Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Название Colección de Alejandro Dumas
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788026835875



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nos cautiva desde hace tiempo; yo estaría encantado de contar con vuestra opinión.

      -La opinión de un hombre de espada carece de peso - respondió D’Artagnan, que comenzaba a inquietarse por el giro que tomaban las cosas-, y vos podéis ateneros, creo yo, a la ciencia de estos señores.

      Los dos hombres negros saludaron a su vez.

      -Al contrario - prosiguió Aramis-, y vuestra opinión nos será preciosa. He aquí de lo que se trata: el señor principal cree que mi tesis debe ser sobre todo dogmática y didáctica.

      -¡Vuestra tesis! ¿Hacéis, pues, una tesis?

      -Por supuesto - respondió el jesuita ; para el examen que precede a la ordenación, es de rigor una tesis.

      -¡La ordenación! - exclamó D’Artagnan, que no podía creer en lo que le habían dicho sucesivamente la hostelera y Bazin-. ¡La ordenación!

      Y paseaba sus ojos estupefactos sobre los tres personajes que tenía delante de sí.

      -Ahora bien - continuó Aramis tomando en su butaca la misma pose graciosa que hubiera tornado de estar en una callejuela, y examinando con complaciencia su mano Blanca y regordeta como mano de mujer, que tenía en el aire para hacer bajar la sangre ; ahora bien, como habéis oído, D’Artagnan, el señor principal quisiera que mi tesis fuera dogmática, mientras que yo querría que fuese ideal. Por eso es por lo que el señor principal me proponía ese punto que no ha sido aún tratado, en el cual reconozco que hay materia para desarrollos magníficos:

      «Utraque manus in benedicendo clericis inferioribus necessaria est.»

      D’Artagnan, cuya erudición conocemos, no parpadeó ante esta cita más de lo que había hecho el señor de Tréville a propósito de los presentes que pretendía D’Artagnan haber recibido del señor de Buckingham.

      -Lo cual quiere decir - prosiguió Aramis para facilitarle las cosas : las dos manos son indispensables a los sacerdotes de órdenes inferiores cuando dan la bendición.

      -¡Admirable tema! - exclamó el jesuita.

      -¡Admirable y dogmático! - repitió el cura, que de igual fuerza aproximadamente que D’Artagnan en latín, vigilaba cuidadosamente al jesuita para pisarle los talones y repetir sus palabras como un eco.

      En cuanto a D’Artagnan, permaneció completamente indiferente al entusiasmo de los dos hombres negros.

      -¡Sí, admirable! ¡Prorsus admirabile! - continuó Aramis-. Pero exige un estudio en profundidad de los Padres de la Iglesia y de las Escrituras. Ahora bien, yo he confesado a estos sabios eclesiásticos, y ello con toda humildad, que las vigilias de los cuerpos de guardia y el servicio del rey me habían hecho descuidar algo el estudio. Me encontraría, pues, más a mi gusto, facilius natans, en un tema de mi elección, que sería a esas rudas cuestiones teológicas lo que la moral es a la metafísica en filosofía.

      D’Artagnan se aburría profundamente, el cura también.

      -¡Ved qué exordio! - exclamó el jesuita.

      -Exordium - repitió el cura por decir algo.

      -Quemadmodum inter coelorum inmensitatem-.

      Aramis lanzó una ojeada hacia el lado de D’Artagnan y vio que su amigo bostezaba hasta desencajarse la mandíbula.

      -Hablemos francés, padre mío - le dijo al jesuita-. El señor D’Artagnan gustará con más viveza de nuestras palabras.

      -Sí, yo estoy cansado de la ruta - dijo D’Artagnan-, y todo ese latín se me escapa.

      -De acuerdo - dijo el jesuita un poco despechado, mientras el cura, transportado de gozo, volvía hacia D’Artagnan una mirada llena de agradecimiento ; bien, ved el partido que se sacaría de esa glosa.

      -Moisés, servidor de Dios… no es más que servidor, oídlo bien. Moisés bendice con las manos; se hace sostener los dos brazos, mientras los hebreos baten a sus enemigos; por tanto, bendice con las dos manos. Además que el Evangelio dice: Imponite manus, y no monum; imponed las manos, y no la mano.

      -Imponed las manos - repitió el cura haciendo un gesto.

      -Por el contrario, a San Pedro, de quien los papas son sucesores - continuó el jesuita-, Porrigite digitos. Presentad los dedos, ¿estáis ahora?

      -Ciertamente - respondió Aramis lleno de delectación-, pero el asunto es sutil.

      -¡Los dedos! - prosiguió el jesuita - San Pedro bendice con los dedos. El papa bendice por tanto con los dedos también. Y ¿con cuántos dedos bendice? Con tres dedos: uno para el Padre, otro para el Hijo y otro para el Espíritu Santo.

      Todo el mundo se persignó; D’Artagnan se creyó obligado a imitar aquel ejemplo.

      -El papa es sucesor de San Pedro y representa los tres poderes divinos; el resto, ordines inferiores de la jerarquía eclesiástica, bendice en el nombre de los santos arcángeles y ángeles. Los clérigos más humildes, como nuestros diáconos y sacristanes, bendicen con los hisopos, que simulan un número indefinido de dedos bendiciendo. Ahí tenéis el tema simplificado, argumentum omni denudatum ornamento. Con eso yo haría - continuó el jesuita - dos volúmenes del tamaño de éste.

      Y en su entusiamo, golpeaba sobre el San Crisóstomo infolio que hacía doblarse la mesa bajo su peso.

      D’Artagnan se estremeció.

      -Por supuesto - dijo Aramis-, hago justicia a las bellezas de semejante tesis, pero al mismo tiempo admito que es abrumadora para mí. Yo había escogido este texto: decidme, querido D’Artagnan, si no es de vuestro gusto: Non inutile est desiderium in oblatione, o mejor aún: Un poco de pesadumbre no viene mal en una ofrenda al Señor.

      -¡Alto ahí! - exclamó el jesuita-. Esa tesis roza la herejía; hay una proposición casi semejante en el Augustinus del heresiarca Jansenius, cuyo libro antes o después será quemado por manos del verdugo. Tened cuidado, mi joven amigo; os inclináis, mi joven amigo, hacia las falsas doctrinas; os perderéis.

      -Os perderéis - dijo el cura moviendo dolorosamente la cabeza.

      -Tocáis en ese famoso punto del libre arbitrio que es un escollo mortal. Abordáis de frente las insinuaciones de los pelagianos y de los semipelagianos.

      -Pero, reverendo… - repuso Aramis algo atarullado por la lluvia de argumentos que se le venía encima.

      -¿Cómo probaréis - continuó el jesuita sin darle tiempo a hablar que se debe echar de menos el mundo que se ofrece a Dios? Escuchad este dilema: Dios es Dios, y el mundo es el diablo. Echar de menos al mundo es echar de menos al diablo; ahí tenéis mi conclusión.

      -Es la mía también - dijo el cura.

      -Pero, por favor… - dijo Aramis.

      -¡Desideras diabolum, desgraciado! - exclamó el jesuita.

      -¡Echa de menos al diablo! Ah, mi joven amigo - prosiguió el cura gimiendo-, no echéis de menos al diablo, soy yo quien os lo suplica.

      D’Artagnan creía volverse idiota; le parecía estar en una casa de locos y que iba a terminar loco como los que veía. Sólo que estaba forzado a callarse por no comprender nada de la lengua que se hablaba ante él.

      -Pero escuchadme - prosiguió Aramis con una cortesía bajo la que comenzaba a apuntar un poco de impaciencia ; yo no digo que eche de menos; no, yo no pronunciaría jamás esa frase, que no sería ortodoxa…

      El jesuita levantó los brazos al cielo y el cura hizo otro tanto.

      -No, pero convenid al menos que no admite perdón ofrecer al Señor aquello de lo que uno está completamente harto. ¿Tengo yo razón, D’Artagnan?

      -¡Yo así lo creo! - exclamó éste.

      El cura y el jesuita dieron un salto sobre sus sillas.

      -Aquí tenéis mi punto de partida, es un silogismo: el mundo no carece de atractivos, dejo el mundo; por tanto hago un sacrificio; ahora