A 50 años del 68. Palinuro de México. Carmen Villoro Ruiz

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Название A 50 años del 68. Palinuro de México
Автор произведения Carmen Villoro Ruiz
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786075476469



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con un fastuoso manto de palabras!

      José Trigo apareció en 1966, dos años antes del movimiento estudiantil. Quizá jamás la habría terminado, porque es de los autores sin punto final. La crítica fue unánime: Edmundo Valadés calificó el libro de asombroso; también resultó conmovedor para Demetrio Vallejo, el líder ferrocarrilero encarcelado durante once años en Santa Martha Acatitla, y para los huelguistas —maquinistas, garroteros, peones de vía y empleados de exprés— de la gran huelga ferrocarrilera de 1959. Recuerdo que le llevé la novela a Vallejo a la enfermería de la cárcel de Santa Martha Acatitla y, cuando terminó de leerla, exclamó: “¡Ese sí sabe de trenes…!”.

      Tenía razón, porque Fernando del Paso sabe todo de todo. Ningún escritor en México en nuestros días y en todos los tiempos de todos los siglos pasados y futuros tendrá su erudición. Palinuro de México es igual a la Pirámide del Sol de Teotihuacán: tiene mil años pero nació ayer. Fernando del Paso la aventó desde el cielo con un gran gesto de su mano izquierda (porque es zurdo) y ahí sobre la avenida del Sol quedó el golpe de dados. “Jamás un golpe de dados abolirá el azar”, nos dijo Mallarmé. Palinuro de México no tiene que ver con el azar ni con la ocurrencia ni con la casualidad, Palinuro de México es un bólido que viene desde el fondo del tiempo, una catarsis, un huracán, un tratado de ciencia médica, una polifonía, una narrativa sin entrada ni salida y es, ante todo, la gran novela del 68.

      Antes de Palinuro de México se publicaron otros puntales de la literatura de nuestro continente: La ciudad y los perros y La casa verde, de Mario Vargas Llosa; La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz y Terra Nostra, de Carlos Fuentes; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, textos fundacionales de nuestros países colonizados, fueron, para decirlo vulgarmente, cañonazos. De Fernando del Paso se dijo que se trataba de un Joyce latinoamericano que reinventaba la vida y las cosmogonías familiares, un Severo Sarduy y, posteriormente, un Guillermo Cabrera Infante, un Alejo Carpentier y hasta un Martín Luis Guzmán puesto que la batalla de Del Paso, al igual que la de Villa y Zapata, es la de un revolucionario. Palinuro de México rebasó todas nuestras expectativas, es precursora de cambios fundamentales no sólo en nuestra vida literaria, sino en la de todos los días: la del amor y la muerte.

      Palinuro de México, aspirante a médico mexicano, al lado de su prima, novia y amante Estefanía, nos asesta un golpe al hígado con su erudición al hacernos entrar en la vida de su primo Molkas y su amigo Walter y la de otros aspirantes a médicos que no son ni solemnes ni vulgarmente ambiciosos sino malhablados, procolálicos y escatológicos, porque cuando se encuentran en el cuartito de Palinuro y Estefanía, por la Plaza de Santo Domingo, hacen todo lo que se les ocurre, en una locura liberadora que ni los acróbatas del circo Atayde lograrían en la más peligrosa de sus exhibiciones.

      En el momento de los encuentros de Estefanía y Palinuro y en las infinitas conversaciones de Molkas y Walter, todas las lectoras de Fernando del Paso tuvimos el deseo de alquilar un cuartito con una ventana que diera a la Plaza de Santo Domingo, no sólo por afán de sacrilegio, sino porque esa plaza es la mejor proveedora de letras de la Ciudad de México, y nada tan cercano al corazón como escuchar bajo los arcos el tecleo de las máquinas Remington de los “evangelistas” que de lunes a domingo apuntan: “Por la presente los mando saludar deseando estén bien de salud y a continuación paso a decirles lo siguiente…”. Si las “muchachas” escribían a su pueblo que ya se hallaron entre la licuadora y la estufa de gas, los lectores aprendimos a “hallarnos” con Fernando del Paso, con sus puertas que se abren al sacrilegio y, en su caso, al amor. En México tenemos una expresión popular muy bonita: “No me hallo”; Del Paso, a fuerza de palabras, nos enseñó a “hallarnos” y nos hizo a su modo y nos recompensó con la calidez de su abrazo en un cuarto dominicano que da a una plaza popular a la que le dedica los párrafos más tiernos de toda su escritura, un momento de gracia entre tantos órganos tasajeados y tantas tripas desolladas. La curiosidad de Del Paso lo llevó a muchos sitios de la mente, muchos alvéolos del corazón, muchas venas de nuestro sistema sanguíneo, y en varias ocasiones estuvo en trance de renacer, por eso mismo Palinuro de México es la primera novela realmente nueva en nuestro país. Más que ninguna otra, hizo crecer ante nuestros ojos no sólo una historia de amor en un cuartito que da a la Plaza de Santo Domingo, sino que la expandió como las ondas en el agua al tirar una piedra:

      Como es natural, mandamos a hacer una ciudad alrededor de nuestro edificio y decidimos que fuera la ciudad de México por la simple y casi única razón que ya habíamos nacido en ella. Después, mandamos a hacer un país alrededor de la ciudad, un mundo alrededor del país, un universo alrededor del mundo, y una teoría alrededor del universo…

      Fue en ese cuarto donde Palinuro y su prima Estefanía hicieron el amor desde el año 1980:

      Hacíamos el amor compulsivamente.

      Lo hacíamos deliberadamente.

      Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente.

      O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles hacíamos el amor invariablemente.

      Los jueves, los viernes y los sábados hacíamos el amor igualmente.

      Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente.

      No sé si el joven aspirante a médico, Palinuro, decidió por ética y por política entregarse a un evento clave en la historia de México, el del 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, pero sí sé que esta novela nos da la dimensión de la masacre al entregarnos a Palinuro y su historia personal, que actúa como una monstruosa y muy cruel autobiografía.

      En una Ciudad de México que hasta hace poco llamábamos Distrito Federal —que suena tan feo como “decúpito occipital” (si es que existe)—, Fernando del Paso crea a un muchacho que carga sobre sus hombros hasta la última bisagra de una sabiduría médica de siglos. Su erudición saca de quicio. La suya es una enumeración escatológica y nos debatimos entre trapos cubiertos de sangre y de orina. Pero Del Paso tiene una piedra imán y, sin querer queriendo, sus lectores regresamos a las 647 páginas de Palinuro de México en una apretada tipografía de letras en las que el autor logra que quepa la medicina del mundo entero. Casi sin un punto ni una coma, los párrafos monumentales nos cubren con tapabocas y Del Paso nos exhibe, como José Guadalupe Posada, en nuestro momento más desafortunado, el del disloque. Mientras intentamos escondernos, nos echa a la calle, con todas nuestras vergüenzas al aire. Porque esta no es una novela compasiva, y no hay salvavidas a la vista. Palinuro de México es un texto inabarcable, irritante, insolente, una obra de tiempo completo a la que se regresa como a la primera enciclopedia, la de Ephraim Chambers, y L’Encyclopédie de Diderot, Voltaire, Montesquieu, Buffon, D’Alembert, que fue apareciendo a lo largo de más de 20 años, de 1751 a 1772.

      Del Paso se da el lujo de asestarnos toda su sabiduría humana y médica de un solo golpe; su upper cut a la quijada con “el mamut”, como él mismo lo llama. Subraya frases: “¡Dios mío, en cuanto se nace, el tiempo se le echa encima a uno, y ya nunca lo deja en paz a ninguna hora del día!”. Palinuro es de carne y hueso, pero Estefanía es un prodigio con sus “cinco sentidos, sus veinte años, sus treinta y tres vértebras, sus cien mil cabellos, su millón de células o su trillón de átomos”. Esta celebración del saber médico, inconmensurable y delirante porque Del Paso lo nombra todo en un desmedido acto de soberbia, debería figurar en todos los nosocomios de México, en las maternidades y en los hospitales del IMSS y del ISSSTE.

      La sabiduría de Palinuro convierte a Fernando en uno de los grandes personajes de la historia de la medicina, y sería un acto de justicia inscribir su nombre al lado de Pasteur, Alzheimer, Lister, Freud, Elizabeth Blackwell, Chéjov y Salvador Allende.

      La publicidad exige la brevedad, la concisión —de la que Del Paso habría de vengarse, porque ninguna de sus novelas es breve o concisa—, además del ingenio. Antes que él, tal y como lo recuerda José Emilio Pacheco en uno de sus “Inventarios”, otros escritores incurrieron en la publicidad. Xavier Villaurrutia es el autor de “Mejor mejora Mejoral”, Salvador Novo de “Siga los tres movimientos de Fab: remoje, exprima y tienda”