Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare

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Название Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo
Автор произведения William Shakespeare
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 4057664132895



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      ¿Quién?

      GRACIANO.

      ¡Señor Antonio!

      ANTONIO.

      ¿Solo estais, Graciano? ¿y los demas? Ya han dado las nueve, y todo el mundo espera. No habrá máscaras esta noche. El viento se ha levantado ya, y puede embarcarse Basanio. Más de veinte recados os he enviado.

      GRACIANO.

      ¿Qué me decis? ¡Oh felicidad! ¡Buen viento! Ya siento ganas de verme embarcado.

      ESCENA VII.

      Quinta de Pórcia en Belmonte.

      PÓRCIA y el PRÍNCIPE DE MARRUECOS.

      PÓRCIA.

      Descorred las cortinas, y enseñad al príncipe los cofres; él elegirá.

      EL PRÍNCIPE.

      El primero es de oro, y en él hay estas palabras: «Quien me elija, ganará lo que muchos desean.» El segundo es de plata, y en él se lee: «Quien me elija, cumplirá sus anhelos.» El tercero es de vil plomo, y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: «Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo.» ¿Cómo haré para no equivocarme en la eleccion?

      PÓRCIA.

      En uno de los cofres está mi retrato. Si le encontrais, soy vuestra.

      EL PRÍNCIPE.

      Algun dios me iluminará. Volvamos á leer con atencion los letreros. ¿Qué dice el plomo? «Todo tendrá que darlo y arriesgarlo el que me elija.» ¡Tendrá que darlo todo! ¿Y por qué?... Por plomo... ¿Aventurarlo todo por plomo? Deslucido premio en verdad. Para aventurarlo todo, hay que tener esperanza de alguna dicha muy grande, porque á un alma noble no la seduce el brillo de un vil metal. En suma, no doy ni aventuro nada por el plomo. ¿Qué dice la plata del blanco cofrecillo? «Quien me elija logrará lo que merece...» Lo que merece... Despacio, Príncipe: pensémoslo bien. Si atiendo á mi conciencia, yo me estimo en mucho. No es pequeño mi valor, aunque quizá lo sea para aspirar á tan excelsa dama. De otra parte, seria poquedad de ánimo dudar de lo que realmente valgo... ¿Qué merezco yo? Sin duda esta hermosa dama. Para eso soy de noble nacimiento y grandes dotes de alma y cuerpo, de fortuna, valor y linaje; y sobre todo la merezco porque la amo entrañablemente. Sigo en mis dudas. ¿Continuaré la eleccion ó me pararé aquí? Voy á leer segunda vez el rótulo de la caja de oro: «Quién me elija logrará lo que muchos desean.» Es claro: la posesion de esta dama: todo el mundo la desea, y de los cuatro términos del mundo vienen á postrarse ante el ara en que se venera su imágen. Los desiertos de Hircania, los arenales de la Libia se ven trocados hoy en animados caminos, por donde acuden innumerables príncipes á ver á Pórcia. No bastan á detenerlos playas apartadas, ni el salobre reino de las ondas que lanzan su espuma contra el cielo. Corren el mar, como si fuera un arroyo, sólo por el ansia de ver á Pórcia. Una de estas cajas encierra su imágen, pero ¿cuál? ¿Estará en la de plomo? Necedad seria pensar que tan vil metal fuese sepulcro de tanto tesoro. ¿Estará en la plata que vale diez veces menos que el oro? Bajo pensamiento seria. Sólo en oro puede engastarse joya de tanto precio. En Inglaterra corre una moneda de oro, con un ángel grabado en el anverso. Allí está sólo grabado, mientras que aquí es el ángel mismo quien yace en tálamo de oro. Venga la llave: mi eleccion está hecha, sea cual fuere el resultado.

      PÓRCIA.

      Tomad la llave, y si en esa caja está mi retrato, seré vuestra esposa.

      EL PRÍNCIPE (abriendo el cofre).

      ¡Por vida del demonio! sólo encuentro una calavera, y en el hueco de sus ojos este papel: «No es oro todo lo que reluce: así dice el refran antiguo: tú verás si con razon. ¡Á cuántos ha engañado en la vida una vana exterioridad! En dorado sepulcro habitan los gusanos. Si hubieras tenido tanta discrecion y buen juicio como valor y osadía, no te hablaria de esta suerte mi hueca y apagada voz. Véte en buen hora, ya que te ha salido fria la pretension.» Sí que he quedado frio y triste. Toda mi esperanza huyó, y el fuego del amor se ha convertido en hielo. Adios, hermosa Pórcia. No puedo hablar. El desencanto me quita la voz. ¡Cuán triste se aleja el que ve marchitas sus ilusiones!

      PÓRCIA.

      ¡Oh felicidad! Quiera Dios que tengan la misma suerte todos los que vengan, si son del mismo color que éste.

      ESCENA VIII.

      Calle en Venecia.

      SALARINO y SALANIO.

      SALARINO.

      Ya se ha embarcado Basanio, y con él va Graciano, pero no Lorenzo.

      SALANIO.

      El judío se quejó al Dux, é hizo que le acompañase á registrar la nave de Basanio.

      SALARINO.

      Pero cuando llegaron, era tarde, y ya se habian hecho á la mar. En el puerto dijeron al Dux que poco antes habian visto en una góndola á Lorenzo y á su amada Jéssica, y Antonio juró que no iban en la nave de Basanio.

      SALANIO.

      Nunca he visto tan ciego, loco, incoherente y peregrino furor como el de este maldito hebreo. Decia á voces: «¡Mi hija, mi dinero, mi hija... ha huido con un cristiano... y se ha llevado mi dinero... mis ducados... Justicia... mi dinero... una bolsa... no... dos, llenas de ducados... Y ademas joyas y piedras preciosas... Me lo han robado todo... Justicia... Buscadla... Lleva consigo mi dinero y mis alhajas!»

Ilustración

      SALARINO.

      Los muchachos le persiguen por las calles de Venecia, gritando como él: «Justicia, mis ducados, mis joyas, mi hija.»

      SALANIO.

      ¡Pobre Antonio si no cumple el trato!

      SALARINO.

      Y fácil es que no pueda cumplirlo. Ayer me dijo un francés que en el estrecho que hay entre Francia é Inglaterra habia naufragado un barco veneciano. En seguida me acordé de Antonio, y por lo bajo hice votos á Dios para que no fuera el suyo.

      SALANIO.

      Bien harias en decírselo á Antonio, pero de modo que no le hiciera mala impresion la noticia.

      SALARINO.

      No hay en el mundo alma más noble. Hace poco ví cómo se despedia de Basanio. Díjole éste que haria por volver pronto, y Antonio le replicó: «No lo hagas de ningun modo, ni eches á perder, por culpa mia, tu empresa. Necesitas tiempo. No te apures por la fianza que dí al judío. Estáte tranquilo, y sólo pienses en alcanzar con mil delicadas galanterías y muestras de amor el premio á que aspiras.» Apenas podia contener el llanto al decir esto. Apartó la cara, dió la mano á su amigo, y se despidió de él por última vez.

      SALANIO.

      Él es toda su vida, segun imagino. Vamos á verle, y tratemos de consolar su honda tristeza.

      SALARINO.

      Vamos.

      ESCENA IX.

      Quinta de Pórcia en Belmonte.

      NERISSA.

      (A un criado.) Anda, descorre las cortinas, que ya el Infante de Aragon ha hecho su juramento y viene á la prueba.

      (Salen el Infante de Aragon, Pórcia y acompañamiento. Tocan cajas y clarines.)

      PÓRCIA.

      Egregio Infante: ahí teneis las cajas: si dais con la que contiene mi retrato, vuestra será mi mano. Pero si la fortuna os fuere adversa, tendreis que alejaros sin más tardanza.

      EL