Название | Jalisco 1810-1910 |
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Автор произведения | Marco Aurelio Larios López |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786074502930 |
Esa noche no pude dormir. Presentía que algo muy importante estaba a punto de ocurrir en mi vida. Y así fue. Diez días más tarde, el doctor Severo Maldonado entró precipitadamente a la casa. Me dijo que buscara a María y a Damiana, pues tenía algo de suma importancia que decirnos. Así lo hice. Fui por ellas a la caballeriza y nos sentamos en la mesa grande del comedor. Esto nos dijo el doctor Maldonado: “María Josefa, Damiana San Miguel y María Sayavedra. Desde hoy son libres. La condición de esclavitud ha sido abolida para siempre.”
Nos quedamos mudas. Podíamos oír hasta el zumbido de las moscas verdes. En esos momentos no éramos capaces de comprender que estábamos escuchando y presenciando nuestro proceso de manumisión. “Mis palabras son del todo ciertas”, nos dijo el doctor Maldonado. “Hoy mismo, don Miguel Hidalgo y Costilla leyó un bando en Palacio, donde asienta puntualmente que todos los dueños de esclavos deberán darles libertad dentro del término de diez días so pena de muerte.” Las tres nos echamos a llorar como chiquillas. Yo tuve en mi mente a mis padres, a mis abuelos y a tanta gente que desde siglos atrás había nacido y muerto en el renacer de azotes y en la proliferación de miserias. Don Severo también estaba emocionado. Nos dijo que además de incidir en su propia casa, ese decreto era decisivo para toda la Nueva Galicia, ya que aún había muchos indios, negros y mulatos en espera de ser liberados.
Aún en posesión de sus cartas de libertad, María Josefa y su hija decidieron quedarse a seguir trabajando como domésticas en casa del doctor Maldonado. Yo esperaba hacer lo mismo, pero a la semana siguiente recibí otra sorpresa. Vino a Buscarme Valerio. Traía permiso de mis padres para desposarme. Entre los dos pusimos una pulpería junto al río San Juan de Dios. De vez en cuando alguien me pregunta por la M que aún traigo marcada en la cara. Yo nada más sonrío. “Es una letra muy vieja”, les digo, “no sé si algún día la historia me la va a borrar para siempre. No sé.”
Pedro Moreno
HÉROE DE LA INDEPENDENCIA
Nació en la hacienda de La Daga, municipalidad de Lagos, el 18 de enero de 1775. Hizo estudios en la capital de Jalisco. Cuando estalló la guerra en contra de la soberanía española, Moreno comenzó a relacionarse con los caudillos insurgentes. Mostró un alto espíritu de valentía. Con los campesinos que trabajaban sus tierras formó guerrilleros. Construyó su cuartel en el Fuerte de El Sombrero, en la sierra de Comanjá en Guanajuato. Se unió al esfuerzo de Francisco Javier Mina, quien siendo español estaba contra la forma de gobernar de los españoles. Ambos pelearon con furor contra ellos. Tuvieron victorias y derrotas. Al final, Pedro Moreno, lugarteniente de Mina, intentando que éste lograra escapar, le costó la vida un 27 de octubre de 1817. Mina fue capturado y fusilado el 11 de noviembre.
Luis Pérez Verdía
HISTORIADOR
Nació en Guadalajara el 13 de abril de 1857. Abogado por la Escuela de Jurisprudencia de Guadalajara, se especializó en la historia de México y el derecho internacional. Fue miembro de la Alianza Literaria de Jalisco, de la Academia Mexicana de Legislación y Jurisprudencia, entre muchas otras asociaciones. Además, fue rector del Liceo de Varones en Guadalajara, magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del Estado y diputado del Congreso de la Unión. Murió el 15 de agosto de 1914 en Guatemala siendo entonces ministro plenipotenciario de México. De su obra sobresalen excelentes investigaciones como Apuntes históricos sobre la guerra de Independencia en Jalisco (1876), el Compendio de la historia de México desde los primeros tiempos hasta la caída del Segundo Imperio (1883) y la Historia particular del estado de Jalisco, desde los primeros tiempos de que hay noticia hasta nuestros días (1910-1911).
Guadalajara al momento de la Independencia
Guadalajara, capital del reino de la Nueva Galicia, en la época en que se proclamó la independencia de México, era una ciudad de 45,000 habitantes, modesta y bien hallada con el gobierno colonial porque el atraso intelectual en que se encontraba, y la falta de comunicación con poblaciones más cultas, hacían que fuese bien cortas sus aspiraciones.
Sus casas, con muy reducidas excepciones, eran todas de un solo piso, con grandes salones, numerosos patios y enormes corrales; atendiendo sus constructores a la solidez del edificio, descuidaban por completo la simetría y adorno exterior, de suerte que mientras sus paredes medían uno y dos metros de espesor, rara vez tenían dos puertas de la misma altura. Las calles anchas y bien orientadas carecían de empedrados y aun de aceras, y la irregularidad de las altas ventanas casi todas desiguales y con rejas de madera, les daban un aire triste y desagradable. La plaza rodeada de corpulentos fresnos, las numerosas plazuelas cubiertas de zacate y las calles escuetas, imprimían a la ciudad un aspecto melancólico que revelaba el poco movimiento que reinaba en ella.
En el interior de las casas, mientras abundaban las vajillas de plata y era raro el que, perteneciendo a la clase medianamente acomodada, carecía de ellas y de su tabaquera de oro, faltaban los objetos más preciosos para la comodidad y que aun siquiera se conocían. No se usaban las alfombras, viéndose apenas en los estratos de la mejor sociedad, tiras angostas de gruesas esteras que en pequeños espacios cubrían los polvorosos y cacarizos ladrillos; incómodos canapés forrados de seda de color rojo o amarillo subido, cubiertos por blanquísimos forros de lienzo de algodón, que se mudaban dos veces por semana, unas mesas rinconeras y unas sillas de bejuco con alambre amarillo incrustado, formaban el menaje de las salas, en las cuales se veían por adornos algún mal cuadro de la Virgen de Dolores o de Guadalupe, tres o cuatro estampas iluminadas de María Estuardo y algún espejo de cortas dimensiones con ancho marco de pino pintado, con columnitas delgadas con capiteles dorados. En el comedor veíanse espaciosísimas mesas de finas maderas sin pintar, a las que se sentaban por los dos lados en bancas de pino con anchos y lucientes clavos y en equipales a la cabecera, sirviéndose comidas frugales, como valiosas eran las vajillas en que se presentaban; y si se recorrían las piezas de habitación, se encontraban amuebladas por camas de madera y enormes roperos de pino pintado, con estampas en las puertas que representaban en grandes dimensiones el Ojo de la Providencia, con motes muy legibles que decían “Dios me ve”. Entraba la luz a las recámaras al través de los postigos de las puertas, cubiertos con papel de estraza, viéndose en una que otra casa, azulados cristales…
Una de las primeras noticias que se recibieron en Guadalajara del levantamiento de Dolores, fue la que comunicó el 21 de septiembre D. José Simeón de Uría que iba de diputado a las Cortes de Cádiz, por un propio enviado desde Arroyo Zarco, avisando al Ayuntamiento que D. Domingo Allende ha atacado varios pueblos, según se expresaba el brevete.
Fragmento tomado de: Velasco, Sara. Escritores jaliscienses. Tomo I (1546-1899). México, Universidad de Guadalajara, 1982, pp. 211-216.