Más allá de la escuela. Группа авторов

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Название Más allá de la escuela
Автор произведения Группа авторов
Жанр Учебная литература
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Издательство Учебная литература
Год выпуска 0
isbn 9789878661773



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y fortalecer su autoestima, alejados de las situaciones dañinas del ambiente escolar como el bullying, el abuso de poder, las relaciones verticales o las etiquetas.

      Mis dos hijos mayores siempre han sido muy tímidos, especialmente con los adultos, pues con niños que acaban de conocer se integran fácilmente y pronto están jugando juntos; claro, ahora más que antes. Además, ahora importa menos si son o no niños de su misma edad o sexo.

      El hecho de no ir al colegio hace que se relacionen con los adultos que los rodean de otra manera, desde otra perspectiva diferente a la de profesor-alumno, en la que existe una figura de poder y otra de sumisión y obediencia, a veces de temor. Esta relación puede dañar la autoestima y la imagen propia de un niño tímido o sensible, como le pasó a uno de los míos. Ante sus cambios de comportamiento, todas las profesoras coincidieron en culparme a mí y a mi nuevo embarazo, ¡como si construir una familia significara hacer daño a los hijos que ya tenía! Ahora ese niño, que hace dos años se veía triste, sonreía poco y miraba al piso cuando estaba frente a un adulto que no fuesen sus padres, se ha convertido en un niño que es amigo de todos los demás niños de todas las edades en el barrio; es un niño justo que no interviene en peleas o discusiones solo por tomar partido, es amable con los pequeñitos y no se deja intimidar por los más grandes, y todos lo buscan todo el día para jugar con él. Con los adultos todavía le cuesta: si le hablan, me mira como pidiendo ayuda, pero al menos saluda y se despide, cosa que antes no hacía. Lo difícil de su proceso me hace ver la profundidad del daño sufrido.

      También debo admitir que la manera en que traté a mis primeros hijos en sus primeros años no me parece la más adecuada ahora, y tal vez yo también tenga una gran responsabilidad por su sufrimiento. Aunque podría simplemente disculparme por mi inmadurez, prefiero admitirlo y seguir buscando maneras de aumentar su confianza y mejorar su autoestima.

      Mi hija mayor acaba de cumplir los doce años y no hay nada que me tranquilice más que saber que está viviendo el final de su infancia a su propio ritmo, sin presiones externas, sin afanes de novios, besos y otros temas que ahora las niñas manejan desde esta edad.

      Yo sé que todo irá llegando a su debido tiempo, pero me alegra ver que todavía piensa en cuál disfraz va a usar para el próximo Halloween, en lugar de buscar la falda más corta para verse sexy (repito: sé que llegaremos a eso, pero todavía no es momento). Ella todavía puede aumentar un poco más su seguridad y su autonomía, y ejercitar el no dejarse presionar por los demás y defender sus ideas y deseos propios. De todas maneras, puedo ver que nota las diferencias entre los comportamientos de sus amigas y puede juzgar y opinar según su propio criterio, y aprender de lo que le gusta y de lo que no.

      Mis dos hijos menores son afortunados porque les tocó una mamá distinta, más consciente, más respetuosa; ellos me han enseñado y todos ganamos. Por eso, saber que no van a recibir ni un poquito de todas las influencias que se derivan del colegio me asegura que no van a perder esa luz, esa espontaneidad que tanto me falta a mí misma y admiro en ellos. Ellos son cariñosos y, sobre todo, libres, y no conocen otra manera de ser.

      Siguiendo con las típicas preguntas que despierta el homeschooling, muchas personas también quieren saber cómo es el día a día de una familia que educa en casa. Lo complicado es hacerles entender que no tenemos días típicos. Cada familia hace cosas distintas, e incluso una misma familia realiza actividades diferentes cada día, semana, mes y año. La vida evoluciona, se transforma; nuestros hijos crecen, las rutinas cambian. Para poner un ejemplo, comparto esto que alguna vez escribí sobre una tarde que fue especialmente bonita (que de esas también hay muchas aunque no lo son todas).

      Junio de 2010 - Esta tarde

      Se suman las tardes lluviosas a mi propósito de sentarme con ellos y engancharlos a quedarse en casa (sobre todo a Juanjo), a despegarse del televisor y de la computadora, a disfrutar de hacer cosas juntos. Hoy, a pesar del bloqueo que siento de solo pensar que mis propuestas vayan a recibir el rechazo como respuesta, tuvimos una tarde deliciosa.

      Con Jacobo, Adelaida y Juan José hicimos yoga (con el libro que recibió Lalis Adelaida– en su cumpleaños); comieron palomitas de maíz; pintamos un mapa del mundo con pasteles grasos y acuarelas para nuestros viajes virtuales; Juanjo se fue un rato a la calle y Jacobo siguió pintando.

      Adelaida me dijo: “Quiero practicar sumas”, y en eso estuvimos un buen rato. Se le ocurrió dibujar sus dos manos en el papel para ayudarse a contar con los dedos dibujados y llegar a los resultados de la sumas. Más adelante, se dio cuenta de que casi no necesitaba esa ayuda. Mientras tanto, Jacobo también quiso pintar sus manos y luego recortarlas.

      Después, jugamos ajedrez, un regalo de cumpleaños que tiene un sistema muy lindo para ir conociendo cada ficha: viene con cartas que indican a cada jugador cuál ficha mover y cómo puede moverla. Jacobo, aunque ya se veía cansado, se interesó lo suficiente en el juego como para acompañarnos un rato y ver cómo nos “comíamos” mutuamente las fichas.

      Para terminar, con María Alejandra preparamos unos suflecitos de mazorca que sacamos del libro de recetas para niños de Miriam Camhi.

      No me puedo quejar: yoga, cocina, ajedrez, arte, matemáticas y geografía en una sola tarde.

      Para seguir tejiendo esta colcha de retazos, comparto un escrito que resume muchas de las experiencias y aprendizajes que hemos vivido, contemplados en retrospectiva. También algunos retos que nos plantea el futuro, pues nuestra vida como familia que aprende en casa aún no termina.

      Septiembre de 2015 - Ponencia en Medellín: “Homeschooling: rompiendo paradigmas”

      Yo soy un producto perfecto del sistema escolar: la mejor del colegio, siempre en los primeros puestos; obtuve un puntaje altísimo en el examen de ICFES; estudié ingeniera electrónica, la carrera más difícil que conseguí; siempre lista para demostrarle a quien quisiera lo inteligente que soy. Digo que soy el producto perfecto porque fui una alumna obediente, competitiva, disciplinada, complaciente; el sueño de casi todo profesor. Pero en mi vida adulta, ser tan obediente y complaciente no lo he sentido como una ventaja; al contrario, en mi proceso de descubrirme como persona y saber quién soy y qué quiero, estas características han estorbado bastante, pues se me dificulta distinguir entre aquello que en verdad quiero y aquello que hago por dar gusto a los demás o cumplir sus expectativas.

      Con mis hijos hice lo mismo que la mayoría: busqué el mejor jardín infantil cuando tenían dos años y luego el mejor colegio. Creo que, sin darme cuenta, en aquel momento mi vena alternativa y la de mi esposo empezaron a dejarse ver: buscamos un colegio que les diera libertades, y lo encontramos.

      Mientras nuestros hijos mayores estaban en el colegio, por casualidades de la vida nos enteramos de que algunos niños se educaban sin ir al colegio, y nos quedó sonando. Yo me dediqué a buscar cuanta información pude encontrar por internet y le dimos vueltas a la idea por casi dos años. Después de un cambio de casa y un hijo más, conocimos a una familia que nunca había mandado a sus hijos al colegio y, una semana después de hablar con ellos, estábamos tomando la decisión que iba a cambiar nuestras vidas.

      Elegir desescolarizar es una decisión, como todas las que tienen que ver con la educación, muy particular de cada familia, de sus condiciones y de su historia de vida. Admiro profundamente a aquellas familias que son capaces de hacer la reflexión sobre la educación antes de escolarizar a sus hijos y llegan a la conclusión de que no enviarlos al colegio es lo mejor para ellos. Hay quienes desescolarizan como única salida a una situación escolar insostenible (maltrato, etiquetamientos, abuso de autoridad, matoneo, dificultades académicas o de disciplina). Otros padres sufrieron de tal manera su paso por el colegio que no quieren que su hijos vivan la misma experiencia traumática. Algunas familias desescolarizan por razones de salud, o porque son religiosas, o porque viajan mucho, o porque sus niños son artistas o deportistas y su prioridad no es el colegio. Otras creen que la calidad de la educación es deficiente y prefieren procurar ellas mismas una educación más completa según sus propios criterios. También hay quienes llevan un estilo de vida más alternativo y buscan para sus hijos una educación coherente con su estilo. Es probable que existan, aunque de esos no conozco, padres que tomen la decisión de desescolarizar