El carácter de la filosofía rosminiana. Jacob Buganza

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Название El carácter de la filosofía rosminiana
Автор произведения Jacob Buganza
Жанр Документальная литература
Серия Biblioteca
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786075028804



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y afirma que en el pasaje clásico del De anima, Aristóteles asegura que el νοῦς viene de fuera y es divino, por lo cual Rosmini piensa que Aristóteles ve al νοῦς desde el aspecto inteligible, es decir, como el primer objeto del alma intelectiva. Este νοῦς que proviene de fuera es la condición de posibilidad del raciocinio (es cuestión de posibilidad para la ciencia, diríamos), ya que para que este proceso se dé es necesario que el alma previamente intuya los principios; en otros términos, para que la parte de la mente con la cual se razona y percibe pueda efectuar su labor, para la cual está en potencia, es necesario que sea precedida por otra mente que esté en acto, que es para Rosmini el νοῦς τῶν ἀρχῶν o νοῦς ὡς ἕξις τις, οἷον τὸ φῶς. 107 Y esto en razón de que el νοῦς, si viene de fuera y no está mezclado, entonces proviene de Dios (si no, no sería divino), y lo es en cuanto el νοῦς es lo inteligible, el ser indeterminado, pura forma sin nada de corpóreo. 108 Pero en realidad la interpretación de Rosmini es más bien ya de corte agustino-tomista. En suma, la interpretación de Rosmini sobre Aristóteles, en muchos sentidos, más que ser estrictamente aristotélica es agustino-tomista, que es lo que habría que responder a Bobba.

      Antes de Bobba, Puecher tiene la firme intención de brindar algunas pruebas para ver cómo es que, aunque sea implícitamente, y aunque incluso siga a Aristóteles, que Rosmini ve muy en su línea, Santo Tomás admite como innata la idea de ser en universal e indeterminada (en el contexto de la polémica, por cierto, con la Civiltà Cattolica, revista jesuita que la había avivado en aquellos años). En primer lugar, el Aquinate admite como innata, fuera de toda duda, a la luz de la razón, que viene con el hombre desde el momento en que nace o, si quiere verse así, desde que es creado: “Proprium est Dei illuminare omnes, imprimendo eis lumen naturale intellectus agentis.” 109 Y aquí es donde Puecher, siguiendo al beato Rosmini, hace equivaler esta luz innata con la “participación”, es decir, la hace equivaler a una “semejanza” o “impresión” en nosotros de la primera e increada Verdad. Para ello hay que recurrir a la Summa theologiae, donde Tomás de Aquino afirma: “in luce primae veritatis omnia intelligimus et judicamus, inquantum ipsum lumen intellectus nostri, sive naturale sive gratuitum, nihil aliud est quam quaedam impressio veritatis primae.” 110

      Aunque Puecher no repare inmediatamente en algo importante contenido en esta cita, es claro que Santo Tomás se refiere a esta luz del intelecto con los calificativos de naturale sive gratuitum, es decir, algo innato, ya que lo natural es lo innato o bien gratuito, es decir, algo que se recibe sin que se haya hecho algo por obtenerlo. Puecher se decanta por el concepto de “verdad”, que vemos en el texto tomista referido a la verdad primera. Si la verdad se funda sobre el ser (veritas super ens fundatur), entonces la verdad es el mismo ser y el ser la misma verdad, ya que se trata de dos términos que se refieren a lo mismo, sólo que desde dos perspectivas distintas. Por ello, el ser y la verdad son trascendentales, a saber, porque son lo mismo y una se funda inmediatamente en la otra, aunque sólo por referencia a una potencia (en este caso, al entendimiento). Si esto es así, el texto del Santo Doctor puede traspasarse así: “la luz innata es una impresión del ser supremo e increado”. Pero sabemos bien que el hombre no conoce a las sustancias increadas en esta vida de manera natural y directa, como bien demuestra Santo Tomás en la cuestión siguiente, lo cual corresponde a la experiencia. Entonces, ¿cómo interpretar esta tesis tomista? A la luz del rosminianismo, Dios, mediante la participación que nos da en relación con la luz del intelecto, nos imprime una semejanza de sí mismo, “no en cuanto él es el Ser absoluto subsistente e infinito, sino en cuanto es el Ser esencialmente cognoscible e inteligible, y bajo esta misma perspectiva, en el modo y grado mínimo posible.” 111 En efecto, la idea de ser no es Dios, que es Infinito bajo todo aspecto, incluyendo el subsistente; la idea de ser no es infinita bajo todo aspecto, sino sólo bajo el aspecto inteligible. Por tanto, la idea de ser y Dios no son lo mismo, sino que aquélla es una participación que Él da a la mente humana. 112

      Desde esta tesitura, en el hombre puede encontrarse esta participación desde el punto de vista de la especie (no desde la semejanza idéntica, como se da en el Padre y en el Hijo, ni tampoco como vestigio de la potencia como sucede con las criaturas irracionales). Hay una semejanza o participación desde el punto de vista de la especie entre Dios y el hombre o la creatura racional. ¿En qué elemento de la creatura racional se encierra esta semejanza o participación? Desde el punto de vista del Santo Doctor, esta semejanza se encuentra en la mente. En efecto, en la cuestión de la Summa theologiae relativa a este asunto, el Aquinate se pregunta “Utrum imago Dei sit in homine solum secundum mentem”, a lo que responde diciendo que sólo en la creatura racional hay semejanza con Dios en cuanto a la imagen o especie. El hombre excede a las otras creaturas en cuanto a la mente o intelecto (creatura rationalis excedit alias creaturas, est intellectus, sive mens). Además, el hombre es un ente viviente, como también lo es Dios, pero se asemeja fundamentalmente a Él en cuanto es inteligente (no ciertamente a la manera de Dios, sino por una cierta semejanza); por tanto, concluye Santo Tomás: “igitur in homine invenitur Dei similitudo per modum imaginis secundum mentem, sed secundum alias partes ejus per modum vestigii”, 113 como sucede con las partes materiales humanas.

      Puecher propone interpretar esta tesis a la luz de otra cuestión de la Summa theologiae, en donde asienta el filósofo de Roccasecca: “Deus est auctor intellectivae virtutis, et ab intellectu videri potest. Et cum ipsa intellectiva virtus creaturae non sit Dei essentia, relinquitur quod sit aliqua participativa similitudo ipsius (Dei), qui est primus intellectus: unde et virtus intellectualis creaturae lumen quoddam intelligibile dicitur, quasi a prima luce derivatum.” 114 En otras palabras, si Dios es el autor de la potencia intelectiva y es cierto que el entendimiento puede verle, y siendo que la capacidad intelectual no es la esencia de Dios, entonces aquélla debe ser algo que participa de Él (pues Él es el Primer entendimiento); por ello, la luz intelectual es una derivación de la Primera luz. Como podemos “ver” a Dios a través de los vestigios y mediante el razonamiento, entonces es necesario que la semejanza con Él provenga de la luz intelectual, porque hemos dicho que no proviene del vestigio en cuanto tal, del que también toman parte las creaturas irracionales (y la parte corporal humana, en consecuencia).

      Es desde aquí que Puecher se pregunta: ¿cómo puede concebirse que en la luz innata se incluya una imagen, en algún modo según la misma especie, de la naturaleza divina? Según el filósofo rosminiano, admitiendo que la luz innata es la idea del ser en universal. Se pregunta retóricamente: ¿qué dificultad hay para reconocer que el ser se asemeja al Ser? ¿Qué dificultad hay en reconocer que el ser inteligible tiene cierta semejanza con el Ser subsistente infinito? Y es que el ser ideal posee algunos caracteres que convienen también a Dios, o mejor, al ser ideal se le aplican algunos caracteres propios de Dios, como la necesidad, la inmutabilidad, la universalidad, la eternidad, ya que el ser ideal, es decir, el ser en universal, es necesario, invariable, eterno, como la misma verdad o las ideas. Puecher concluye diciendo:

      Si para Santo Tomás la luz del intelecto es innata; si la luz innata es una participación o semejanza de la primera e increada Verdad; si en tal luz se implica una cierta imagen de Dios según la especie; si la Verdad y Dios se convierten con el Ser; y si la luz innata por naturaleza no puede ser la esencia sustancial de Dios, se sigue también, según los principios de Santo Tomás, que la luz innata no puede ser otra cosa que la idea de ente en universal, como aquella única cosa que, sin confundirse con la esencia sustancial de Dios, lo representa admirablemente según una semejanza o imagen, ideal e indeterminada, ciertamente, pero verdadera, propia y en algún modo incluso específica. 115

      Que la luz del intelecto sea innata no quiere decir que sea lo primero que captemos de forma consciente; es lo primero que captamos implícitamente, y muchas veces es que volvemos después a aquello que hace posible la intelección. Es cierto que lo mismo sucede con la visión física: no necesariamente nos percatamos primero, al observar un objeto coloreado, de la luz que vuelve posible la visión, sino que primero vemos al objeto; será después, mediante una reflexión, que caigamos en la cuenta de que el objeto coloreado es posible verlo porque existe la luz que vuelve posible la visión. Es lo que sucede con la luz innata o intelecto agente o idea de ser en universal; aunque es lo que hace que todos los otros inteligibles se vean, no la vemos primero