El hombre nacido en Danzig. Guillermo Fadanelli

Читать онлайн.
Название El hombre nacido en Danzig
Автор произведения Guillermo Fadanelli
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078667918



Скачать книгу

las pantorrillas desnudas, el vientre orinado, la cadera que rozaba la pared casi al punto de sangrar, ¿hasta dónde había ido Riquelme? ¿Lo había yo autorizado para llegar a tales extremos? Entrar de manera imprevista en la intimidad de dos seres que se aparean es un acto horrendo y sucio. Sin importar si lo que buscas es… la verdad. ¿A dónde había llegado yo con tal de saber lo que ya sabía?

      –Si no hubiera estado yo mismo en ese lugar no habría reconocido a ninguno de los dos –mi comentario fue hecho en voz casi apagada, sólo dirigida a mi conciencia beata y atolondrada. Riquelme dijo:

      –No ha pasado más de una semana desde entonces. Es una situación delicada. ¿Quieres que continúe? No es sencillo para mí este caso, es absurdo, no sabría cómo llamarlo.

      –Llámalo dinero; no tengo alternativa, debo saberlo todo, ¿me escuchaste, Riquelme? Todo.

      –A mí no me importa, es tu dinero. ¿Por qué me sigues pagando en dólares? Comienzo a creer que en verdad son falsos.

      –En mi casa tengo una caja llena de dólares, los habíamos ahorrado Elisa y yo para marcharnos del país. Queríamos envejecer lo más lejos posible de las pirámides y de la sangre que escurre de ellas.

      –Yo, en mi siguiente vida, iré a Nueva York y no me moveré más de allí –dijo él, no sé por qué.

      –Te pediré algo más, Riquelme, no quiero imágenes digitales, quiero fotografías en papel, mis ojos conocen bien el papel y no hay manera de engañarlos. Máquina de escribir y una vieja cámara fotográfica.

      Riquelme tomó un sorbo de whisky y se levantó, su cuerpo tenía la forma indeterminada de una papa, pero sus pies grandes mantenían a la papa ágil y en equilibrio.

      –Utiliza algunos de tus dólares para pagar la cuenta –añadí–. Tengo que volver a casa y dormir. El regreso es lo más pesado, volver de nuevo a la ciudad cuando puedes largarte en sentido contrario. Es la gravedad que Newton no descubrió.

      –Es la gravedad –dijo Riquelme, pensativo, y se marchó.

      RUMBO A CASA DE ELENA BRETÓN EN LAS LOMAS

      De vuelta a la Ciudad de México, adherido a un volante frío y avanzando sin obstáculos en el escaso tráfico de aquellos lares, recordé el suave calor que se desprendía de las piernas de Elisa, un calor constante que podría proteger en invierno a una camada de cachorros bóxer abandonados por su madre. Los chihuahueños morirían con ese calor. Y los deseos de llorar volvieron. Aceleré en las curvas de forma imprudente y me dije: “Nunca más”. Tal vez una pelea a puño limpio me devolvería los ánimos o me dejaría de una vez por todas a orillas del camino; tan efímero y sencillo es el silbido que te abre la piel con una navaja. ¿Pero dónde y cómo elegir a un contrincante? He allí un problema que resolver. Podría dirigirme a un restaurante en Polanco y decidir entre pegarme con un mesero por no tratarme como a un “señor”, o con uno de sus clientes borrachos que balan como niños llorones, o con un hombre que habla de negocios a gritos, pelear y no descansar hasta hacer trizas sus costillas o perder el conocimiento: cuánto petimetre mamón merecía probar un buen puñetazo. Miré en el retrovisor y divisé mi pasado en llamas y vuelto escombros. También vi a Magic Johnson avanzar botando la pelota y discerniendo si el pase iría a Cooper o a Byron Scott. ¡No, Magic, tira de media distancia y haz que el balón duerma en el aire! Y en tanto el balón avanza en silencio hacia la canasta, el Magic voltea a las gradas, avanza hacia mi butaca y sonríe.

      –Si en lugar de leer a Bergson o a Schopenhauer, hubieras dedicado más tiempo a domar el tiro desde las bandas no habrías desperdiciado tu oportunidad. Tenías la gran ventaja de ser rápido y los defensas temían acercarse mucho a ti. Te concedían justo la distancia que necesitas para ser mortífero. Podrías haber sido un Byron Scott.

      –Me esforcé, Magic, si tú supieras; después de los entrenamientos me quedaba una hora más a practicar. No tienes la menor idea del esfuerzo que hice para convertirme en un tirador respetable.

      –No lo dudo, pero sospecho que tardaste mucho tiempo en cambiar tu técnica, enderezar el brazo y no torcerlo. Veinte puntos por partido no es nada malo, pero fallabas bastante. Debiste corregir lo que aprendiste de niño: es posible que seas un conservador.

      –Lo intenté hacer, pero demasiado tarde, ya esos vicios formaban parte de mí. Además veía jugar a Jamaal Wilkes que encestaba todas las canastas a pesar de que su técnica no era bella ni ortodoxa. Y me dije: yo formo parte de su equipo, del equipo de los torcidos. Él comenzó en los Guerreros de Golden State y se convirtió al Islam, igual que Kareem Abdul Jabbar.

      –¡Qué buenos tiempos! Yo jugué al lado de ambos, el vestidor se volvió una mezquita; pero retornando a nuestro asunto, tú estás torcido, debes buscar la tranquilidad, practícala. Ve a la cancha y vuelve a comenzar.

      –Lo intento.

      –A mí el sida me hizo volver a pensar, ya ves, dejé de perseguir mujeres y me concentré en una vida nueva. Despide a ese detective, vuelve a la cancha y pon orden en tu vida.

      –Lo intentaré, Magic, pero antes debo resolver algunas dudas.

      Escuché el bello sonido de la pelota marcando dos puntos más para Los Angeles Lakers, vi la amplia y generosa sonrisa de Magic y su andar desgarbado, se divertía, nadie como él paseaba en la duela; “el basquetbol es una buena broma si esta broma la cuenta Magic Johnson”, me dije y oprimí el acelerador. Las fotografías que me acababa de mostrar Riquelme habían causado el efecto previsto en mi ánimo. Tuve la impresión de que Riquelme me seguía en su auto viejo e invisible patinando por las curvas de Santa Fe, y la sospecha de su persecución despertó en mí una timidez barata que culminó en miedo y deseo de protección. Iría directo a mi casa y orinaría a borbotones encima de los calzones de Elisa Miller. Líquidos que entran y salen, se concentran o expanden, ¿a eso nos conduce el amor en su caída sin límite, estoy en camino? Es posible que después de este acto liberador, orinar los calzones de la Miller, la serenidad estoica tomara de nuevo un lugar junto a mi cama. Elisa me había abandonado, pero en el clóset aún podía encontrar más de cinco pares de zapatos y decenas de pantaletas pequeñas y sonrientes sobre las que podía orinar y escupir y llenar de semen. Aceleré y un rostro distinto al de Elisa Miller apareció como el faro de una bicicleta en mi mente, aceleré y el futuro se volvió más claro que la oscuridad, entonces tomé camino en dirección a Las Lomas.

      Riquelme parecía no perder el camino. ¿Cómo es que su auto no se desplomaba cuando aceleraba con la misma intensidad que el mío? Según mi anacrónico prejuicio, los detectives son todos ellos expertos mecánicos y cultivan la rara habilidad de abrir el cofre de su máquina y mover las herramientas en el motor como si fueran cubiertos encima de la mesa. ¿Habría Riquelme metido sus herramientas al motor hasta convertirlo en una máquina súper poderosa? ¿Y si no se trataba en realidad de Riquelme? La imagen del detective cazándome se multiplicaba en todas las direcciones posibles. Los dólares. ¿Quería acaso aprovecharse de mi dolor y robar mis dólares? Había sido una clara equivocación comentarle que tenía guardado ese dinero. Tal vez, mientras él se hallaba siguiéndome, sus compinches robarían los supuestos dólares que yo ocultaba en mi casa, ¿cómo no se me había ocurrido que algo semejante podía suceder? La mirada periférica de la que presumimos los basquetbolistas no ha sido un recurso suficiente para alertarme de los malévolos planes de Riquelme. Un detalle me devolvió la tranquilidad. Sus compinches no encontrarían ningunos dólares porque antes deberían destruir la mitad de la casa. Soy experto en esconder cosas y ni siquiera Elisa sabe dónde se hallan los paquetes de dinero verde ahorrados durante años, consecuencia de mis inversiones en un modesto negocio que mantendré en el anonimato. Hacer negocios, ganar dinero, comprar una casa, pintar una pared, escarbar como un perro en el jardín, encontrar una piedra en vez de un hueso, y otra piedra. Yo escarbo la tierra, a solas, fuera de la vista del amo, y así se meten mis huesos en las honduras para terminar con las garras sucias y sangrientas.

      Y ahora Elisa, mis ahorros en divisas extranjeras y mi negocio están a punto de desvanecerse en los brazos de una voluntad que se mofa de los deseos de vencerla y maquillarla con razones y conceptos. Me he encontrado