Rent a boyfriend. Gloria Chao

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Название Rent a boyfriend
Автор произведения Gloria Chao
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412324730



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      —Cirujanos de la Universidad de Chicago, impresionante —repetía mi padre, como si tratara de asimilar la información. Ellos siempre llamaban a la universidad por el nombre completo, como si eso la hiciera más prestigiosa.

      —Entonces, ¿has ido a la Universidad de Chicago porque tus padres te garantizaban una plaza? —le preguntó mi madre a Andrew con una ceja arqueada.

      —Lo cierto es que consideré la posibilidad de ir a Harvard o a Stanford, pero no quería rechazar un programa de biología de primera y que me permitía estar cerca de la familia. Aunque reconozco que la Facultad de Biología no es tan buena como la de Economía. —Me dio un codazo—. No todos tenemos la capacidad de soportar un programa tan exigente.

      ¡Punto, set y partido!

      —¿Rechazaste Standford? —preguntó mi padre.

      —¿Crees que Economía es una buena carrera? —dijo mi madre al mismo tiempo.

      Reconocí las pullas contra mí, pero me mordí la lengua, porque era más importante recordarles que la UC no era una universidad de mala muerte ni económicas, una carrera para vagos y «de aprobado fácil». Mejor aprovechar el dinero invertido y matar varios pájaros de un tiro, ¿no? Sin contar el inesperado pavo que había en la mesa, un pájaro muerto más.

      Mientras me concentraba en mirar la salsa con una sonrisa entre engreída y aliviada, mi madre hizo una pregunta que jamás me habría esperado. Ni siquiera estaba incluida en la lista que le preparé a Andrew, y eso que había sido el formulario más completo que había rellenado nunca, más exhaustivo que las solicitudes de la universidad.

      —¿Qué te atrajo de Jing-Jing? —Su mirada era encantadora, pero a mí no se me escapó la malicia que escondía. Esperaba que le respondiera que no lo sabía o que, igual que ella, creía que mi sonrisa era demasiado ancha, mis caderas y mi pecho demasiado pequeños y mi personalidad demasiado ansiosa.

      Andrew se estremeció un poco al comienzo, como si ya esperase lo que vendría después. Debería estar preparado para responder. Venga ya, era la pregunta más obvia que haría una madre y, aunque a mí no se me había ocurrido meterla en la lista, seguro que a la agencia sí.

      —Pues… —empezó arrastrando las letras—. Es una pregunta difícil, porque hay muchas respuestas donde elegir.

      «Puaj. Por favor».

      Se volvió hacia mí y puso una mano sobre la mía durante un breve instante, tan calculado que me pareció que lo cronometraba; probablemente, lo hizo. Tuve que concentrarme para no apartarme y mirarlo como si me derritiera por dentro. No me salió muy bien.

      Soltó una risita que me sorprendió y dijo:

      —Es el ejemplo perfecto. Me encanta lo fuerte e independiente que es, hasta el punto de que no soporta un cumplido ni que le roce la mano con cariño. ¿No es adorable?

      Mi madre levantó las cejas con desacuerdo, pero la mirada que le dedicó a Andrew gritaba: «¡Cásate con mi hija!».

      —Pero ¿qué fue lo primero que me atrajo de ella? La forma en que ordena toda su vida en cajitas. Admiro esa organización y disciplina. No me cabe duda de que todo lo que ha conseguido, como entrar en la UC y destacar en los estudios, se debe en gran parte a eso. Y a ustedes, por supuesto. También me gusta lo apasionada que es. Jamás había visto a nadie rellenar un simple formulario con tanto entusiasmo.

      Casi se me escapó una carcajada. Me guiñó un ojo y una diminuta parte de mi corazón congelado se derritió un poquito.

      Mis padres se sonrieron el uno al otro, pero no a mí, y terminamos de degustar el pavo de restaurante con mucho gusto.

luna

      Sentí una pizca de culpa por cómo mis padres trataban de impresionar a Andrew, pero ellos eran la razón por la que había terminado envuelta en aquella enrevesada farsa. Era muy consciente de lo absurdo de la situación, por si alguien pensaba lo contrario.

      Después de tomar un té de crisantemo y una tarta de calabaza que venía dentro de una caja con la etiqueta del precio a medio quitar en la tapa, la incomodidad alcanzó un nuevo nivel. Mi padre se aclaró la garganta y señaló las sábanas que había dobladas encima del sofá.

      —Somos tradicionales. Asumimos que no habrá… —Se sonrojó.

      —Ñiqui-ñiqui —completó mi madre con la cara muy seria. A saber dónde habría escuchado esa expresión.

      Andrew también se puso rojo y, dado el calor que sentía en las mejillas, me imaginé que parecíamos un cóctel de gambas en ese momento, todos salvo mi madre.

      —Por supuesto, ayí, shushú —dijo y me dio la sensación de que estaba resistiendo las ganas de apartarse de mí. «Sentimos lo mismo, colega».

      Les di las buenas noches y salí por patas. Al subir las escaleras en dirección a la habitación de mi infancia, mis padres me siguieron con la mirada y un extraño brillo en la comisura de los ojos. Me di cuenta de que era orgullo. Ay, si supieran la verdad.

      Me puse el pijama y me lavé los dientes aprisa. Cuando pasé por delante del espejo circular que había elegido en primer curso, me acobardé. No quería mirarme. ¿Y si ya no me reconocía a mí misma?

      Me desplomé en la cama y cerré los ojos con fuerza, pero la imagen de mis padres mirándonos a Andrew y a mí llenos de esperanza me quemaba los párpados.

      ¿Cómo había llegado a ese punto? En realidad, lo sabía: con un montón de mentiras desesperadas que se habían ido alimentado unas a otras y habían crecido hasta que se me fueron de las manos. Así que contraté a un sustituto: un James Bond asiático y empollón. James Bong. Bánh. Mejor Bánh. James Bánh Mì, el mejor invento desde la creación de las rodajas de pan con carne sazonada, cilantro y verduras en escabeche.

      Cuando se me acabaron los juegos de palabras con Bond, volví a sumergirme en la red de mentiras en la que me había metido yo solita.

      La única manera que se me ocurrió de distraerme fue concentrarme en algo que fuera igual de horrible, pero menos doloroso. Así que empecé a revivir todas las cosas raras que había dicho o hecho en la vida, como la vez que conocí a un chico guapo en Teoría del Juego y, al final de la conversación, no supe decidirme entre «me ha gustado hablar contigo» o «ya nos veremos», y terminé por decirle «te quiero». Dios. Cada vez que el recuerdo me venía a la cabeza y volvía a escuchar ese «te quiero» con mi vocecita triste y chillona se me escapaba un gemido. ¿Se podía ser más patética?

      «Sí, podría contratar un novio falso».

      Era mi peor enemiga.

      Hacia las dos de la mañana, aparté las sábanas y me levanté en busca de un frío trozo de tarta de calabaza.

drew

      ♦ Capítulo 4 ♦

      Drew

      Otra noche más

      «La estoy ayudando, la estoy ayudando…».

      Sin excepción, siempre tenía que recordarme esas tres palabras para conciliar el sueño durante un trabajo. Por la noche, a solas con mis pensamientos, me sentía asqueado e incluso un poco cutre, aunque en realidad fuera todo lo contrario; desde que acumulaba decenas de críticas estupendas, mis precios eran de escándalo.

      En todos los trabajos, había algo que disparaba mis inseguridades. En ese caso, habían sido los comentarios de la madre de Jing-Jing sobre que abandonar la universidad era el peor acto del mundo, incluso si dirigías una empresa que valía un millón de dólares. Mis orejas de desertor universitario se pusieron como tomates al oírlo y la respuesta de