Название | Periféricos |
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Автор произведения | Antonio José Royuela García |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417334703 |
—En alguna ocasión, le dije que probablemente le llamaría para que me hiciera el nuevo proyecto de mi casa. ¡Menudo chasco!
—Llegado el momento, pídeselo. Compatibiliza los dos trabajos. La tapadera tiene que estar activa de alguna forma.
Luis Lozano estudió Arquitectura y Tecnologías de la Información y la Comunicación. Hablaba perfectamente inglés y tenía un don de gentes especial, formación y virtud que le permitieron ser captado para el puesto de agente con las características descritas por Rafa.
A su vez, estos agentes intentan establecer su propia red de colaboradores. Por seguridad, muchos de estos últimos nunca llegan a conocer la identidad del agente, otros sí. Era nuestro caso.
A principios de marzo, aprovechando una comida familiar, Luis pidió a Rafa que le proporcionara toda la información que, como profesor de Abdel Samal y de Adira Kintawi, pudiera tener en sus manos. El instituto emitió un informe educativo y mi amigo aportó la opinión personal que tenía sobre ambos.
Por un lado, la curiosidad, la astucia y su predisposición a involucrarse en el asunto y, por otro, el conocimiento y la seguridad de Luis en su cuñado les hicieron colaborar juntos. Luis urdió un plan en el que Rafa pudiera ayudar a la realización de los informes adecuados.
Fue en aquella misma cena donde ambos coincidieron en que yo podría ser de gran utilidad en la apasionante investigación criminal en la que estaban involucrados.
—Hay épocas en las que hasta los días de descanso pasan al acecho —expresé con una mezcla entre deslumbrado y aturdido.
—Muy literario, amigo. No se me habría ocurrido nunca esa forma de observarlo. Déjame que termine de contarte lo poquito que me queda. Te tomas un par de días para reflexionar y me contestas si te ves capacitado para ayudar.
—Adelante —manifesté con convicción.
—Adira continuó su brillante trayectoria académica y se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Educación.
Para Abdel, el paso de los años acrecentó su estado de inconformismo radical. La precaria situación laboral en todos los trabajos que desarrolló, estigmatizado por su origen, y la lenta pero paulatina radicalización de sus convicciones religiosas eran el caldo propicio para convertirlo en un guerrero yihadista.
La relación con Adira se hizo cada vez más y más difícil. Ella, integrada en la sociedad, con un futuro prometedor en la carrera docente, con ganas de formar una familia, pero sin que ello le supusiera prescindir de muchos de los valores occidentales ya interiorizados. Mientras, él estrechaba lazos con la parte de la comunidad más integrista de su zona. Quería una esposa sumisa y una vida dentro de la corriente teológica del wahabismo, una de las más radicales dentro del universo islamista.
Los dos sufrieron: él por sus celos compulsivos injustificados y por sus convicciones, ella por comprender que se había enamorado de alguien que la esclavizaba. Él por la envidia de ver integrada a quien le gustaría descubrir derrotada, ella por no ser capaz de romper una relación varada en el frío de su corazón. El desenlace de esa relación amorosa me daba la razón sobre las dificultades que polos tan opuestos presentaban, aunque un principio físico de electromagnetismo intentara dejarme por palurdo.
—No te quise desvelar el final para que no me restregaras tu ego de sabelotodo del amor.
—Has hecho bien —le dije con la media sonrisa que da la satisfacción de acertar en las intimidades de lo ajeno.
Oscurecía y aquella historia que tanto interés me despertaba se volvía más densa. Me levanté con necesidad de estirar las piernas.
—¿Cinco minutos para fumarnos un cigarro?
—Lo necesito tanto como tú.
El sol se deshacía y la gente empezaba a transitar las calles de manera alegre. Una mujer de mediana edad nos miró y frunció el ceño en señal inequívoca del desagrado que le producía que obstaculizáramos el paso por la acera.
—Te has enamorado durante este último mes? —pregunté.
Después de su fallido intento en el inicio de nuestro encuentro, saturado por tanta información, fui yo quien intentó cambiar el tema de la conversación.
—No soy el tipo de hombre que se deja arrastrar por emociones con facilidad. El romanticismo y la pasión se dan en el cine y en la literatura de medio pelo, pero no en mi vida.
No pude aguantar la risa de la patochada que se marcó. Él tampoco.
—¿No te lo crees? Parece mentira que no me conozcas —dijo sin que la risa le dejara articular bien las palabras.
—Vámonos para adentro y me cuentas algo serio.
La parte que desconocía de Teo no me turbó tanto como la de Abdel y Adira. Sufrió una lesión grave de rodilla jugando al fútbol, que le ocasionó dos contratiempos letales para su futuro. Por un lado, tuvo que dejar la práctica del balompié. Los médicos le aconsejaron que no practicara ningún deporte que conllevase movimientos bruscos o contacto físico. Por otro lado, la larga convalecencia de la lesión facilitó el despido de la empresa de construcción en la que trabajaba. Este desgraciado cúmulo de quiebros del azar dio lugar al nacimiento de un delincuente.
Durante un tiempo, pasó de un trabajo precario a otro aún peor. Pero no hay fatalidad que cien años dure, suponiendo que una vida al margen de la ley indique el fin del infortunio. Un aficionado a todo tipo de drogas llamado Álvaro trabajaba como repartidor de una empresa que distribuía diferentes marcas de bebidas alcohólicas. Un día, mientras realizaba su trabajo, se enteró de que necesitaban un camarero para la barra de uno de los night clubs que visitaba. De inmediato, pensó en su amigo Teo. A este le pareció una idea fantástica. Se presentó con la carta de recomendación de Álvaro, muy apreciado por el encargado del Romeo y Julieta, así se llamaba el night club.
—Tenía constancia de la lesión de Teo, pero ¿de verdad hay un puticlub llamado Romeo y Julieta? —pregunté a Rafa.
—Lo puedes encontrar en el nuevo polígono industrial.
—No sé si es para echarse a llorar o para proponer al creativo que le puso el nombre a algún premio publicitario. ¿Cuánta inquina amorosa se habrá volatilizado como pavesas entre esas paredes? —volví a preguntar.
Rafa sonrió y aprovechó para dar un sorbo a su copa.
Teo consiguió el puesto de trabajo sin mucho esfuerzo. Aquiles, el encargado del Romeo y Julieta, no tardó en darse cuenta de su potencial. Servir y mantener a raya a aquellos a los que, a altas horas de la madrugada, el alcohol les pone bravucones era un traje a su medida.
Aquiles era el nombre que mejor retrataba al gerente del local. Ganó su fama por la rapidez con la que golpeaba a todo aquel que no cumpliera con sus mandatos. Exconvicto, pasó ocho años en la cárcel por tráfico de drogas, robo con violencia e intimidación y agresión sexual. Se le atribuían al menos tres asesinatos que no pudieron ser probados. Era uno de los lugartenientes que tenía repartidos por toda la geografía española el mafioso Wagner Soto, más conocido por el apodo de la Bestia.
Teo y Aquiles no tardaron en estrechar su amistad y ampliar el marco laboral. Aquiles le explicó algunas de las normas infranqueables. Con las chicas era conveniente no intimar mucho para evitar encariñarse, algo que estaba totalmente prohibido. Podía follar todo lo que le apeteciera, siempre y cuando ellas también lo desearan.
Poco tiempo después, Teo pasó a ser