Trauma emocional. Angel Daniel Galdames

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Название Trauma emocional
Автор произведения Angel Daniel Galdames
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878710655



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regresar a casa. Tenía el auto estacionado a una cuadra de la clínica arrimado al cordón de la misma vereda. Rocío, intentaba recordar de dónde lo conocía. Sabía que lo había visto en alguna parte, pero su mente se encontraba bloqueada.

      Estando afuera detuvo los pasos, abrió el bolso y miró en el interior para saber si no se había olvidado de algo. Sacó el abono del colectivo, cerró el bolso y caminó hacia la parada de ómnibus.

      A mitad de la otra cuadra, mientras caminaba por la vereda lo vio, en ese momento él estaba abriendo la puerta del auto y decidió detenerse para mirarlo con más atención.

      Antonio, antes de ingresar al auto alzó la vista y la vio parada frente a él observándolo. Por unos segundos quedaron como paralizados por la inesperada situación.

      —Discúlpame —reaccionó ella para sacarse la duda de la cabeza—, ¿puedo hacerte una pregunta?

      —Sí, ¿por qué no? —entendió que aún no lo había reconocido.

      —Sé que te llamás Antonio y te he visto en alguna parte, pero no recuerdo dónde.

      —¿Sos amiga de Romina y Jorge? —agregó arrimándose a la vereda donde se encontraba ella.

      —Sí, pero en casa de ellos no te he visto —respondió con una sonrisa.

      —Hace tiempo nos vimos en Córdoba, en un shopping, ¿te acordás?

      —¡Aaah! Qué tarada que soy, ¿usted es el amigo de Jorge?

      —Exactamente.

      —Te pido mil disculpas —acotó con cierta alegría dándole un beso en la mejilla.

      —Sólo si aceptas una invitación.

      —¿Invitación? Ah bueno, esto no me lo esperaba.

      —No te asustes. No creo que ir a cenar sea un problema; no tengo otra intención —agregó colocando una mano en el pecho.

      Rocío miró su reloj pulsera, levantó la vista y con un regocijo inusual respondió:

      —Acepto la invitación.

      Subieron al vehículo, Antonio lo puso en marcha y se dirigió a un restaurante céntrico que él ya conocía. En el camino ella le preguntó:

      —¿Cómo le va con los libros?

      —Por el momento bien, no puedo quejarme. ¿Leíste mi obra? Perdón por la pregunta, pero necesito tu opinión, si es que Jorge te prestó el libro.

      Rocío respondió con franqueza:

      —Sí, tuve la oportunidad de leer la historia. Si bien no es de mi gusto, es bastante interesante. Espero que no se ofenda por mi observación.

      —Al contrario, siempre es bueno saberlo y ante todo tutéame, llámame, Antonio, todos lo hacen. Lo de usted me hace sentir más viejo.

      La cara de Rocío se había transformado, era diferente a la que solía tener frente a los tubos de ensayo y el sonido de las máquinas inteligentes.

      Antonio no apartaba la vista del tránsito, prestando atención a los comentarios que ella exponía.

      —¿Tiene algún problema de salud en particular? Me refiero al pedido de los análisis.

      —No exactamente. Es un pedido de control que la doctora Jiménez lleva conmigo. A propósito —agregó—, no sabía que eras bioquímica y que trabajabas en esta clínica.

      —Si, lo soy desde hace varios años y aquí llevo poco tiempo trabajando.

      —¡Bien, llegamos! —interrumpió.

      Estacionó el auto en la calle Mitre y luego entraron al restaurante que en particular a él ya lo conocían.

      Rocío quedó sorprendida por las características rústicas del salón. Nada extravagante, muy acogedor y servicial. Un mozo los recibió con mucha alegría.

      —¡Antonio! ¡Qué gusto volver a verlo! Margarita siempre pregunta por usted..., Oh perdón, la señorita es...

      —Rocío, una amiga. Ten cuidado, es vampira —dijo en tono jocoso.

      —¡Oh! ¿No tendré que usar cuello ortopédico, verdad, o sí?

      Rocío sonrió al recordar lo que él había dicho en el laboratorio.

      —Si se porta bien no le hará falta —respondió con humor.

      —Entonces estoy salvado. Siéntense donde quieran por favor, ya les traigo la carta.

      Cuando Rocío se iba a sentar, Antonio le arrimó la silla en un gesto de cortesía que la sorprendió. Era raro encontrarse con un hombre de buenos modales

      —Veo que te conocen. ¿Quién es Margarita?

      —La dueña del lugar. Es una señora encantadora, ama los libros. La conocí hace unos años en una de las presentaciones que hice en San Rafael. Adquirió un ejemplar y con el tiempo se comunicó conmigo para hacer algo informal aquí en su negocio.

      Ella escuchaba con atención el relato. Veía en él una paz y una alegría que Miguel, el mozo del restaurante, de improvisto interrumpió.

      —Disculpen la intromisión, aquí tienen la carta del menú. Tómense el tiempo que quieran —dijo guiñándole un ojo a Antonio—. Eso sí, algo deben tomar. Tienen mucho de qué hablar y no quiero que terminen consultando a un otorrinolaringólogo.

      —Una tónica para mí —respondió Antonio.

      —Una gaseosa sabor naranja —agregó Rocío.

      El mozo se retiró a traer el pedido y la conversación continuó.

      En ese momento le había llamado la atención que el mozo le haya guiñado un ojo. Pensó que algo más que la amabilidad había entre ellos, pero no se animaba a preguntar. Además, no sabía si andaba tras sus pasos para lograr alguna cita o por simple necesidad de sentirse acompañado con ella en particular.

      Por el momento no tenía la intención de formar un prejuicio sobre él porque aún no lo conocía del todo. Lo veía bastante agradable y aprovecharía la oportunidad para saber un poco más sobre su vida personal y todo lo que lo rodeaba.

      —¿Cómo fue eso de informal? —preguntó.

      —Margarita juntó a sus amigos y llevó a cabo una reunión aquí para que me conocieran y les diera una charla sobre la novela que había adquirido.

      —A eso le llamo ser afortunado.

      —Más que afortunado diría. Margarita me presentó varios amigos que tenían interés en la obra. Desde aquella noche y por su intermedio he logrado viajar a varios departamentos de la provincia, también concurrir a otras provincias.

      —¿Córdoba fue una de ellas?

      —Exactamente. Me invitó un empresario cuya esposa se dedica a difundir la importancia que tiene la lectura en la vida cotidiana.

      —Veo que no pierdes el tiempo. ¿Y con lo inmobiliario cómo te va?

      —Bastante bien. Me asocié con un amigo de la facultad después de separarme y desde entonces la escritura es mi hobby.

      Mientras cenaban, la conversación continuó a pesar de que ella no se animaba a ir más a fondo sobre su vida privada. Sabía que tenía unos diez años más que ella y esa porción de vida interesante le daba pie para sacar alguna conclusión sobre su persona.

      Fuera del restaurante se ofreció a llevarla hasta su casa.

      —No por favor, está bien. Vivo por aquí cerca. Iré caminando. Te agradezco la cena, has sido muy gentil —contestó con un beso en la mejilla.

      —¿Estás segura de que no quieres que te acerque?

      —No te preocupes. No son las cuatro de la madrugada —y agregó antes de alejarse—. Los resultados estarán para