Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare

Читать онлайн.
Название Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo
Автор произведения William Shakespeare
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 4057664132895



Скачать книгу

ganas en pasar de la casa de un hebreo opulentísimo á la de un arruinado caballero.

      LANZAROTE.

      Bien dice el refran: mi amo tiene la hacienda, pero vuestra señoría la gracia de Dios.

      BASANIO.

      No has hablado mal. Véte con tu padre: dí adios á Sylock, pregunta las señas de mi casa. (Á los criados.) Ponedle una librea algo mejor que las otras. Pronto.

      LANZAROTE.

      Vámonos, padre. ¿Y dirán que no sé abrirme camino, y que no tengo lindo entendimiento? ¿Á qué no hay otro en toda Italia que tenga en la palma de la mano rayas tan seguras y de buen agüero como estas? (Mirándose las manos.) ¡Pues no son pocas las mujeres que me están reservadas! Quince nada menos: once viudas y nueve doncellas... bastante para un hombre solo. Y ademas sé que he de estar tres veces en peligros de ahogarme y que he de salir bien las tres, y que estaré á punto de romperme la cabeza contra una cama. ¡Pues no es poca fortuna! Dicen que es diosa muy inconsecuente, pero lo que es conmigo, bien amiga se muestra.

      (Vanse Lanzarote y Gobbo.)

      BASANIO.

      No olvides mis encargos, Leonardo amigo. Compra todo lo que te encargué, ponlo como te dije, y vuelve en seguida para asistir al banquete con que esta noche obsequio á mis íntimos. Adios, no tardes.

      LEONARDO.

      No tardaré.

      (Sale Graciano.)

      GRACIANO.

      ¿Dónde está tu amo?

      LEONARDO.

      Allí está patente.

      GRACIANO.

      ¡Señor Basanio!

      BASANIO.

      ¿Qué me quereis, Graciano?

      GRACIANO.

      Tengo que dirigiros un ruego.

      BASANIO.

      Tenle por bien acogido.

      GRACIANO.

      Permíteme acompañarte á Belmonte.

      BASANIO.

      Vente, si es forzoso y te empeñas. Pero á la verdad, tú, Graciano, eres caprichoso, mordaz y libre en tus palabras: defectos que no lo son á los ojos de tus amigos, y que están en tu modo de ser, pero que ofenden mucho á los extraños, porque no conocen tu buena índole. Echa una pequeña dósis de cordura en tu buen humor: no sea que parezca mal en Belmonte, y vayas á comprometerme y á echar por tierra mi esperanza.

      GRACIANO.

      Basanio, oye: si no tengo prudencia, si no hablo con recato, limitándome á maldecir alguna que otra vez aparte; si no llevo, con aire mojigato, un libro de devocion en la mano ó el bolsillo: si al dar gracias despues de comer, no me echo el sombrero sobre los ojos, y digo con voz sumisa: «amen»: si no cumplo, en fin, todas las reglas de urbanidad, como quien aprende un papel para dar gusto á su abuela, consentiré en perder tu aprecio y tu cariño.

      BASANIO.

      Allá veremos.

      GRACIANO.

      Pero no te fies de lo que haga esta noche, porque es un caso excepcional.

      BASANIO.

      Nada de eso: haz lo que quieras. Al contrario, esta noche conviene que alardees de ingenio más que nunca, porque mis comensales serán alegres y regocijados. Adios: mis ocupaciones me llaman á otra parte.

      GRACIANO.

      Voy á buscar á Lorenzo y á los otros amigos. Nos veremos en la cena.

      ESCENA III.

      Habitacion en casa de Sylock.

      JÉSSICA y LANZAROTE.

      JÉSSICA.

      ¡Lástima que te vayas de esta casa, que sin tí es un infierno! Tú, á lo menos, con tu diabólica travesura la animabas algo. Toma un ducado. Procura ver pronto á Lorenzo. Te será fácil, porque esta noche come con tu amo. Entrégale esta carta con todo secreto. Adios. No quiero que mi padre nos vea.

      LANZAROTE.

      ¡Adios! Mi lengua calla, pero hablan mis lágrimas. Adios, hermosa judía, dulcísima gentil. Mucho me temo que algun buen cristiano venga á perder su alma por tí. Adios. Mi ánimo flaquea. No quiero detenerme más, adios.

      JÉSSICA.

      Con bien vayas, amigo Lanzarote.

      (Se va Lanzarote.)

      ¡Pobre de mí! ¿qué crímen habré cometido? Me avergüenzo de tener tal padre, y eso que sólo soy suya por la sangre, no por la fe ni por las costumbres. Adios, Lorenzo, guárdame fidelidad, cumple lo que prometiste, y te juro que seré cristiana y amante esposa tuya.

      ESCENA IV.

      Una calle de Venecia.

      GRACIANO, LORENZO, SALARINO y SALANIO.

      LORENZO.

      Dejaremos el banquete sin ser notados: nos disfrazaremos en mi casa, volveremos dentro de una hora.

      GRACIANO.

      Mal lo hemos arreglado.

      SALARINO.

      Todavía no tenemos preparadas las hachas.

      SALANIO.

      Para no hacerlo bien, vale más no intentarlo.

      LORENZO.

      No son más que las tres. Hasta las seis sobra tiempo para todo.

      (Sale Lanzarote.)

      ¿Qué noticias traes, Lanzarote?

      LANZAROTE.

      Si abris esta carta, ella misma os lo dirá.

      LORENZO.

      Bien conozco la letra, y la mano más blanca que el papel en que ha escrito mi ventura.

      GRACIANO.

      Será carta de amores.

      LANZAROTE.

      Me iré, con vuestro permiso.

      LORENZO.

      ¿Á dónde vas?

      LANZAROTE.

      Á convidar al judío, mi antiguo amo, á que cene esta noche con mi nuevo amo, el cristiano.

      LORENZO.

      Aguarda. Toma. Dí á Jéssica muy en secreto, que no faltaré.

      (Se va Lanzarote.)

      Amigos, ha llegado la hora de disfrazarnos para esta noche. Por mi parte, ya tengo paje de antorcha.

      SALARINO.

      Yo buscaré el mio.

      SALANIO.

      Y yo.

      LORENZO.

      Nos reuniremos en casa de Graciano dentro de una hora.

      SALARINO.

      Allá iremos.

      (Vanse Salarino y Salanio.)

      GRACIANO.

      Dime por favor. ¿Esa carta no es de la hermosa judía?

      LORENZO.

      Tengo forzosamente que confesarte mi secreto. Suya es la carta, y en ella me dice que está dispuesta á huir conmigo