Los muertos no tuitean después de medianoche. Diego Duque

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Название Los muertos no tuitean después de medianoche
Автор произведения Diego Duque
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164301



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la dermis de un escocés. Un chulazo en su cama. Qino se excitó, tenía ganas de follarse a Robert, el polvo con Rouge había sido demasiado mecánico, extraño e impostado, no había disfrutado todo lo que le gustaba gozar del sexo. Entró de puntillas en su habitación y con cautela abrió la mesilla de noche y buscó un condón, lo sacó y al cerrar el cajón el mueble rechinó, un infrasonido casi inaudible que despertó al bello durmiente.

      –Mierda… te he despertado.

      –No pasa nada guapo –dijo Robert con su irresistible sonrisa.

      –¿Qué coño haces aquí? ¿No tenías una subasta en París? ¡No te esperaba hasta la semana que viene! –dijo Montoya saltando encima del justamente musculado abdomen de su hombre.

      –Ya… han cancelado la subasta un problema con unos cuadros detenidos en la aduana o algo así y me dije que estará haciendo mi osito favorito y aquí estoy… cuando llegué estaba vacío y supuse que estabas en una misión secreta o algo así.

      –Dando un paseo, para conciliar el sueño… este calor me mata.

      El oso arqueó al espalda como un gato y bajó hasta la polla del escocés, la empezó a lamer ansiosamente y consiguió en pocos segundos una erección, el olor de Robert, su aroma personal le hizo empalmarse a él también, el escocés gustaba de caros perfumes y exclusivos geles de ducha, de cuando en cuando le regalaba a Qino un pack exclusivo que él rara vez usaba porque prefería el jabón Lagarto y poco más. Siguió lamiendo los huevos y el culo, con un simple movimiento de brazos manejó el cuerpo de Robert como si fuera un maniquí y le dio la vuelta. Ahuecó las piernas, se puso un condón y directamente le clavó la polla que entró a la primera. Normalmente Robert era el activo, a Qino le gustaba mucho como le follaba, como dominaba su corpachón, como su polla entraba en su culazo de oso, pero esa noche… esa noche Qino estaba desatado y cachondo, y en su mente solamente podía pensar en un hombre, en Otxoa.

      Qino empujó su cuerpo contra el de Robert, una y otra vez, le abrió un poco más las piernas y con sus brazos unidos a los del escocés formó una sinuosa X, siguió con movimientos de cadera, una y otra vez, inmovilizando a Robert, ambos estaban muy cachondos, del roce Robert empezaba a echar algo de precum, Qino lo recogió con los dedos y lo olió, húmedo y fuerte, le habría encantado lamerlo pero Robert no le dejó, se le adelantó y forzando su espalda se giró para, de un lengüetazo, dejar sus dedos limpios.

      Esto excitó aún más a Qino que volvió al ataque. Sacó la polla y escupió un par de veces para lubricar mejor y la clavó hasta el fondo. Cachondo como estaba solo necesitó cinco empujones para correrse, esta vez sí, mucho más placentera y gustosamente. El culo de Robert era sabio y le reconocía, acunando su polla con cada envite.

      Se quitó el condón y dando otra vez la vuelta a su hombre le empezó a masturbar. Qino sabía que a Robert le volvía loco que le acariciaran los huevos con los dedos, rascándolos suavemente mientras con la otra mano subía y bajaba, al ritmo justo hasta que eyaculaba. Las corridas de Robert nunca defraudaban, eran generosas y explosivas. El pecho, la barba y la sábana se mancharon de gotas de semen. Los dos cayeron rendidos sobre la cama, sudando profusamente, felices y vacíos de deseo.

      Qino lio un porro y miró la hora, tenía el tiempo justo de fumarlo y de ducharse de nuevo hasta que entrara a la comisaría, podía permitirse aparecer un poco tarde, sabía que el comisario Velasco no llegaría, como pronto hasta las diez, nunca llegaba antes.

      Los dos fumaron abrazados, con cuidado de no quemarse con la ceniza, llenando rápidamente la habitación de humo. Robert tenía los ojos cerrados, resaltando aún más su belleza, su barbilla cuadrada y masculina, su barba de dos días y su pelo casi rubio eran tremendamente atractivos para Qino y en general para todo el mundo que le conocía. Fuera hombre o mujer, heterosexual u homosexual. Qino dudó si debía decirle que había follado con Rouge, al fin y al cabo él sabía que tenía otros amantes en otras ciudades. Era lo justo.

      –Robert…

      –¿Si osito mío?

      –Que maricón eres a veces.

      –Vaya gracias –dijo dándole un codazo en las costillas.

      –Es broooma tontín… verás, quería decirte algo.

      –¿A mí? ¿El qué? –dijo sentándose con las piernas cruzadas y la almohada en la espalda. Qino seguía tumbado, desnudo y boca abajo, ahora con la cabeza entre las piernas de Robert.

      –Esta noche he estado follando con otro –dijo soltando un gran peso de sus hombros.

      –Oh, muy bien.

      –Quería que lo supieras.

      –Bien hecho osito –dijo dándole palmaditas en la cabeza como si fuera un cachorro.

      –No seas tonto. Es que fue muy raro, le vi por la calle y simplemente fuimos a su hotel y follamos.

      –Oooh esos polvos son los mejores, los polvos de calentón. En Madrid es de las pocas ciudades donde he conseguido follar así. Sabes que en Madrid la gente folla con la mirada, sobre todo en Gran Vía y por ahí… una pasada.

      –Ya –Qino no sabía si estar defraudado porque Robert ni se había inmutado con sus no–cuernos o si alegrarse porque su no–novio era tan putón como él.

      –Montoya –Robert no le había llamado así nunca –sabes que no somos novios y que no hay exclusividad, podemos follar con quien queramos.

      –Ya, ya… pero esto no es como con Elvis, no creo que le vuelva a ver.

      –¿No? ¿Por qué?

      –No sé, fue un polvo raro.

      –¿Raro? Ahora te va el scat y esas cosas guarrete –dijo sonriendo y pasándole el porro.

      –Nooo tonto, no sabría decirte, pero no disfruté, sabes esos polvos en los que cuando se esfuma el morbo, se esfuma todo… prefiero contigo –dijo sonriendo y dándole un cariñoso mordisco en su pubis.

      –¡Ey! Que duele –bromeó Robert –oye… tengo una cosilla para ti.

      –¿Una cosilla? ¿Otro imán para la nevera?

      –¡Ja! Mas quisieras, ya sé que los odias –dijo sacándole la lengua. Robert se levantó y contoneándose sacó de su trolley un paquete marrón con una lazada de cuerda roja –toma, feliz aniversario.

      A pesar del tono levemente burlón de Robert y su amplia sonrisa al decir la palabra aniversario, Qino se quedó petrificado.

      ¿Aniversario?

      ¿Qué aniversario?

      ¿El suyo?

      Su aniversario de qué… de amantes… de compañeros de play… de novios…

      Aniversario de qué y por qué, se preguntó Qino al tiempo que se le encendía una angustiosa alarma en el cerebro que le apretaba los pulmones. Qino notó que se le agrietaban las pupilas, las tenía tan abiertas que parecía un búho, la garganta se le había secado de golpe y mientras en su cerebro aún resonaba la palabra aniversario intentó mantener la calma.

      –Feliz… aniversario… –consiguió decir finalmente mientras sujetaba el regalo como si fuera una bomba a punto de explosionar.

      –Sí, bueno, lo vi en el aeropuerto en París y me dije, ¡coño! Si es nuestro aniversario.

      Robert la estaba cagando aún más. Al cortocircuito que le había provocado la palabra aniversario se le unía ahora París, no había un cliché más romántico y patético que comprarle algo a tu novio en el aeropuerto, algo que le gusta a él, algo que te recuerda a él, algo que luego contarle a los nietos con una entrañable historia añadida, algo que mirar juntos pasados veinte años y decir un entrañable «te acuerdas». Justo lo que no quería Qino. El paquete se le cayó de las manos.

      –¿No lo abres?

      –No.

      –Pero…