Un ángel y un nazi. Elena Sicre

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Название Un ángel y un nazi
Автор произведения Elena Sicre
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417845834



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mirándome con sus ojos verdes diáfanos. Su obstinación había dado paso a una serenidad imperturbable. Respondí a su mansedumbre tendiéndole la mano.

      —¡Vámonos, aquí no me quiere nadie! —dijo, agarrando mi mano sin fuerzas.

      Abstraído, medio inerte, parecía tener los sentidos perdidos en el azul del cielo que nos rodeaba. «Será fruto del agotamiento y la confusión —pensé—. Aquí no encontrará callecitas estrechas ni chalés con jardines ni perros que ladren o cosa alguna que le resulte familiar, no hay gallos que canten; para la mayoría aquí no hay nada más que dolor y ausencias». El tránsito resultaba muy inhóspito para los nuevos, aunque Benedetto era un privilegiado; pronto me acompañaría como rescatador de almas.

      Ocuparme de él iba a resultar más difícil que abrir las aguas a Moisés. Mi Dios me denigraba, llevaba años sin ser portador de las Buenas Noticias, obligado a soltar los lirios de mi mano para coger las de los muertos. Hasta ahora nunca le había fallado, pero esto era demasiado… Los truenos y relámpagos golpeaban mi alma pura a punto de naufragar. Ninguna maniobra de salvación podría con Benedetto, el Indomable. Cada vez deseaba con más ansia atravesar la lluvia y el viento para desobedecer a Dios. ¿Por qué, Señor? ¿Qué he hecho yo mal?

      Benedetto observaba. Había olvidado que entre nosotros nos leíamos los pensamientos. Me censuró con una mirada agria y en realidad no le faltaba razón: me estaba excediendo. Él se mostraba casi dócil, hasta remilgado; era absurdo del todo. Un huracán convertido en viento suave, el mundo al revés…

      A medida que me aproximaba, la riada incesante de almas se arrodillaba para mostrarme sus respetos. Fue entonces cuando Bene se aferró a mi brazo como si de una inquebrantable columna de Bernini se tratara. Consideré oportuno darle un respiro: debía de ganármelo, pues si el destino había vuelto a unirnos sería por algo; de poco serviría pretender rechazar la voluntad de Dios porque sus decisiones eran inapelables. Así, decidí descansar un poco, pero no en cualquier sitio, no: antes de llegar a la Morada de los Ángeles nos daríamos un lujo. Volamos hasta el Marriot Tránsito, el hotel más chic de todo el universo conocido. Estaba repleto de almas en ascenso, algunas cenando y otras sencillamente charlando con sus ángeles. Elegí una mesa con vistas a las pistas de aterrizaje: las llegadas y salidas amenizarían nuestra cena y relajarían el ambiente, algo cargado, por cierto. Demonios carnavalescos fumaban en las mesas del fondo y resultaba muy incómodo. Tosí.

      —¡Qué bonito es esto y qué sensible eres, Gabriel! —refunfuñó Benedetto.

      —Sí, siempre me molestó el tabaco, aunque nunca se fuma lo suficiente o eso creía yo de joven. Así estoy, de tanto fumar aún a sabiendas de lo malísimo que era: que si fumar mata, perjudicial para la salud, provoca cáncer… No hice caso a los mensajes de las cajetillas de tabaco. ¿Te acuerdas, Bene, cuando se anunciaba en los cines? ¡A toda pantalla hasta que lo prohibieron!

      —Sí, y en mi época se fumaba hasta en el autobús de línea o en el metro, en todas partes menos en misa, creo. —Rio: por primera vez desde que llegó me dejó ver su blanca dentadura Profiben. Entonces, una querubina con botas de ruedines nos trajo la carta y la tiró sobre la mesa de mala manera—. Las jovencitas carecen de educación —resopló Bene mosqueado.

      Ordenamos hamburguesas con salsa a la putanesca y dos cervezas dobles. Mientras las devorábamos, le pregunté a mi invitado cómo le había resultado su primer día. Benedetto prefirió hablar animadamente de nuestras viejas andanzas, de lo bien que lo pasábamos haciendo las presentaciones a los new business y cómo lo celebrábamos hasta el amanecer: irremediablemente borrachos, pero contentos. Entonces, enmudeció por completo y se tapó la cara… Permaneció callado el resto de la cena sin levantar la vista del mantel. Seguro que recordó el maldito incidente, la noche más aciaga de todas las noches; el momento más espantoso de nuestra vida.

      Adiviné en él un atisbo de grandeza, un resquicio de bondad que me dio el aliento suficiente para desear con ahínco salvar su alma. A partir del día siguiente, comenzaría a trabajar con él —a lo mejor era posible ganarme el ascenso antes de lo esperado—, pensé aliviado. Subimos a una de las suites y le permití que eligiese el lado de la cama que prefiriera.

      —Qui sait —dijo en su buen francés, tumbándose en la zona derecha, junto a la ventana. Me deseó buenas noches con sus labios de cera y sus ojos atormentados. Ojalá no estuviese todo perdido… Cerré los ojos para relajarme dispuesto a dormir o, al menos, a intentarlo.

      —Mañana será un día largo —sentencié. Replegué mis alas y me tumbé a su lado.

      VI

      Ni siquiera habían pasado cinco minutos cuando sus ronquidos quebraron el silencio sepulcral de la noche. Le zarandeé, pasé mis alas por sus pies, le soplé en la nariz y hasta grité; pero nada: Shrek roncaba a pierna suelta. Los demonios aporrearon la puerta dispuestos a llevárselo, pero al verme agacharon sus alas negras en señal de sumisión e hicieron mutis por el foro. Tuvimos suerte: no todos los esbirros del maligno se rinden a la primera; yo he presenciado como le arrancaban a un pequeño ángel las alas y los he visto encarnizarse en peleas sangrientas por conducir a un recién fallecido a su lado oscuro. Por muy ángel con mayúscula que uno sea no se puede bajar la guardia.

      Alarmado le pedí a san Francisco que me ayudara; me arrodillé en el suelo y le recé una plegaria. Un haz de luz atravesó a Benedetto que continuó durmiendo plácidamente el resto de la noche. Atrás quedaron sus sonidos estridentes y mis miedos.

      —¡Gracias, san Francisco! ¡Por fin conciliaremos el sueño! —exclamé agradecido.

      A media noche Benedetto se despertó sobresaltado: gritaba socorro y pronunciaba mi nombre desorientado, aturdido. Se incorporó y me preguntó muy serio quién era yo.

      —¡A buenas horas me preguntas esto! Soy Gabriel, tu ángel, tu antiguo compañero de fatigas.

      Benedetto rogó que lo dejase solo. Me sorprendió muchísimo, pero argumentó querer borrar algunas cosas de su corazón y mi presencia le incomodaba.

      —Tranquilo, Bene, todo irá bien.

      —¿En serio, ángel, crees que aquí se puede existir en paz?

      —Claro.

      —¡Pues o estás ciego o mientes! ¡Prefiero cualquier cosa a esta supuesta paz contigo!

      Me encaminé a la puerta para salir durante un rato y le exigí que no se moviese del dormitorio para nada, porque era altamente peligroso. Di unas cuantas vueltas por el corredor y me detuve al fondo, solicitando a todo el que pasaba que guardase silencio; el alma de mi protegido estaba examinándose a sí mismo. Al volver, encontré a Benedetto dormido como un niño. Desde esa noche las cosas entre nosotros cambiaron: se mostraría dispuesto a ayudarme y juraría que hablaríamos del pasado cuando su espíritu estuviese preparado. Tendría que explicarle de una vez por todas por qué me resultaba tan difícil dejar de odiarle eternamente; hasta entonces mi deber era allanar el terreno y cuidar de él.

      A la mañana siguiente desayunamos opíparamente: cruasanes con mantequilla, café capuchino, tostadas y zumo de naranja maravillosamente celestiales. Al término, recordé que era hora de dar un paso más: a la caída de la tarde, en el mismo instante en el que el sol comenzase a declinar, una comitiva de ángeles vendría a comunicarme una nueva misión. Esta vez no iría yo solo, sino que Bene me acompañaría. Para bien o para mal, volvíamos a ser dos almas gemelas, dos twins inseparables.

      —¡Señor, dame fuerzas para soportarle! —rogué nervioso.

      —¡Y a mí también! —coreó con gesto amenazante. Mi querido Bene había vuelto: su arrogancia traslucía sus ojos obstinados y absurdos; se había despertado malhumorado y su aspecto era rancio y poco aseado.

      —Mejor será que nos duchemos antes de salir —le pedí—. No hay muchas ocasiones de hacerlo, así que adelante, el baño es todo tuyo. En cuanto acabes entraré yo: soy rápido,