Rent a boyfriend. Gloria Chao

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Название Rent a boyfriend
Автор произведения Gloria Chao
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412324730



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eso, podría pedir un reembolso completo. Ja, «operativo», como si fuera James Bond, solo que en versión empollona, con buenos modales y leal, o sea, guāi, como se prometía en la web, el sueño de cualquier padre asiático. También se aseguraba que el atractivo del operativo sería lo bastante alto como para augurar unos bebés bonitos, pero no demasiado exagerado, para que no hubiera que preocuparse por infidelidades futuras a causa de las infinitas oportunidades.

      Cuando ya teníamos los platos a rebosar de guarniciones, mi padre se situó frente al pavo con un cuchillo en la mano no dominante y un tenedor en la dominante. Lo acechó por la derecha, por la izquierda, por arriba, y lo pinchó.

      Andrew me miró un segundo e interpreté la pregunta que me hacía con la mirada: ¿debería ofrecerse a ayudar? Lo cierto era que yo tampoco lo tenía claro; a mi padre le gustaba ser el cabeza de familia, pero también era evidente que no tenía ni idea de qué hacía y no le haría gracia quedar en ridículo.

      Le sonreí desconcertada al supuesto amor de mi vida.

      —Shushú —dijo Andrew mientras se levantaba despacio—, llevan días cocinando y me sentiría honrado si me dejasen colaborar un poco. ¿Me permite que les sirva yo? Dudo que vaya a trincharlo tan bien como lo haría usted, así que espero que no me tenga en cuenta los fallos, pero se merecen descansar y disfrutar de la noche.

      Puaj. A mí me pareció que se había pasado tres pueblos, aunque mi padre estaba a punto de montarle la pierna. Se merecía cada centavo que me había costado, ¿a que sí?

      Mientras Andrew trinchaba el pavo y cortaba unas lonchas perfectamente simétricas —¿sería también parte de su formación?—, mi padre se aclaró la garganta.

      —¿Por qué no nos hablas un poco de ti?

      —¡Sí, por favor! Jing-Jing no ha querido contarnos casi nada —añadió mi madre con dramatismo—. Lo cierto es que nos sorprendimos al enterarnos de que existías. —Casi tanto como yo cuando me lo inventé en un momento de desesperación dos meses atrás.

      Mis padres entrelazaron las manos encima de la mesa y esperaron, expectantes.

      Tragué saliva e intenté recordarle a Andrew por telepatía lo que estaba en juego: librarme de Hongbo Kuo. El asqueroso y chovinista Hongbo, con quien mis padres querían emparejarme por un montón de razones equivocadas y que quería estar conmigo por razones aún peores. Si no fuera por él, tendría más dinero en la cuenta bancaria y Andrew habría pasado la cena de Acción de Gracias en casa de alguna otra pobre chica ese fin de semana, y me refería a «pobre» en ambos sentidos de la palabra.

      Andrew esbozó una sonrisa fácil, encantadora y, de alguna manera, cariñosa.

      —¡Pues Jing-Jing sí me ha hablado mucho de ustedes! He disfrutado muchísimo escuchando las historias de su infancia y la acogedora casa en la que creció. Seguro que, si la hubiera conocido cuando éramos niños, me habría enamorado nada más verla enseñando Matemáticas a las Barbies.

      Mis padres se rieron de corazón y el comedor se llenó de ese extraño sonido; hasta juraría que la austera foto de mi yéye en la cabecera de la mesa entrecerró un poco más los ojos.

      Me imaginé a Andrew repasando una lista mental de todos los recuerdos y datos que le había proporcionado con mucha incomodidad en la extensísima solicitud que rellené; incluso tuve que darles acceso a mis contactos y redes sociales para que se asegurasen de que el operativo que me enviaran no hubiera tenido ya una clienta que se moviera en los mismos círculos.

      —Aunque supongo que habría sido un poco raro —continuó—, dado que soy dos años mayor y, a esa edad, dos años son un mundo.

      —Pero ahora ya no —se apresuró a decir mi madre con una sonrisa.

      No me costó escuchar sus palabras como si las acabase de decir en voz alta: «Los hombres maduran más despacio que las mujeres, por lo que casarse con alguien mayor siempre es una buena idea, Jing-Jing. En cuanto llegas a la menopausia, los hombres se largan; “pausan” el matrimonio, por eso se llama así, no me cabe duda. Así que, si encuentras a alguien mayor, cuando llegue el momento, él también estará hecho una pasa y no se largará».

      No sabría ni por dónde empezar.

      Que conste que Chloe no defiende ese tipo de patrañas antifeministas, pero, en aquel momento, era Jing-Jing.

      —Si eres dos años mayor, significa que te gradúas este año —dijo mi madre—. ¡Qué maravilla!

      Andrew asintió.

      —Ya he solicitado el ingreso en la Facultad de Medicina.

      —¡Gracias a Dios! —Mi madre dio un golpe en la mesa—. Acabo de enterarme de que, al parecer, entrar en una buena universidad no es suficiente. —Se volvió hacia mí—. Jing-Jing, ¿te acuerdas de Jeffrey Gu? El año pasado se graduó el primero de su promoción y entró en Standford. ¡Pues resulta que lo ha dejado!

      Ladeé la cabeza con un gesto que indicase que lo que decía no era del todo exacto.

      —Jeff ha montado su propia empresa, mamá. Dejó Standford porque ha recibido financiación de un capitalista de riesgo.

      —¡Es un holgazán que va a trabajar en chanclas y sudadera! Además, me han contado que durante el día se dedica a jugar al ping-pong y dormir la siesta.

      Contuve una carcajada.

      —Diría que a Jeffrey Gu, que sale en la lista Forbes de los treinta directores generales de empresas tecnológicas menores de treinta, le va bien.

      Negó con la cabeza.

      —Dejar la universidad nunca está bien.

      —Excepto si ya has ganado un millón de dólares con tu empresa —mascullé entre dientes. Entonces, me di cuenta de que Andrew tensaba los hombros y que nos habíamos desviado del tema—. Como sea —dije arrastrando las palabras—. Estábamos hablando de Andrew, quien no ha dejado la universidad como Jeffrey Gu.

      —No, no lo ha hecho —dijo mi madre con afecto y le dedicó toda su atención—. Háblanos de tu familia.

      Andrew se concentró en el pavo con una mirada imposible de interpretar.

      —Lo cierto es que nuestras familias tienen mucho en común —respondió mientras servía una impecable rodaja de carne oscura en el plato de mi madre, que esbozó una sonrisa deslumbrante y asintió para darle las gracias—. Mis padres se conocieron en Taipéi, en la iglesia, se casaron y poco después se mudaron aquí para estudiar Medicina. Mi hermano mayor y yo nacimos y nos criamos en Chicago, en una comunidad cristiana muy comprometida.

      —¿En Chicago? —preguntó mi madre—. ¿Y siguen allí?

      Siempre había odiado que me hubiera marchado tan lejos de la costa oeste, así que estaba segura de que le agradaría la idea de que Andrew estuviera cerca de sus padres. Por eso, respondió:

      —Sí, los dos trabajan en el hospital de la UC.

      Para mi sorpresa, el rostro de mi madre se ensombreció, lo contrario de lo que esperaba. Era la primera vez de la noche, así que debería sentirme bastante aliviada, aunque estaba convencida de que había clavado todos los detalles.

      Por suerte, los ojos de mi padre estaban a punto de salirse de las órbitas. «Chúpate esa, Hongbo. Tu familia será rica, pero Andrew acaba de marcar la casilla del dinero y, además, la del prestigio, pringado». Sí, era posible que nos hubiéramos aprovechado de que mis padres habrían deseado estudiar Medicina en lugar de Odontología, después de escuchar demasiadas bromas del estilo: «¿No te llegó la nota para ser médico?». Me daba igual rebajarme y tirar de golpes bajos.

      —¿Qué especialidad? —La voz de mi padre estaba apenas un decibelio por encima de un murmullo.

      —Cirugía. —Un campo muy elogiado con un departamento lo bastante grande para que mis padres