La Palabra del Señor. Pedro Alurralde

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Название La Palabra del Señor
Автор произведения Pedro Alurralde
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789874792310



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justos, sino a los pecadores (Mt 9,13)... Sí, hermanos, seamos pecadores en nuestra confesión para no ser pecadores gracias al perdón de Cristo»37.

      EL MÉDICO DE LAS ALMAS

      A un buen médico se le pide tener un ojo clínico que le permita hacer un diagnóstico presuntivo de la enfermedad que aqueja a su paciente. Lamentablemente, no todos los profesionales del arte de curar tienen “buen ojo clínico”. Y esto puede llevarlos a cometer serios errores en desmedro del enfermo.

      Jesús no tuvo más que mirar al publicano Mateo y penetrar con su mirada lo más profundo de su corazón. Sabía que se trataba de un enfermo del alma; y tomando la iniciativa salió a su encuentro y sin dilación le pidió que lo siguiera. La respuesta de Mateo no se hizo esperar; con buenos reflejos y sin titubear se fue tras él.

      La actitud de los fariseos, contrasta en cambio con la del publicano. Se sienten sanos y salvos; y por tanto, sin necesidad de tratamiento. Son algo así como los portadores aparentemente sanos de una temible enfermedad que se llama: el orgullo. Como no se sienten miserables, lógicamente no necesitan de la misericordia. Se mantienen atrincherados en el reducto de su perfección, y de allí no se los puede mover.

      En medicina hay un dicho muy mentado que dice así: “No hay peor enfermo que el que no reconoce estarlo”. Los fariseos se cierran a la gracia. Y la gracia solamente puede penetrar en los corazones quebrantados y humillados.

      Pero lo más triste de la situación, es que con sus esquemas puristas excomulgan a todos aquellos a quienes suponen contaminados y contaminantes. Privándolos así implícita o explícitamente, del derecho a la rehabilitación y a una nueva vida.

      Una vieja historia cuenta que un anciano sacerdote había colocado en la puerta de su capilla un cartel que decía: “Si tienes algún pecado, ven a confiármelo. Y si no tienes ninguno, ven lo mismo a contarme cómo haces para no tenerlo”.

      37. San Pedro Crisólogo, Sermón 30; PL 52,285-286 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1973, i 47).

      DOMINGO 11º

       «En aquel tiempo, al ver Jesús a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”.

       Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

       A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: “No vayan a regiones paganas ni entren en ninguna ciudad de los Samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”» Mt 9,36--10,8

      ~ ° ~

      «Vayan, dice el Señor, y proclamen que el reino de los Cielos está cerca. Miren la grandeza del ministerio, miren la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los profetas predicaban de la tierra y de los bienes de la tierra; los apóstoles, del reino de los cielos, y de cuanto a él se refiere. Pero no sólo por esto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan como los antiguos. A pesar de que oyen que se les habla de peligros, de guerras y de males incomportables, como heraldos que son del reino de los cielos, aceptan lo que se les manda con absoluta obediencia. (…)

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      El término compasión utilizado por el Señor en los evangelios, esconde un significado de gran riqueza. En el original griego, se lo podría traducir como que: “se conmovió hasta las entrañas”.

      En continuidad con el dolor que sufría Yahveh por el pecado de su pueblo, el nuevo testamento lo aplica ahora a Cristo en su relación con los pobres y miserables; incluyendo también ese matiz de ternura que siente toda madre hacia sus hijos. Frente a esta situación de orfandad y desamparo, el Señor nos recuerda una vez más la importancia del ministerio de la oración, en favor de su plan de salvación.

      Para realizar su proyecto, Jesús convoca desde la gratuidad a un grupo de sus discípulos, a quienes envía a cumplir una misión; dotándolos de su poder salvífico.

      Estos doce Apóstoles muestran la dimensión pluralista de la iglesia, en cuanto a los miembros que la integran. Hay lugar en ella para toda clase de genios y temperamentos, siempre y cuando comulguen con: un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo.

      Pero esta iglesia, que es nuestra iglesia, tendrá que cuidar siempre de no ajustarse a esquemas de poder contrarios a los criterios evangélicos. “El don de Dios no se compra con dinero” (Hch 8,20). Su verdadera fuerza estará siempre en el amor; y como ha sido convocada gratuitamente por Dios, deberá también compartir gratuitamente la gracia recibida con aquellos que se le acerquen.

      Porque una de las tentaciones que se nos presentan a los hombres y mujeres de iglesia: sacerdotes, religiosos y laicos, es la de pretender administrar la riqueza de la gracia indiscriminadamente; considerándonos dueños de un capital espiritual que no nos pertenece, y del que algún día tendremos que dar cuenta.

      38. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo 32,4 (trad. en: Obras de San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Madrid, La Editorial Católica, 1955, vol. I, pp. 642-643 [BAC 141]).

      DOMINGO 12º

       «En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: “No les teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre