Название | Locos por volar |
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Автор произведения | Melanie Scherencel Bockmann |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877982978 |
–Entonces apúrate –demandó Gaby–. Y ven aquí tan pronto como puedas.
–Lo intentaré –respondió Marcos, no muy esperanzado–. Si no me ves pronto es porque me han detenido las fuerzas enemigas.
Hizo una pausa y suspiró nuevamente.
–Ah, adivina qué. Alguien se está mudando frente a tu casa. Hoy vi el camión de mudanzas.
–¿Tienen chicos de nuestra edad? –preguntó Gaby levantándose del piso para mirar por la ventana.
–No lo sé –respondió Marcos–. Vi que estaban bajando una bicicleta, así que quizá sí. Tendremos que ir a ver. Espera un segundo. Mi hermana me está diciendo algo.
Gaby escuchó a Marcos cubrir el teléfono con la mano, y una conversación silenciada. Un momento después, su amigo volvió al teléfono.
–Me tengo que ir. Carla quiere usar el teléfono, y no me va a dejar en paz hasta que lo logre. Si tan solo mi hermana usara sus poderes para el bien, y no para el mal.
Gaby sonrió. Podía escuchar a su mamá llamándolo desde abajo para el culto vespertino.
–De todas formas, me tengo que ir. ¿Nos vemos mañana?
–Espero.
Gaby colgó el teléfono y atisbó una vez más por la ventana de su dormitorio a la casa que estaba enfrente. Efectivamente, las luces estaban prendidas, y por la ventana Gaby podía ver cajas de mudanza apiladas en la sala de estar.
–Gaby, ¿estás viniendo? –llamó el papá.
Gaby bajó tranquilamente las escaleras y se desplomó en el sillón, sentando a su hermanito Cris en su falda en el proceso. La mamá, Tim y Lara estaban acurrucados en el otro sillón, y el papá estaba en el asiento reclinable con los anteojos puestos.
Gaby cerró los ojos y dejó que su imaginación viajara a Perú mientras escuchaba a su padre leer. Las historias que venían en las cartas de los misioneros siempre le hacían volar la imaginación. Casi podía oír los gritos de hambrientos animales de la selva, y el zumbido agudo de insectos parásitos. Se imaginaba hombres y mujeres hostiles haciendo todo lo que podían para detener el trabajo de los misioneros, y las circunstancias milagrosas que rodeaban los accidentes aéreos y otras situaciones en las que Dios intervenía contra todo pronóstico. Gaby estaba totalmente seguro de una cosa: un misionero no podía ser un flojo. Tenía que estar listo para todo. Y tenía que estar lleno del Espíritu Santo y tener una fe en Dios tan firme como el hierro. Gaby se podía imaginar volando sobre las selvas en su brillante Super Cub amarilla, viviendo a base de fe y resistiendo las fuerzas del mal al cumplir tareas para Dios.
Todos se quedaron sentados en silencio por un momento cuando el papá terminó de leer la carta.
–Parece que necesitan provisiones –dijo la mamá, con una mirada pensativa en su rostro–. Especialmente pañales y otras cosas para bebés. Deberíamos armar un paquete para enviar a la misión.
Para cerrar el culto, la familia se tomó de las manos en un círculo, y cada uno tuvo su turno para orar. Gaby oró especialmente por los misioneros y pidió a Dios que los protegiera y les diera el poder del Espíritu Santo en su trabajo.
Luego de ayudarle al papá a cepillar los dientes de los pequeños y a ponerles los pijamas, y después de darle un abrazo de buenas noches a su mamá, Gaby se metió en su cama y miró hacia arriba. Pronto apareció la carita de Tim, mirándolo hacia abajo desde la cucheta de arriba.
–¿Sí? –preguntó Gaby mientras estiraba sus brazos y los cruzaba detrás de la cabeza.
–Bueno... solo pensé en decirte que he decidido que quiero ser un misionero –dijo Tim–. No como lo que jugaste conmigo hoy. Quiero ser un misionero de verdad.
Gaby sonrió en la penumbra.
–Sí; yo también –susurró.
La carita de Tim desapareció sobre la cucheta de arriba, y Gaby sintió cómo la cama se balanceaba un poquito cuando su hermanito se ponía cómodo y se cubría con la frazada hasta el cuello. Pronto Gaby lo escuchó respirar suave y parejo. Pero él no podía dormir. No podía dejar de pensar en la carta que había leído su papá, y una pelota de entusiasmo en la boca del estómago no le dejaba cerrar los ojos. Se estaba formando una idea en la mente de Gaby. ¿Por qué esperar? Podía comenzar a juntar fondos para comprar esa Super Cub ahora mismo... este verano. Entonces, cuando recibiera su licencia de piloto, ya tendría una aeronave y podría comenzar a ser un piloto misionero mucho antes.
Gaby trató de cerrar los ojos y descansar con el sonido de las lluvias de verano del noroeste cayendo afuera. Pero con todas las ideas que comenzaban a dar vueltas en su cabeza, no sabía cómo lograría dormir aunque fuera un poquito.
2
¡Hay equipo!
–¿Me pasé toda la mañana limpiando mi dormitorio para poder ver la imagen de una avioneta? –dijo Marcos, poco impresionado con la revista de su amigo.
–¡Ey! No es cualquier avioneta. Hasta yo limpiaría tu dormitorio por esto –aseguró Gaby mientras pasaba las páginas que mostraban la Super Cub–. Escucha. ¿Recuerdas cómo siempre hablábamos sobre ser pilotos misioneros?
–Sí –afirmó Marcos mirando los dibujos de reojo–. Sigue hablando.
–Solo mira por un momento las especificaciones de esta avioneta –dijo Gaby señalando cada característica mientras–. Es perfecta. Dos asientos, lugar para los suministros médicos, libros, alimentos y lo que fuera. Es liviana y fácil de pilotear, y probablemente se le deben poder poner pontones para aterrizar en el agua, así que se la podría llevar a cualquier parte. Es perfecta para un equipo de pilotos misioneros, ¿no te parece?
–Bueno... sí... sería genial... –Marcos comenzó a decir, pero Gaby lo interrumpió antes de poder decir nada demasiado sensato.
–Y si... solo escucha... ¿y si comenzamos a recaudar los fondos para comprar la Super Cub? –propuso Gaby golpeando la imagen con su mano–. Para cuando tengamos la edad suficiente para obtener nuestras licencias de pilotos, y en realidad no falta tanto, tendremos suficiente dinero ahorrado para comprar la aeronave.
Gaby esperó con impaciencia que a Marcos le “cayera la ficha”, y luego de unos pocos segundos, Marcos comenzó a asentir.
–Sí; o sea, sí, ¿por qué no? –dijo Marcos con la voz cada vez más cargada de entusiasmo–. Podríamos comenzar a juntar nuestras mesadas, quizá abrir una cuenta de ahorros y ganar intereses por el dinero que depositamos.
Gaby veía en el rostro de su amigo que ya se había convencido de la idea.
–Sí –dijo Gaby–. Hagámoslo.
–Sí, hagámoslo –dijo una voz ahogada desde debajo de la cama.
Gaby y Marcos se miraron el uno al otro, se arrodillaron y levantaron el borde del cubrecama para mirar.
–Tim. ¿Qué estás haciendo ahí abajo? –quiso saber Gaby–. Esta era una reunión privada.
Tim se golpeó la cabeza mientras se abría camino para salir de debajo de la cama. Se paró y miró a Gaby y a Marcos mientras se frotaba con fuerza la cabeza con la palma de la mano.
–Auch.
Gaby trató de ser paciente con él.
–Tim, vas a tener que salir y dejar que Marcos y yo charlemos. Jugaré contigo más tarde, pero ahora, Marcos y yo tenemos mucho que planificar.
Gaby y Marcos sacaron todo el dinero