Название | La Palabra del Señor |
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Автор произведения | Pedro Alurralde |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789874792310 |
La mayoría olvidamos que el pasado ya fue y que el futuro no existe, mal que les pese a los futurólogos que pretenden rastrear en el misterio de Dios.
El Evangelio nos recuerda que lo único de que en realidad disponemos es de este día que hoy Dios nos regala.
Esto no significa que nos desentendamos de lo que vendrá, que ciertamente estará en gran parte condicionado por el presente.
Lo importante es estrenar cada día en la esperanza de vivirlo en plenitud y apostando a la Providencia, con la confianza de que con sus desafíos, quebrantos y alegrías, merece ser vivido como si fuera el único de nuestra historia.
Por eso el pobre del Padre Nuestro, agradece recibiendo el pan de cada día…
El rico y autosuficiente vive en cambio programado un futuro lleno de seguridades y realizaciones. Pero olvidando que: «Ustedes, los que ahora dicen: «“Hoy o mañana iremos a tal ciudad y nos quedaremos allí todo el año, haremos negocios y ganaremos dinero”, ¿saben acaso qué les pasará mañana?» (St 5,13-14).
35. San Jerónimo, Comentario sobre san Mateo, I,6,24. 34.
DOMINGO 9º
«No todo el que me diga: “¡Señor, Señor!”, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo. Cuando llegue aquel día, muchos dirán: “¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre?”. Y yo entonces les declararé: “Nunca los conocí, apártense de mí, ustedes que hacen el mal”.
Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre la roca.
Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible» Mt 7,21-27
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«Hermanos míos, sepan que padecen una ilusión si han venido con apresuramiento a escuchar la palabra sin intención de poner en práctica lo que escuchan. Caigan en la cuenta de que si es cosa buena escuchar la palabra es todavía mejor ponerla en práctica. Si no la escuchas te despreocupas de entenderla y no construyes nada. Si la escuchas y no actúas, construyes una ruina… Escuchar y poner en práctica es lo mismo que edificar sobre roca. Sólo el hecho de escuchar es ya comenzar a construir.
… Edifica sobre arena el que escucha y no actúa; construye sobre roca el que escucha y lo pone en práctica; pero no edifica ni sobre la arena ni sobre la roca el que se niega a escuchar.
… Si edificar sobre arena es malo, tan malo es también no edificar. Podemos concluir: lo único que vale es edificar sobre roca. Es malo no escuchar, y malo también escuchar y no hacer nada. Pongan por obra la palabra y no se contenten solo con oírla, engañándose a ustedes mismos (St 1,22)»36.
“LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ”
El Evangelio de hoy nos alerta sobre la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida.
A menudo nos contentamos con oírla de manera distraída.
El que la oye y no la practica, dice la carta de Santiago, se parece a un hombre que se mira en el espejo, pero enseguida se va y se olvida de cómo es.
Muchos de nuestros planes son como castillos de arena, que se desmoronan y se los lleva el viento, cuando soplan las tormentas.
En cambio, cada vez que tomamos contacto con la Palabra y nos comprometemos en serio, ella nos va otorgando identidad filial y reconciliando con Dios.
Se va convirtiendo en nuestro “alter ego” en nuestro otro yo. “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás” (Is 50,4-5)
Por esta razón, enamorados de la Palabra manifestada en la Iglesia, somos hombres y mujeres de la Palabra. No tanto porque la proclamemos sino, y sobre todo, porque la escuchamos. Y así nos vamos convirtiendo en iconos vivientes, con la homilía de nuestra vida.
Obedecer es comprometerse con lo que se escucha, es edificar sobre esa Roca que es Cristo.
Los cristianos somos aquellos que humildemente escuchamos La Palabra. Porque la escuchamos la obedecemos, y porque la obedecemos, nos ponemos a servir a nuestros hermanos.
36. San Agustín, Sermón 179,8-9; PL 38,970-971 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1972, i 39).
DOMINGO 10º
«En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los Fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”» Mt 9,9-13
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«Se acusa a Dios de inclinarse hacia el hombre, de situarse junto al pecador, de tener hambre de su conversión y sed de su vuelta, de tomar el alimento de la misericordia y la copa de la benevolencia. Pero Cristo, hermanos, ha venido a esta cena; la Vida ha venido entre estos invitados para que, condenados a muerte, vivan con la Vida; la Resurrección se ha inclinado para que los que yacían se levantasen de sus tumbas; la Bondad se ha abajado para elevar a los pecadores hasta el perdón; Dios ha venido al hombre para que el hombre llegue a Dios; el Juez ha venido a la comida de los culpables para sustraer a la humanidad de la sentencia de condenación; el Médico ha venido a casa de los enfermos para restablecerlos comiendo con ellos; el Buen Pastor ha encorvado sus espaldas para cargar con la oveja perdida hasta el redil de la salvación. ¿Por qué come su maestro con los publicanos y pecadores? Pero ¿quién es pecador, sino el que rehúsa considerarse tal? ¿No es esto hundirse en su pecado, y verdaderamente identificarse con él, al dejar de reconocerse pecador? Y ¿quién es injusto, sino el que se estima justo? (…) Mientras vivimos en este cuerpo mortal, la fragilidad nos domina; aunque triunfemos sobre los pecados de obra, no podemos vencer los de pensamiento ni evitar toda injusticia; y si tenemos la fuerza de escapar materialmente, y si somos capaces de vencer toda falta consciente, ¿cómo podremos suprimir las faltas de negligencia y los pecados de ignorancia? (…) Confiesa tu pecado y podrás venir a la mesa de Cristo; Cristo se hará por ti Pan, ese Pan que se partirá para el perdón de tus pecados. Cristo se hará por ti Copa, esa Copa que se derramará para la remisión de tus culpas. Vamos, (…) participa en la comida de los pecadores y Cristo participará en la tuya; reconócete pecador, y Cristo comerá contigo; entra con los pecadores en el festín de tu Señor y podrás no volver a ser pecador; entra con el perdón de Cristo en la casa de la Misericordia, no sea que con tu propia justicia seas excluido de esta morada. Vamos, reconoce a Cristo, escucha a Cristo. Sí, escucha a tu Señor, escucha al médico de arriba, el que refuta sin apelación tus acusaciones