Otra historia del tiempo. Enrique Gavilán Domínguez

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ajusta a una estructura previa; se concibe como prosa musical[59].

      Pero la unidad última de la obra se acentúa porque todos los Leitmotive están emparentados. Unos derivan de otros en una compleja genealogía estructurada en familias. Todos los temas proceden del acorde de Mi bemol mayor con el que se inicia Das Rheingold, asociado a un estadio inicial de naturaleza. El acorde surge a su vez de una sola nota que aparece en lo más profundo de la orquesta, un mi bemol entonado por los contrabajos. En la notación alemana, mi bemol significa también «ello» (es), metáfora portentosa, de resonancias freudianas. A partir del acorde básico del que surge el oro del Rin se crean nuevos motivos, familias de motivos, etcétera. El asombro que produce el edificio musical del Ring se acentúa cuando, al analizarlo, se descubre que en el origen hay recursos sencillísimos que, a través de esos procesos de combinación, inversión, etcétera, dan lugar a esa obra fabulosa.

      El drama como fiesta

      La idea de festival trataba de invertir la relación habitual entre el espectador y el espectáculo en el teatro del siglo XIX. Para el público que acudía al teatro o a la ópera era menos importante lo que ocurría en el escenario que lo que se veía en las plateas; se iba al teatro para ver y ser visto. Ese orden de valores se expresaba en la arquitectura del edificio. Predominaba el teatro a la italiana con planta en forma de herradura, un espacio concebido mucho menos para proporcionar una buena visión del escenario que para la observación recíproca de los espectadores. Pero el punto más bajo en la valoración de quienes acudían al teatro no era lo que ocurría en el escenario, sino que todavía era menos relevante el texto (musical o dramático) que estaba en su origen. Por lo general, se entendía como mera plataforma para el lucimiento de actores, cantantes, bailarinas, vestuario o decorados. El edificio de la ópera de París, inaugurado un año antes que el Festspielhaus de Bayreuth, sería la ilustración desmesurada de aquella concepción. En esa construcción, el centro no era el escenario o la sala sino la gigantesca escalera que le daba acceso. Por el contrario, Wagner pretendía convertir el drama en eje del acontecimiento, en aquello que llevase a los espectadores al teatro, para participar en algo que no ocurría en un momento sin relieve, un simple entretenimiento. La representación debía convertirse en acontecimiento, en fenómeno que rompiera el ritmo del calendario profano y abriera así una grieta en el curso del tiempo.

      La transfiguración Nietzscheana: el nacimiento de la tragedia