajo. Pero no le pregunté, porque no quería ir demasiado lejos con lo de ser amigos, así que me limité a asentir también. Tenía sentido que la interacción fuese casi unilateral, pese a que empezaba a parecerse más a un interrogatorio que a una conversación.

      —Gracias por hablar bien de la carrera de económicas delante de mis padres.

      Me miró como si le costase comprender que a mis padres no les gustara, pero, por suerte, se guardó lo que pensaba. En vez de eso, dijo:

      —Te presionan mucho, ¿verdad? Tiene que ser duro. Lo siento.

      Me encogí de hombros.

      —Te llamaron Jing, como… —Dibujó el carácter en el aire con unas pinceladas perfectas. Con mucha elegancia, de hecho, formó los tres caracteres de «sol» que formaban mi nombre.

      —Sí, esa soy yo. Tres soles. Brillante, triunfadora y tan deslumbrante que los demás no pueden mirarme directamente.

      —Uf.

      —Lo sé.

      Apretó los labios con duda antes de añadir:

      —¿Por eso siempre parece que eres otra persona? ¿La mujer brillante que tus padres quieren que seas?

      Quería un novio falso, no una incursión en todas las cosas que no estaba preparada para afrontar. Me encogí de hombros otra vez y esperé que captara la indirecta.

      Se inclinó hacia mí.

      —Para que conste, me gusta la versión de ti de la aplicación, la que les planta cara a los imbéciles asquerosos y amantes de los Lamborghini, mucho más que la que siente que debe ser amable y sonreír siempre solo porque se lo dicen.

      «Pues eres el único».

      Llegaron los bánh mì y nos lanzamos a devorarlos. La combinación de huevo frito, pan crujiente y salsa picante era lo bastante deliciosa para hacerme olvidar, al menos por un segundo, a Hongo, a mis padres y al Frankenbāo.

      Después de terminarme el mío y dejarlo todo perdido de yema, me dispuse a robar un bocado del de Andrew. Entonces empezaron a lloverme los mensajes de mi madre.

      Mamá:

      Jing-Jing, ¿dónde estás?

      Jing-Jing, deja de hacer el tonto.

      Jing-Jing, vuelve a casa.

      ¡Tengo que hablar contigo ahora mismo!

      Intenté no mirar el móvil cada vez que sonaba, pero me fue imposible no leer los mensajes, como si mi madre me tuviera embrujada, lo cual, de ser cierto, me haría sentir mejor, porque me daría una excusa para comportarme como una masoquista.

      —Deberíamos volver pronto —dije mientras lamía la yema que se me escurría por la mano.

      Asintió.

      —Cuando estés lista.

      «Entonces no volveríamos nunca».

      Aunque allí me sentía a salvo y marcharme no me apetecía lo más mínimo, me metí el resto del bánh mì en la boca y me levanté.

ovejas

      ♦