Relatos nada sexis. Guadalupe Eichelbaum

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Название Relatos nada sexis
Автор произведения Guadalupe Eichelbaum
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412260021



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cuerpo no reacciona a la velocidad que espera el pensamiento. Le beso, le invito. La luz del televisor se refleja en elles tres, y yo observo con Santi entre mis piernas. La voluptuosidad de las imágenes contrasta con nuestra torpeza. Me río. Estamos ahí, desnudes, ridícules, los ojos muy abiertos, intentando arrastrarnos al encantamiento, al que solo puede penetrarse con los ojos cerrados como cuando olemos el pan recién hecho y se nos llena de agua la boca. Me río. Solo eso pasa y mi boca está seca. Vamos a la cama y nos enredamos en un círculo que nos deja exhaustos. Nos miramos con extrañeza. Ahí estamos, cuerpos, pliegues, solo eso (y todo eso). Me río. El vestido en el suelo.

      El triángulo tiene mala fama, digo, cuando se habla de vínculos. Los ceños se fruncen, las bocas se curvan: tres. Las gatas y yo, en mi cama, todas las noches, somos tres.

      Mª Paz Osorio Lozano

      Nació en Málaga (1961). Desde niña, tuvo pasión por la lectura y muy joven comenzó a escribir relatos cortos y poemas. En 1996 publicó, en el Diario Sur de Marbella, un artículo sobre San Pedro de Alcántara, su pueblo natal, lo que dio comienzo a su andadura literaria. En 1998 recibió un accésit en el Primer Encuentro Literario de la Mujer Malagueña, con un relato corto titulado «Fuerzas mayores». En 2005 hizo una autoedición de su primera novela A la sombra del nogal. En 2011 autoedición de Desde el Puente del Genil y en 2014 autoeditó Pobre Enriqueta. Ha participado en varias antologías: Viajes alternativos, Quién te escribía Cervantes, dime quién era y Mundo de mujeres. Ganadora del segundo premio en el XVII Certamen Cartas Escritas por una Mujer de Estepona en 2018 y finalista en el V Certamen de Relatos Cortos Palabras Mayores en 2019.

      Treinta años de casados

      Treinta años de casados y hasta hoy no me he atrevido a hacer esto. ¿En qué estaría yo pensando? Así, dormidito te quiero ver. Si me acuerdo de la noche de nuestra boda y me dan escalofríos. Yo en camisón, tapada hasta las cejas, temiendo lo que me esperaba y tú saliste del baño en calzoncillos, silbando como si fueras de paseo por la Alameda.

       Me oyes, lo noto, no puedes ni con el peso de las pestañas, pero me estás escuchando. Recuerdo que te dije que estaba cansada, que si lo podíamos dejar para el día siguiente. En vez de conquistarme pusiste el grito en el cielo; habías esperado tres años de novios sin poder ponerme una mano encima y con las bendiciones ya tenías derecho. ¡Quédate quietecito, que por más que te muevas hoy no me pillas!

      Mi madre de este tema no hablaba, pero la Merceditas, que era muy espabilada, me dijo que si me relajaba no me dolería y que en las siguientes ya me vendría el gusto. De modo que le hice caso, me tranquilicé para que te despacharas a tu manera. Ni por esas. Fue como si me estuvieras partiendo por la mitad. Tu delicadeza no apareció ni a saludarme. Y sigues intentando alargar las manos. ¡Si con lo que te has tomado no despiertas en dos días!

      Ni una sola noche en estos treinta años te han faltado las ganas de tirarte encima de mí. Bueno sí, cuando murió tu madre (que en gloria esté) y la semana que estuve con los puntos por el parto del niño. Pero después, ni una. ¡Treinta años! Y si desmenuzo los trescientos sesenta y cinco polvos de cada uno de ellos, no encuentro ni rastro de gozo con tus achuchones. Ahora que…, aunque no lo creas, hallé la manera de satisfacerme. Yo no podía estar escuchando conversaciones de unas y otras sobre cosquillas, roces, repelús ahí abajo y suavecito aquí arriba, quedándome a dos velas. Apenas andaba nuestro hijo cuando se lo pregunté a Merceditas, pues ya sabíamos de su experiencia en estas lides. ¡Con lo que a mí me gusta leer y nunca me dio por coger un libro sobre el asunto!

      Ella me explicó dónde y cómo tenía que abanicarme para notar los mismos placeres que las demás. Se te aceleran los ojos, se nota como se mueven bajo los párpados, te inquieta lo que escuchas, ¿verdad? Di con el intríngulis enseguida. En la primera ocasión que me quedé sola, seguí al pie de la letra las indicaciones de Merceditas. Del orgasmo que tuve se me nubló la vista. Como te digo, en unos meses manejaba al dedillo ritmos y pausas para alargar mis momentos de goces.

      Lo más gracioso es oírte hablar de mujeres con tus amiguetes. Lo macho que eres y lo bien que sabes darnos lo que nos gusta. No sé con cuántas más lo haces ni sus opiniones, pero te puedo asegurar, que cuando estás conmigo, solo me haces pensar en el menú del día siguiente.

      ¡Ah, sí!, ha sido Merceditas la que me ha dado las gotas para dejarte dormido antes de que te metas en la cama. He sentido miedo por si se me iba la mano y te ocurría lo peor, de modo que he puesto unas cuantas menos en el vino de la cena, de ahí tu inquietud. De todos modos, como veo que te enteras de algo, voy a informarte de que tengo hecha la maleta. Mañana temprano seguirás soñando. Me voy con Merceditas. Nos marchamos de esta ciudad retrógrada que me ha tenido amarrada a ti tanto tiempo. Hemos descubierto que juntas somos capaces de arrancar más delicias a nuestros cuerpos. ¡Ya, ya!, sé perfectamente que tenemos cumplidos los cincuenta, pero como bien sabes los refranes son sabios y… nunca es tarde si la dicha es buena.

      Ana Herón

      Ana Héron (Andalucía, 1988) es periodista y escritora. Ha publicado el cronicario Verano sin vacaciones y el libro de artista estampado con técnicas de grabado Lo inhabitable. Con su voz pone en valor lo cotidiano, lo común y busca y encuentra el surrealismo intrínseco en lo ordinario, la magia que pasa desapercibida, eclipsada por el ritmo tecnológico de nuestras vidas cada vez más monitorizadas. Escribe cuentos al momento con la máquina de escribir de su madre, colabora en El Topo y no se separa de su cuaderno ni de su cámara de fotos.

      Buscar, no encontrar

      A doscientos metros gire a la derecha y continúe por la calle Cobra.

      Andrea va siguiendo las indicaciones de la voz inerte que sale por su teléfono. Sin levantar los ojos de la pantalla, sus pasos intentan seguir la línea de puntos azules que se traza en el mapa, como si tuviera que completar un camino de monedas para poder pasar a un nivel sorpresivo.

      Andrea gira a la derecha.

      Continúe por la calle Cobra.

      Andrea continúa.

      A veinte metros encontrará su destino a la izquierda.

      «¿Mi destino? Si yo solo estoy buscando a un tío», piensa.

      veinte metros. veinte pasos. Los cuenta. Gira la cabeza a su izquierda y su mirada se cruza con la del hombre que había visto hace un rato en una foto. Lo mira bien. Mantiene la distancia. No le gusta. Él intenta acercarse.

      Es sábado. Son las doce del mediodía y la calle está llena de turistas. El desconocido de la foto los esquiva, como puede, intentando llegar hasta ella. Andrea se ha quitado de en medio aprovechando la bomba de humo que formaba una excursión de jubilados en frente del monumento dedicado a la colonización de América.

      El desconocido la pierde. Andrea se dirige a paso ligero hacia una callejuela donde poder darle esquinazo. No le gusta. Lo ha visto y no le ha gustado nada. Lo ve perseguirla de lejos, parece que no se ha enterado.

      El tipo busca su rastro en la pantalla del móvil.

      Manténgase a la derecha a ritmo rápido hasta llegar a su destino.

      El desconocido sigue la indicación que le llevará hasta la desconocida que ansía. Mantiene el ritmo ligero y se tropieza con una monja. Andrea gira la cabeza, ve el trompicón. La monja lo mantiene unos segundos ocupado entre aspavientos, hábitos y excusas. Intenta deshacerse del móvil dándoselo a un adolescente con el que se cruza. «Toma, te lo regalo». El chico no tiene ningún interés en quedarse con su teléfono. «¿En serio?». Continúa su paso ligero, pasa por la plaza central y se acerca a la fuente donde una pareja pide un deseo lanzando dos monedas de bronce al agua estancada.

      Andrea tira su móvil y sigue caminando en dirección a casa.

      El tipo llega a la fuente. La busca. Se mete, se moja. Rescata el móvil sin conexión.

      Ha llegado a su destino.

      Alicia Gil Gómez

      Doctora en Sociología (URJC, Madrid) y licenciada en Filosofía y CCEE (UV). Experta en género, violencia, poder y conflictos. Coordinó distintos