Locos por volar. Melanie Scherencel Bockmann

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Название Locos por volar
Автор произведения Melanie Scherencel Bockmann
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877982978



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hacia la puerta–. Marcos y yo no estamos jugando. Esto no es lo mismo que lo que juego contigo. Estamos hablando en serio. Además, es una Super Cub con dos asientos. No hay lugar para nadie más.

      Marcos suspiró mientras levantaba la mirada.

      –Bueno, tenemos un gran total de $ 67,14. Qué patético.

      –¿Eso es todo lo que tienen entre los dos? –Tim se rio–. Tengo más que eso yo solo, porque no gasto todo como hacen ustedes. Tengo ahorrados como $ 100. Puedes preguntarle a mamá.

      –Fuera, Tim –demandó Gaby, perdiendo la paciencia–. No es lindo presumir.

      Entonces sacudió la cabeza mientras apretaba las teclas de la calculadora.

      –Realmente es un comienzo humilde –se quejó Gaby–. Y según mi estimación, combinando nuestras mesadas nos llevará 63,1 años juntar suficiente dinero para comprar la aeronave.

      Tim se abrió paso entre los dos muchachos más grandes y miró la imagen de la Super Cub.

      –Yo no soy pesado –dijo señalando la vista transversal del área de cargamento de la aeronave–. ¿Por qué no pueden poner un asiento ahí para mí?

      –Tim, sal afuera y déjanos hablar –Gaby suspiró–. No entrarías; y además, no quiero a mi hermanito siguiéndome en misiones peligrosas.

      –Eso –agregó Marcos señalando a Gaby con el pulgar–. Lo que él dijo.

      –No estorbaré –se resistió Tim.

      –Estás estorbando ahora. ¡Mamá! –llamó Gaby poniéndose de pie y tratando de arrear a Tim hacia la puerta.

      Gaby y Marcos lo arrastraban con fuerza, pero Tim se logró sujetar del pilar de la cama y se agarró con todas sus fuerzas.

      –Suelta –dijo Gaby entre dientes mientras luchaba contra el pequeño cuerpo delgado de Tim.

      Tim se aferró del poste con desesperación.

      –Por favor, déjenme quedarme. Pueden... pueden quedarse con mi mesada.

      Gaby y Marcos dejaron de tirar y se miraron el uno al otro; entonces observaron el rostro esperanzado de Tim.

      –¿Dijiste que tienes ahorrados como $ 100? –preguntó Gaby lentamente.

      Tim asintió.

      –Pensándolo bien, podría llegar a caber –dijo Marcos levantando los hombros–. No pesaría más que el cargamento.

      –Es cierto –dijo Gaby calculando mentalmente la capacidad máxima de carga–. Podríamos poner un pequeño asiento para él en la parte del cargamento. Probablemente habría suficiente oxígeno allí para que sobreviva.

      –Y hasta podríamos usarlo como táctica de distracción en caso de emergencia –notó Marcos–. Sabes, podría distraer a los funcionarios que puedan tratar de detenernos mientras nosotros nos escapamos por otro lado.

      Gaby y Marcos soltaron las piernas de Tim, y él cayó al piso. Justo entonces la mamá se asomó por la puerta.

      –¿Está todo bien? Tim, ¿estás molestando a tu hermano mayor de nuevo?

      Tim miró a Gaby, rogándole con la mirada.

      Gaby pensó con rapidez antes de responder:

      –Está bien, mami. Puede quedarse aquí si quiere.

      La mamá parecía confundida. Los miró y sacudió la cabeza.

      –Estaba segura de que me habían llamado –los muchachos podían oír su voz alejándose por el pasillo.

      –Está bien; estás adentro –dijo Gaby finalmente.

      –¡Gracias! –dijo Tim arreglándose la ropa–. Iré a sacar mi mesada de la alcancía.

      –Pero tendrás que ser un socio silencioso –susurró Gaby.

      –¿No puedo hablar? –Tim no lo podía creer.

      Marcos se rio.

      –“Socio silencioso” quiere decir que contribuirás con tu mesada, pero Gaby y yo tomaremos todas las decisiones importantes.

      Tim parecía satisfecho siempre y cuando fuera parte del plan. Buscó en un cajón hasta que encontró un frasco de plástico, lo abrió y vació sus ahorros en la pila.

      Marcos frunció el ceño.

      –Todavía estamos muy lejos de donde queremos llegar.

      –Sí –replicó Gaby–. Tendremos que pedir un adelanto de nuestro dinero de cumpleaños, y de Navidad, y de la universidad. O podríamos pedirles un préstamo a nuestros padres.

      Marcos se puso de pie.

      –Sí, como si eso fuera a funcionar. Piénsalo y después me cuentas qué se te ocurre. Pasaré más tarde y podremos hacer una tormenta de ideas.

      –Eso suena bien –dijo Gaby.

      Cuando el papá llegó a la casa esa tardecita, Gaby le contó sobre el plan y le preguntó si tenía alguna idea de cómo podían obtener el dinero.

      –¿Quizá te gustaría hacer una donación considerable a la causa? –le preguntó esperanzado–. ¿O tal vez un préstamo moderado?

      El papá miró pensa­tivamente las imágenes de la Super Cub en la revista.

      –Bueno, Gaby, pienso que comenzar a ahorrar dinero ahora es un plan fantástico –dijo impresionado–. Me alegra que estés estableciendo objetivos honrosos y trabajando para lograrlos. Sin embargo –continuó–, en lugar de tomar prestado o suplicar por el dinero para la avioneta, me parece que apreciarías más tus logros si ganaras el dinero de la manera tradicional.

      –¿De la manera tradicional? –repitió Marcos como si las palabras tuvieran un gusto extraño. Él y Gaby estaban caminando por la vereda.

      –¿Qué se supone que significa eso?

      –No lo sé.

      Se detuvieron un poco después de la casa de sus nuevos vecinos, y Gaby empezó a hurgar el suelo con un palito.

      –¿Qué ideas se te ocurrieron a ti?

      –Traté de que mi mamá me aumentara la mesada. Dijo que pagaría mucho si mi dormitorio permanecía limpio.

      Marcos hizo una mueca.

      –Bueno... todos sabemos que esa opción no entra en consideración.

      Ambos muchachos caminaban por la calle en silencio, muy pensativos. El sol había salido después de todo, y los charcos en las veredas se evaporaban lentamente, junto con el entusiasmo de los muchachos.

      –Mira –señaló Marcos–. El Sr. Flores está haciendo una venta de garaje. Vayamos a ver qué está vendiendo.

      Gaby y Marcos saludaron al Sr. Flores, su vecino, y se pusieron a merodear por las mesas, mirando las cosas en venta.

      –¿Qué es esto? –preguntó Gaby levantando un artefacto de metal.

      –Trampas para animales –dijo el Sr. Flores.

      –¿Se refiere al modo en que los antiguos cazadores solían obtener pieles para vender?

      Gaby giró una trampa en su mano y trató de abrirla.

      –Así es –dijo el Sr. Flores.

      –Ey –dijo Marcos tomando a Gaby del hombro–. ¿Sería esa una manera “tradicional” de obtener dinero? ¿Vender pieles de zorro a personas ricas?

      –No estoy seguro de que a mis padres les guste que fuera a cazar –Gaby frunció el ceño y miró a Marcos.

      –Sí, a los míos