Название | Tres Realismos |
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Автор произведения | Maximiliano Crespi |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878341156 |
Pero, por otra parte, su posición de lectura se articula sobre un sesgo irónico que por momentos casi roza el desprecio. Finge no trabajar sobre un capital acumulado que, no obstante, enrostra todo el tiempo en sus lecturas y declara un interés por “la emergencia de lo (en todo sentido de la palabra) inesperado” a la vez que lo minimiza deliberadamente. Está claro: a Sarlo no le interesa la vibración del presente porque lo que del presente la hace vibrar es el amor del pasado. Va a lo seguro sin tomar el riesgo de interrogar lo que pone en crisis su propio dispositivo de lectura. Si es sutil en sus conclusiones sobre el carácter y el valor atribuible a la literatura actual es porque sabe que lo último que hay que perder es la elegancia. Pero no por sutil deja de poner en blanco sobre negro la condición y la materialidad de lo que a su juicio constituye el síntoma: el efecto de lo verdadero imponiéndose sobre el efecto de lo verosímil, el plegamiento de la literatura sobre el giro subjetivo de la cultura, la falsa oscilación de espacios y tiempos (que va indiscriminadamente del “costumbrismo globalizado” al “regionalismo de lo nuevo”). Su diagnóstico, sugerido siempre entre líneas, no puede ocultar su categórico rechazo ante las reverberaciones literarias de la demagogia y el sentimentalismo populista. Pero en lo que respecta a la lectura en sí sólo parece exhibir cierto entusiasmo al paladear las tenues resonancias de la tradición: de Juan José Saer en Hernán Ronsino, de Elvio Gandolfo en Matías Capelli, de Sergio Chejfec en Oliverio Coelho, de Julio Cortázar en J. P. Zooey, por sólo citar algunos ejemplos. Su percepción del presente literario es, en efecto, borrosa y hasta casi maternalmente indulgente: bajo su óptica, exceptuando algún caso particular, la literatura argentina contemporánea no pasa de ser una conjetura todavía precoz, inestable, frágilmente colgada de una convención retórica que, en última instancia, prácticamente la determina.
Benjamin, Williams y Viñas —los tres nombres propios convocados por Sarlo en los últimos párrafos del prólogo— coincidirían en eso: la materialidad del mundo y sus relaciones marca a fuego la literatura. Borges, el paredón después del cual la nueva literatura se desarrollaría como una breña sin brillo y sin ambición de negatividad, agregaría quizá que lo hace más que nada pautando los términos en que se produce su recepción. Si una literatura se define menos por su propia condición que por la manera en la que es leída, el interés de Sarlo por los estilos muertos, por las máscaras que pasan de generación en generación, por la corrección de argumentos y por las voces perdidas en su propio museo imaginario, es tan sintomático como sus recelos y sus omisiones. Su libro habla menos del estado actual de la literatura argentina que de la lenta agonía de un modelo de percepción crítica.
Terranova y la ironía narcisista
Si Juan Terranova no se hubiera obstinado en escribir una fatigosa ristra de novelas que no siempre están a la altura de su propia exigencia crítica, libros como El ignorante (Tantalia/Creawl, 2004), Unos días en Córdoba (Nudista, 2011) y La masa y la lengua (Ediciones CEC, 2011) le habrían forjado una reputación que Los gauchos irónicos (Milena Caserola, 2013) vendría simplemente a refrendar. Dos razones habilitan la conjetura: en primer lugar, que, como aquellos, éste es también un ensayo montonero, intenso, polémico, de hipótesis fuertes y discutibles; y, en segundo lugar, que, visto en perspectiva, constituye también una suerte de novela generacional que toma su voz y su astucia del nervio mismo de lo contemporáneo.
La sintaxis eufónica, la alusión irónica y el tono sobrador de la crítica dan el signo de un discurso efectista que no se priva de ceder al desborde caprichoso y arbitrario. No hay error de paralaje. Al contrario: es la criba de una táctica picaresca, digitada con cierto grado de malicia y deliberación (“Soy Narciso, el del estanque: estancamiento y desastre”, diría la voz lamborghiniana). Con ella, el crítico se inscribe en la irónica gauchipolítica que presenta; pero, en el mismo ademán, se arroga también el derecho exclusivo a una colocación que la excede: pese a que el libro declara su expresa voluntad de pensar lo nuevo por la afirmativa, no es difícil reconocer —entre líneas— los trazos indelebles del arte de injuriar que caracteriza a las intervenciones críticas de Terranova (especialmente cuando se ensaña con las veleidades de César Aira, Martín Kohan o con las recurrentes mistificaciones del “conformismo progre”). No obstante ello, la lectura de este conjunto de textos pone además en evidencia una pulsión irónica que sutilmente cae sobre el presente mismo de la literatura que constituye su objeto. Redoblada, la ironía dispone así un umbral inquietante para la propia enunciación crítica: un espacio a la vez interior y exterior a esa hipotética apuesta generacional cargada de recelo e incredulidad.
Escritos para diversos soportes y contextos de enunciación, los ensayos confiesan abiertamente sus propias condiciones de producción, pero confirman también la tasa de su perspectiva metodológica. Terranova no es un modernista. No lee la diferencia novelesca ni propone una lectura irónica de la ficción. Al contrario: lee más bien en la tradición de la crítica temática: siguiendo la lógica del comentario, no la de la calificación formal. No evalúa estéticamente los textos; subraya el tipo de inflexión que realizan en su contexto. Son los temas del presente (no los autores, ni las texturas, ni las poéticas) los que determinan el trazado de las coordenadas en su mapa literario.
Los mojones de la cartografía elaborada por Terranova coinciden rigurosamente con la de las propias obsesiones del crítico. Ambas se ligan en una red irregular y voluble, donde —por oposición a la nostalgia modernista que lee el presente como degradación— la ironía parece venir a quebrar la mitificación del pasado en favor de un presente pleno, que no necesita apoyarse siquiera en la promesa de un porvenir. Terranova lee con seriedad pero sin solemnidad el costumbrismo político de Luciano Lamberti, el centón moderno sobre el que arroba el peronismo poético de Carlos Godoy, el flujo de violencia entrópica que se cifra tras lo perturbador en Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued (Anagrama, 2009), el anudamiento imposible —es decir: necesario— de los condicionamientos y el goce sobre el que se teje la perversa —es decir: la melancólica— ficción de Musulmanes de Mariano Dorr (Casa Nova, 2009), el desparpajo con que las ficciones de Pola Oloixarac y Félix Bruzzone resisten la intimidación con que el progresismo oficial blinda de épica sensiblera a los relatos de la historia argentina reciente, la insolencia posmodernista de las performances y la estética relacional de Pablo Katchadjian, o la economía monstruosa —carencia o exceso, error o tergiversación— que activa la elegante narrativa de Federico Falco.
Terranova articula su lectura en un cruce imaginario entre literatura y política, pero dejando siempre a la vista —prudencial, pérfidamente— los hilos de la costura para que se note lo determinante de su propia mediación. Asume que literatura y política son procedimientos de verdad diversos, formaciones heterogéneas de la invención en que se imprime un determinado estado de imaginación. Pero intuye que en la fricción de ese encuentro la ironía entra en juego no como síntoma, sino como una táctica de intervención (política) desencantada: es la modalización oblicua que la literatura produce para tratar con lo intratable de su pasado y para sobrevivir también a lo intratable de su propio presente.
Lo que se impone a través del libro es un catálogo turístico y comercial, un muestrario que señala en cada imagen la eventualidad de una foto. La perspectiva de la lectura se asimila por momentos a la personalidad del comprador compulsivo. Terranova entra a todos los negocios y de todos se lleva un valor distinto. No diagrama su paseo con espíritu acumulador o con pasión coleccionista; su recorrido tiene, más bien, el interés relativo de quien trata de explicar la eficacia de un hábito de consumo, con la curiosidad de quien recorre un bazar evaluando precio y utilidad. Por esa misma razón, el relato de Terranova no es el de un crítico. Aparece aún —al menos en estos textos reunidos— como un escritor que releva las razones