Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Название Sigmund Freud: Obras Completas
Автор произведения Sigmund Freud
Жанр Зарубежная психология
Серия biblioteca iberica
Издательство Зарубежная психология
Год выпуска 0
isbn 9789176377437



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un largo cuchillo. El resabor de este pan en mi recuerdo es verdaderamente delicioso, y con ello termina la escena.

      »¿Qué es lo que en este suceso justifica el esfuerzo de retención que me ha obligado a realizar? No acierto a explicármelo, siéndome imposible precisar a qué circunstancia debe su intensa acentuación psíquica: a nuestro mal comportamiento con la niña, a haberme gustado mucho el color amarillo del diente de león, que hoy no encuentro nada bello, o a que después de corretear por la pradera me supo el pan mejor que de costumbre, hasta el punto de llegar a constituir una impresión indeleble. No encuentro tampoco relación alguna de esta escena con el interés infantil, fácilmente visible, que enlaza entre sí las demás escenas infantiles. Tengo, en general, la impresión de que hay en ella algo falso. El amarillo de las flores resalta demasiado del conjunto, y el buen sabor del pan me parece también exagerado, como en una alucinación. Al pensar en estos detalles recuerdo unos cuadros de una exposición humorística, en los cuales aparecían plásticamente sobrepuestos ciertos elementos y, como es natural, siempre los más inconvenientes; por ejemplo, el trasero de las figuras femeninas. Puede usted mostrarme un camino que conduzca a la explicación o interpretación de este superfluo recuerdo infantil?»

      Me pareció juicioso preguntar a mi comunicante desde cuándo le ocupaba tal recuerdo; esto es, si retornaba periódicamente a su memoria desde la infancia o se había emergido en ella posteriormente, provocado por algún motivo que recordase. Esta pregunta constituyó toda mi aportación a la solución del problema planteado, pues lo demás lo halló por sí mismo el interesado, que no era ningún principiante en este orden de trabajos.

      He aquí su respuesta: «No había pensado aún en lo que me dice. Pero después de su pregunta se me impone la certeza de que este recuerdo infantil no me ocupó para nada en mi niñez. Me figuro también la ocasión que provocó su despertar con el de otros muchos recuerdos de mis primeros años. Cumplidos ya los diecisiete, volví durante unas vacaciones por vez primera a mi lugar natal, alojándome en casa de una familia con la cual manteníamos relaciones de amistad desde aquellos primeros tiempos. Sé muy bien qué plenitud de emociones me invadieron en esta temporada. Mas para contestar a su pregunta debo relatarle toda una parte de mi vida. En la época de mi nacimiento gozaban mis padres de una regular posición económica. Pero al cumplir yo los tres años el ramo industrial al que mi padre se dedicaba experimentó una tremenda crisis, que dio al traste con nuestra fortuna familiar, obligándonos a trasladarnos a la ciudad. Vinieron luego largos años difíciles, en los que nada hubo digno de ser retenido. En la ciudad no me sentía yo a gusto. La añoranza de los hermosos bosques de mi lugar, a los cuales me escapaba en cuanto aprendí a andar, según testimonia uno de mis recuerdos de entonces, no me ha abandonado nunca. Como ya dije antes, la primera vez que volví a ellos fue a los diecisiete años, invitado a pasar mis vacaciones en casa de una familia amiga, que después de nuestra partida había hecho fortuna. Tuve, pues, ocasión de comparar el bienestar que en ella reinaba con la estrechez de nuestra vida en la ciudad. Pero además he de confesarle otra circunstancia que me produjo vivas emociones. Mis huéspedes tenían una hija de quince años, de la que me enamoré en el acto. Fue éste mi primer amor, bastante intenso, pero mantenido en el más absoluto secreto. La muchacha marchó a los pocos días a un establecimiento de enseñanza, cuyas vacaciones terminaban antes que las mías, y esta separación, después de tan breve conocimiento, contribuyó a avivar mi pasión. Durante largos paseos solitarios por los bellos bosques de mi infancia, vueltos ahora a encontrar, me complacía en imaginar dichosas fantasías, que rectificaban mi pasado. Si los negocios de mi padre no hubieran declinado, hubiéramos seguido viviendo en aquel lugar, yo me habría criado tan sano y robusto como los hermanos de la muchacha, habría continuado las actividades industriales de mi padre y hubiera podido, por fin, casarme con mi adorada. Naturalmente no dudaba ni un instante que en las circunstancias creadas por mi fantasía la hubiera amado también con el mismo apasionamiento. Lo singular es que al verla ahora alguna vez, pues ha contraído matrimonio aquí, me es absolutamente indiferente, y, sin embargo, recuerdo muy bien que durante mucho tiempo después no podía ver nada de un color amarillo, parecido al del traje que llevaba en nuestra primera entrevista, sin emocionarme profundamente.»

      Esta última observación me parece análoga a la que antes hizo usted sobre el diente de león, afirmando que ya no le gustaba esta flor. ¿No sospecha usted la existencia de una relación entre el color amarillo del vestido de la muchacha y la exagerada intensidad con que resalta este color en las flores de su recuerdo infantil ?

      «Quizá; pero no es un mismo color. El vestido de la muchacha era de un amarillo más oscuro. Sin embargo, puedo suministrarle una representación intermedia que acaso sea útil. He visto después en los Alpes que algunas flores, de colores claros en los valles, toman en las alturas matices más oscuros. Si no me engaño mucho, se encuentra con gran frecuencia en la montaña una flor muy parecida al diente de león, pero de un color más oscuro, que corresponde exactamente al del traje de mi amada de entonces. Pero déjeme continuar. Debo relatarle aún otro suceso, próximo al anterior, que despertó también mis recuerdos infantiles. Tres años después de mi primer retorno a los lugares de mi infancia fui a pasar las vacaciones a casa de mi tía, en la que encontré de nuevo a mis primeros camaradas infantiles; esto es, a aquellos primos míos que aparecen en la escena cuyo recuerdo nos ocupa. Esta familia había abandonado al mismo tiempo que nosotros nuestra primera residencia, y había logrado rehacer su fortuna en una lejana ciudad.»

      ¿Y se volvió usted a enamorar esta vez de su prima, forjando nuevas fantasías?

      «No. Había ingresado ya en la Universidad, y me hallaba entregado por completo a mis estudios, sin que me quedara tiempo para pensar en mi prima. Así, pues, que yo sepa, mi imaginación permaneció quieta. Pero creo que mi padre y mi tío habían formado el proyecto de hacerme sustituir mis estudios abstractos por otros más prácticos: establecerme después en la ciudad donde mi tío residía y casarme con mi prima; proyecto al que renunciaron, quizá, al verme tan absorbido por mi propios planes. Sin embargo, yo debía adivinar algo de él, y cuando al terminar mi carrera universitaria pasé por un período difícil, teniendo que luchar mucho tiempo para conseguir un puesto que me permitiera hacer frente a las necesidades de la vida, debí de pensar muchas veces que mi padre hubiera querido compensarme con aquel proyecto matrimonial del trastorno originado en mi vida por sus pérdidas económicas.»

      Si con esta época de lucha por el pan cotidiano coincidió su primer contacto con las cimas alpinas, tendremos ya un punto de apoyo para situar en ella la reviviscencia del recuerdo infantil que nos ocupa.

      «Exacto. Las excursiones por la montaña fueron entonces el único placer que podía permitirme. Pero no comprendo bien la relación que usted persigue.»

      Va usted a verlo. El elemento más intenso de su escena infantil es el buen sabor del pan. ¿No observa usted que esta representación, de la que emana una sensación casi alucinante, corresponde a la idea, fantaseada por usted, de que si hubiera permanecido en su lugar natal se hubiese casado con aquella muchacha y hubiera llevado una vida serena? Esta vida queda simbólicamente representada por el buen sabor del pan, no amargado por la dura lucha para conseguirlo. El color amarillo de las flores es también una alusión a la misma muchacha. Pero además tenemos en la escena infantil elementos que no pueden referirse sino a la segunda fantasía, o sea, al matrimonio con su prima. Arrojar las flores para cambiarlas por un pedazo de pan me parece una clara alusión al proyecto paterno de hacerle renunciar a sus estudios abstractos para sustituirlos por una actividad más práctica que le permitiera ganarse el pan.

      «Resulta así que las dos series de fantasía de cómo hubiera podido lograr una vida menos trabajosa se habrían fundido en un solo producto, suministrado una el color «amarillo» y el pan «de mi lugar», y la otra, el acto de arrojar las flores y los personajes.»

      Así es; las dos fantasías han sido proyectadas una sobre otra, formándose con ellas un recuerdo infantil. Las flores alpinas constituyen un indicio de la época en que fue fabricado este recuerdo. Puedo asegurarle, que la invención inconsciente de tales productos no es nada rara.

      «Pero entonces no se trata de un recuerdo infantil, sino de una fantasía retrotraída a la infancia. Sin embargo, tengo la sensación de que la escena recordada es perfectamente auténtica. ¿Cómo compaginar