Название | Reducciones |
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Автор произведения | Jaime Luis Huenún |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560012753 |
© LOM ediciones Primera edición, 2012 ISBN: 978-956-00-0394-2 eISBN:9789560012753 RPI: 224.981 Motivo de portada: Longko Williche. Fotografía atribuida a Hugo Rasmussen, 1908. Archivo fotográfico, Sección Antropológica. Museo Nacional de Historia Natural, Santiago de Chile. Tomado del libro En los confines de Trengtreng y Kaikai, LOM ediciones, 1994. Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 688 52 73 | Fax: (56-2) 696 63 88 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile
A Elsa Maribel (el amor, el tiempo, la patria nómada).
A Mariel, Guillermo y Sebastián (los hijos que sostienen mi palabra).
A Matilde Huenún (nutricia raíz nonagenaria).
A René y María Luisa (los padres atizando la memoria).
A Mauricio, Eugenia y Margarita (fraternos en la Ciudad de las Sirenas).
A Daniel, Francisca, Cristina, Marina, Luisa, Juanita y Mónica (sembrando en la Gran Tierra del Sur).
A Roberta Bacic (indeleble en la amistad sagrada).
¿Cheú kam ta tuquimn pú peñi?
¿Cheu kam ta tuquimn pú peñi?
Mari, mari ulmn ulmn ema,
Tiva Senañ Saweñ kawiñ
Tiva Senañ tami llahuiñ.
Tivu naqeai tamn koSaq em.
Dladkiaimi tivu tañi mapu.
¿Dónde habéis estado, hermanos?
¿Dónde habéis estado, hermanos?
Buenos días, señores ricos,
este es mi lugar floreciente,
estos son mis frutos.
Aquí caerán vuestros cantos.
Te entristecerás aquí en mi tierra.
(Collag de Elías Necul, 1887)
Los archivos de la niebla (notas para leer Reducciones de Jaime Luis Huenún)1
qué me dices, Salazar, cómo te explico sus albricias
(Jaime Huenún)
Quien suba hasta lo alto de la colina en la que se emplazan las instalaciones de la Misión de Quilacahuin, en la provincia de Osorno, sur de Chile, y dirija su mirada en dirección suroeste, verá el imponente río Rahue allá abajo hasta donde se pierde la mirada. En días tranquilos, cual lenta serpiente de azogue, el río se desplaza hacia el Pacífico partiendo en dos mitades las fértiles vegas del valle de Quilacahuin. Pero el Rahue no siempre es manso. Las copiosas lluvias invernales del sur chileno lo vuelven un animal feroz, turbio, enrabiado, tanto que a menudo no cabe en su cauce e inunda los terrenos aledaños reiterando un viejo gesto natural que, a primera vista, parece catastrófico, pero que no es sino el trabajo entrelazado –una “ceremonia de amor”– de la tierra acogedora unida a las “aguas potras”, como diría nuestro poeta Huenún. Los vivientes de esos lugares, conocedores de los cambios de humor de las estaciones, construyen casas –muy modestas en la mayoría– cuyo primer piso es una especie de bodega o corral inundable, al tiempo que la vida familiar acontece en lo que sería el segundo piso al que se accede por escaleras exteriores.
Quilacahuin, cuya fama por los territorios de Osorno se debe a que produce legumbres singularmente tiernas y sabrosas (las lentejas de Quilacahuin son una delicia completa), es una tierra bella, pero de contrastes brutales: la imponente misión de Quilacahuin, con su templo católico, su colegio, su consultorio médico, sus dependencias para visitantes y turistas, construidas en lo alto de una colina desde la que se domina el amplio valle así como una no menor extensión de la cordillera de la costa osornina, recuerda demasiado de cerca el viejo castillo feudal europeo, vigilante, omnipresente, esa especie de lugar temible en el que moraba el Señor, quien, desde una suerte de panóptico poderoso, controlaba y vigilaba a los siervos de allá abajo.
Huenún Villa proviene de la clase de los “siervos”. Me refiero a quienes viven de lo poco que (les) va quedando después de largos y crueles despojos de tierra, de memoria y lengua; despojos que vienen desde el siglo XVI pero que, para el caso mapuche-huilliche, como Huenún lo consigna en su libro, adquirieron características de genocidio cultural a partir de mediados del siglo XIX. Migraciones forzadas del campo a la ciudad (a los baldíos de la ciudad, habría que decir); asesinatos y aun masacres (v. g., la de Forrahue en 1912 documentada en Reducciones); niñas y niños tempranamente obligados a trabajar como sirvientes en las casas y haciendas de las élites económicas de la República, o arrancados del seno familiar e internados en escuelas católicas donde los disciplinaban para la desmemoria (como le ocurrió a Matilde Huenún Huenún); tristes orfandades comunitarias de dioses y padres reducidos a hilachas; exilios en la propia tierra de pronto ocupada por extraños; ruka reducida a rancha o a barracón municipal o a callampa urbana en barrios que no son barrios:2 de esto habla el libro Reducciones. Y habla de esto porque el libro es, por sobre todo, un documento de barbarie escrito con los materiales que conforman la obliterada historia del sistemático exterminio de la cultura indígena en los territorios Sur Patagonia del continente; alegato sostenido contra la vergüenza colonial y republicana que las agencias oficiales del Estado chileno que tratan con la memoria nacional velan lo suficiente como para que los indígenas de antaño no pasen de ser héroes ficcionalizados de una historia más o menos remota. Y para que los de hoy no sean vistos más que como agitadores resentidos, en potencia o en acto, a los que hay que reprimir, dividir o eventualmente comprar con prebendas, dinero o promesas de algún deslumbrante desarrollo cuya plusvalía no va a parar precisamente a las comunidades originarias.
Sin embargo, y contra la laminación forzada de la cultura aborigen, la memoria radical mapuche y mapuche-huilliche, cual porfiada corriente en el subsuelo de la nación chilena, ha sobrevivido contra viento y marea. Y aún más: en los últimos años se ha fortalecido, dando paso a un proceso de reetnización cuyos alcances están todavía por verse. Como fuere, el reclamo por reconocimiento cultural viene, de un tiempo a esta parte, brotando incontenible por las fisuras de una sociedad olvidadiza pero que, por emergencia incontrarrestable de nuevas realidades socioculturales, poco a poco ha ido aceptando su naturaleza pluricultural e historizando más y mejor su pasado, proceso en el que la poesía de las memorias culturales ha venido cumpliendo, dicho sea de paso, un rol nada despreciable.
Pero si Reducciones se redujera (valga la aliteración) a un recuento de tropelías y estropicios cometidos contra los mapuche y mapuche-huilliche a lo largo de cinco siglos, sí que sería una poesía reducida: reducida a lamento, a victimización invasora y paralizante de la subjetividad. Y la consecuencia sería un peligroso adelgazamiento del espesor semiótico de una historia de colonialismo que ha devenido daño identitario ¡qué duda cabe! para los pueblos indígenas. Pero, tal como Huenún certeramente lo tematiza en su libro, esta misma historia ha dado paso a la emergencia de nuevas identidades que toman la forma de mestizajes múltiples, dinámicos, subversivos, dolorosos a veces. Nuevas identidades surgidas, en última instancia, de la necesidad de sobrevivir y que, por lo mismo, se tornan estratégicamente funcionales a la diversidad cultural-política que entra en juego a la hora de negociar con (y ser parte de) la modernidad nacional-global.
Huenún, atento al romanceo de muertos y vivos, registra la porfiada persistencia de voces que parecían apagadas hace tiempo, pero que, en rigor, subsisten y crecen en cada hueso mondo en los cementerios del tiempo y los lugares –tanto en cementerios que tienen tumbas como en aquellos hechos solo de tierra y aire– , voces