Belarmino y Apolonio. Ramón Pérez de Ayala

Читать онлайн.
Название Belarmino y Apolonio
Автор произведения Ramón Pérez de Ayala
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 4057664161253



Скачать книгу

o parte alta de la ciudad, cuya calle más antigua y señalada es la Rúa Ruera, Lirio dijo, haciendo descompuestos ademanes de entusiasmo:

      —¡Qué calle más hermosa!

      —¡Qué calle tan horrible!—corrigió Lario, frunciendo un gesto desabrido. Añadió:—¡Qué calle tan absurda!

      —Por eso es hermosa.

      —¿Lo absurdo es lo hermoso?… ¿Qué diría de esa opinión un griego, para quien la belleza era el resultado más meticuloso y fino de la lógica? El mundo es hermoso, pulcro, porque es lógico.

      —En cuanto a la belleza de los griegos, te respondo que a la nariz, en mármol de Paros, de una estatua, prefiero la nariz respingadilla y de aletas palpitantes de esa chatunga que sube por la calle. Y en cuanto a la belleza lógica del mundo, te respondo que me atraen más las obras del hombre que las de la Naturaleza. Me gusta más una góndola que un tiburón, y si me apuras, admiro más un cacharro de Talavera que el Himalaya. En la Naturaleza, transijo mejor con lo caprichoso y absurdo, o que tal parece. Una jirafa me divierte más que el terreno terciario.

      —Has caído en contradicción. Prefieres la chata a la estatua; y la chata es una obra de la Naturaleza. Prefieres la góndola al tiburón, porque la góndola es obra del hombre.

      —Sobre las obras de la Naturaleza pongo las del hombre, y sobre las del hombre, la vida misma, y con preferencia la fuente de la vida: la mujer. Pero concedo que me contradigo con frecuencia. ¿Y qué? Así me siento vivir. Si no me contradijese y obedeciese a pura lógica, sería un fenómeno de naturaleza y no me sentiría vivir. Las obras del hombre, y más todavía las de arte, son estimables en la medida que se las siente animadas de esa necesidad de contradicción, que es la vida. Esta calle es hermosa y tiene vida, porque es contradictoria. Déjame que tome un apunte de ella; no me voy sin pintarla. La única nota molesta y detonante es aquella casa nueva y afrancesada.

      —Te has mostrado al desnudo. Los pintores y los filólogos y eruditos sois bestias de la misma especie, y me irritáis tanto los unos como los otros. Unos y otros os alimentáis de vejeces. Os fascina lo caduco, lo carcomido, lo apolillado. Entre un mamotreto momia y un gustoso tratado de sociología, recién salido del horno, el filólogo y el erudito eligen el primero. Entre un mancebo apolíneo y un vejete horrendo, de verrugosa nariz, el pintor elige el segundo y disputa de buena fe que es más hermoso pictóricamente. ¡Qué aberración! Pero hay algo que me exaspera aún más. Y es que el erudito se figura que los libros no cumplen una misión social de amenización y perfeccionamiento del espíritu, sino que existen sólo para que él tome notas. Y el pintor se figura que las cosas y los seres carecen de finalidad propia y utilidad colectiva, y que existen nada más para que él tome apuntes.—A todo esto, Lirio se ocupaba en dibujar la Rúa Ruera. Como no le atajaban, Lario prosiguió:—He aquí esta calle absurda y odiosa. ¿Por qué se le ha de denominar calle? Cada casa es el producto impulsivo del arbitrio de cada habitante. No hay dos iguales. No se echa de ver norma ni simetría. Todo son líneas quebradas, colorines desvaídos y roña, que tú quizá llames pátina. Está, además, en una pendiente de 45°, losada de musgosas lápidas de granito. Por ella no pueden subir carruajes, ni caballerías, ni cardíacos. Soledad, soledad. El sol no penetra por esta angostura, que parece un intestino aquejado de estreñimiento. Ahora tañen las campanas de la catedral y nos atruenan. Probablemente están tañendo a todas horas, desde esa mole hinchada, de alargado cuello, que gravita sobre las prietas casucas, como una avestruz clueca que empollase una nidada de escarabajos. ¿Y esto es una calle, una calle hermosa? Una calle es una arteria de una ciudad, por donde deben circular la salud y la vida. Ahora bien: la idea, el concepto de ciudad aparece cuando el hombre comprende que por encima del capricho impulsivo de su arbitrio personal están la utilidad y el decoro colectivos, el propósito común de prosperidad, cultura y deleite, en los cuales participan por obligación y derecho cuantos en la ciudad conviven. Antes de llegar a este punto, el hombre arraiga en aldehuelas salvajes o posa en aduares nómadas. Mas ya que el individuo se aplica a realizar el concepto de ciudad, es decir, de un esquema, una estructura, con propósitos ideales, de la cual él no es sino subordinada partícula, surge la ciudad helénica, arquetipo de urbes, surgen la norma, el canon, la simetría, las calles soleadas, regulares y homogéneas, las viviendas civiles de hospitalario pórtico e inviolable hogar, los jardines, el mercado, el ágora, el templo armonioso, que no esa catedral bárbara y campanuda.

      —El bárbaro eres tú—interrumpió Lirio, mirando con ojos desdeñosos a Lario—.¿De suerte que, para ti, una ciudad hermosa, una ciudad civilizada, una ciudad lógica, es una ciudad regular y homogénea?

      —Claro está.

      —Si el hombre no pudiera dar de sí más que eso, la ciudad homogénea, entonces holgaba que las especies hubieran evolucionado y ascendido hasta fructificar en el género humano. Las abejas y los castores construyen ciudades homogéneas.

      —La ciudad de las abejas es la república ideal. Ya te he dicho que el mundo es hermoso, es pulcro, porque es lógico; eso quiere decir la voz mundo, mundus, si no me equivoco. Todo en el universo está sujeto a maravillosa ordenación. Lo inorgánico se rige por leyes serenas, no contingentes. Lo orgánico y zoológico, hasta el hombre, se atiene al instinto, que procede siempre en derechura y sin dubitaciones. En cambio, el símbolo del hombre fué el jumento de Buridán, que poseía una vislumbre o premonición de inteligencia discursiva, y por esto mismo murió de inanición entre dos montones de heno, dudando por cuál decidirse. Antes de que las especies evolucionen y produzcan, el género humano, antes del orto del hombre con su conciencia, la Naturaleza se desarrolla en un sentido ideológico de coordinación y finalidad. Seres y cosas ensamblan por algún modo sutil. La jirafa, ese animal que te agrada, por absurdo, no es nada absurdo; tiene el cuello largo, para poder alcanzar los dátiles de las altas palmeras. El tigre tiene chorreada la piel para poder disimularse entre los cañaverales.

      —Y las palmeras son altas—cortó Lirio—, porque la jirafa tiene el cuello largo. Los cañaverales existen para que el tigre, confundiéndose con el medio, adquiera una piel bonita. Esa calle existe para que yo la pinte, porque la juzgo preciosa y porque me da la gana.

      —Prosigo sin hacer caso de tus chocarrerías. El advenimiento del hombre, con su inteligencia precaria, en medio de la Naturaleza, trae aparejados el desorden, la discordia, las dudas y confusiones, en cuanto a la finalidad. ¿Qué otra cosa es la inteligencia normal humana sin tentación al desorden y torpeza de coordinación? Apenas levanta la cabeza, el hombre trastrueca todo el bien concertado sistema de finalidades con que el universo se sustenta en equilibrio, y él mismo se erige centro del universo y foco de todas las finalidades. La finalidad de todas las cosas reside en el hombre, dice el hombre. Pero, y el hombre, ¿qué finalidad tiene? Comienza la era de lo absurdo. La lógica humana, en su origen, es rudimentaria e ilógica, porque procede por tanteos y no en derechura ni con seguridad. Débese ello a que durante esta etapa el hombre anda buscando finalidades absolutas, en lugar de coordinaciones experimentales y finalidades relativas; y todo porque tiene miedo a la muerte, pusilanimidad desconocida en la Naturaleza hasta el nacimiento de la conciencia humana. Cuando el hombre, por fin, se limpia de niebla metafísica y se libra de superstición (que esta palabra viene de superesse y superstare, sobre ser, sobre estar, sobrevivir, o seguir viviendo, y expresa el desdén irónico que sentían los antiguos hacia los cristianos, que creían en la inmortalidad), renuncia a escudriñar finalidades absolutas, confórmase con finalidades concretas, naturales, biológicas, se perfecciona, se somete a la lógica cósmica, supera el absurdo, obra con rectitud, simplicidad y eficacia, como un mecanismo perfecto; vuelve a la Naturaleza.

      Lirio va a interrumpir. Lario le contiene alargando la mano.

      —Aguarda. Concluyo en seguida. ¿Qué es una ciudad, y dentro de una ciudad, una calle? Una finalidad concreta; un lugar donde vivir de asiento, con agrado y comodidad. El hombre ya manumitido de supersticiones y que acepta con buena gracia los postulados biológicos, trazará una vía ancha, en lugar llano, y edificará viviendas holgadas, aireadas, luminosas, higiénicas, conforme a un patrón fijo y que mejor provea en las necesidades domésticas. El conjunto será una calle lógica, decorosa, bella. Contempla ahora ese callejón incongruente, hacinamiento de