Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi

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Название Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson
Автор произведения Vincent Bugliosi
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494968495



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quiso decirle adónde había ido. Solo varias semanas después se enteró de que lo habían detenido y, mucho después, de que le habían acusado del asesinato de Gary Hinman.

      Interrogada sobre el asesinato, Kitty dijo haber oído que Manson envió a Beausoleil y a una chica llamada Susan Atkins a casa de Hinman para sacarle dinero. Luego hubo una pelea y mataron a Hinman. Kitty no recordó quién le contó aquello, solo que se rumoreaba en el rancho. Sin embargo, sí que se acordó de otra conversación durante la que Susan Atkins les dijo a ella y a varias chicas que tuvo una pelea con un hombre que le tiró del pelo, al que ella apuñaló tres o cuatro veces en las piernas.

      Susan Atkins fue detenida en la redada del rancho Barker y fichada con el nombre de «Sadie Mae Glutz». Seguía en prisión. El 13 de octubre, el día después de que hablaran con Kitty, los sargentos Whiteley y Guenther la interrogaron.

      Les dijo que los mandaron a Bobby Beausoleil y a ella a casa de Gary Hinman para conseguir un dinero que supuestamente había heredado. Cuando no quiso dárselo, Beausoleoil sacó un cuchillo y le rajó la cara. Durante dos días y dos noches la pareja se turnó para dormir e impedir que Hinman escapara. Luego, la última noche en el domicilio, mientras ella estaba en la cocina oyó decir a Gary: «¡No, Bobby!». Entonces Hinman entró tambaleándose en la cocina y sangrando de una herida en el pecho.

      Ni siquiera después de aquello murió Hinman. Luego de limpiar las huellas de la casa (no eficazmente, dado que se encontró una huella de una palma y una huella dactilar de Beausoleil), estaban saliendo por la puerta principal cuando oyeron gemidos de Hinman. Beausoleil volvió a entrar y ella oyó gritar a Hinman: «¡No, Bobby, por favor!». También oyó «un sonido parecido a un gorjeo, como cuando se muere la gente».

      Luego Beausoleil hizo el puente a la furgoneta Volkswagen de 1965 de Hinman y volvieron al rancho Spahn.

      Whiteley y Guenther preguntaron a Susan si quería repetir la declaración para que la grabaran. Ella rehusó. La llevaron a la comisaría del sheriff de San Dimas, donde la ficharon como sospechosa de asesinato.

      La declaración de Susan Atkins, a diferencia de la de Kitty Lutesinger, no implicó a Manson en el asesinato de Hinman. Tampoco confesó Susan, en contra de lo que dijo Kitty, haber apuñalado a nadie. Whiteley y Guenther tuvieron la firme sospecha de que ella les dijo solo lo que pensaba que ya sabían.

      Los dos inspectores del caso LaBianca tampoco se asombraron mucho. Hinman había estado unido a la familia Manson; varios miembros de la misma, entre ellos Beausoleil, Atkins e incluso el propio Manson, habían vivido con él en diversas ocasiones. En resumen, había un vínculo. Pero no había pruebas de que Manson o alguno de sus seguidores conocieran a los LaBianca o a las personas del 10050 de Cielo Drive.

      No obstante, era una pista, y pasaron a verificarla. Habían puesto en libertad a Kitty bajo la custodia de sus padres, que vivían en la zona, y la interrogaron en su casa. A partir de la LASO, de autoridades del condado de Inyo, del agente de la libertad a prueba de Manson y de otros, empezaron a recopilar nombres, descripciones y huellas dactilares de personas que se sabía que pertenecían a o se relacionaban con la Familia. Kitty mencionó que cuando la Familia vivía aún en Spahn, Manson intentó reclutar a una banda de motoristas, los Straight Satans38, de escolta personal. Con la excepción de uno de ellos, Danny, el grupo se rio de Manson. Danny se quedó varios meses.

      Al saber que la banda de motoristas andaba por Venice, en California, los inspectores del caso LaBianca preguntaron al Departamento de Policía de Venice si podía localizar a un Straight Satan llamado Danny.

      En la declaración de Kitty Lutesinger hubo algo que desconcertó a Whiteley y Guenther. Al principio pensaron que solo era una inconsistencia. Pero luego se pusieron a pensar. Según Kitty, Susan Atkins admitió haber apuñalado a un hombre tres o cuatro veces en las piernas.

      A Gary Hinman no le apuñalaron en las piernas.

      A Voytek Frykowski, sí.

      Aunque los habían desairado una vez, el 20 de octubre los ayudantes del sheriff se pusieron de nuevo en contacto con los inspectores del caso Tate en el LAPD para contarles de qué se habían enterado.

      Se puede calibrar el interés de los inspectores del caso Tate con cierta precisión. Hasta el 31 de octubre, once días después, no hablaron con Kitty Lutesinger.

      DEL 1 AL 12 DE NOVIEMBRE DE 1969

      Noviembre fue un mes de confesiones que, al principio, nadie creyó.

      Después de que la ficharan por el asesinato de Hinman, Susan Denise Atkins, alias Sadie Mae Glutz, fue trasladada al Instituto Sybil Brand, el centro de detención para mujeres de Los Ángeles. El 1 de noviembre, después de terminar la orientación, la asignaron al dormitorio 8000 y le dieron una litera enfrente de una tal Ronnie Howard. La Srta. Howard, una antigua call-girl pechugona que a lo largo de sus treinta y tantos años había tenido casi veinte alias, estaba entonces esperando juicio acusada de falsificar una receta.

      El día que Susan fue asignada al dormitorio 8000, también lo fue una tal Virginia Graham. La Srta. Graham, asimismo una antigua call-girl con un número considerable de alias, había sido detenida por violar la libertad condicional. Aunque llevaban cinco años sin verse, Ronnie y Virginia no solo habían sido amigas y socias, cuando salían juntas en las «llamadas»: Ronnie se había casado además con el antiguo marido de Virginia.

      A Susan Atkins y Virginia Graham les asignaron el trabajo de «recaderas», que consistía en llevar mensajes a las autoridades de la prisión. En los periodos de poca actividad, cuando no había mucho movimiento, se sentaban en taburetes en «control», el centro de mensajes, y hablaban.

      De noche, una vez apagadas las luces, Ronnie Howard y Susan también hablaban.

      A Susan le encantaba hablar. Y a Ronnie y Virginia, escuchar absortas.

      El 2 de noviembre de 1969 apareció un tal Steve Zabriske en el Departamento de Policía de Portland, en Oregón, y le dijo al sargento Ritchard, inspector, que un tal «Charlie» y un tal «Clem» cometieron los asesinatos de los casos Tate y LaBianca.

      Se lo oyó, dijo Zabriske, de diecinueve años, a Ed Bailey y Vern Plumlee, dos hippies de California a los que conoció en Portland. Zabriske aseguró también a Ritchard que Charlie y Clem estaban en aquel momento detenidos en Los Ángeles por otra acusación, robo de vehículos.

      Bailey le contó otra cosa, afirmó Zabriske: que vio en persona a Charlie disparar a un hombre en la cabeza con una automática del calibre cuarenta y cinco. Fue en el Valle de la Muerte.

      El sargento Ritchard le preguntó a Zabriske si podía demostrar alguna cosa. Zabriske admitió que no. No obstante, Michael Lloyd Carter, su cuñado, también estuvo presente durante las conversaciones, y le respaldaría si el sargento Ritchard quería hablar con él.

      El sargento Ritchard no quiso. Como Zabriske «no tenía apellidos ni nada concreto para demostrar que decía la verdad», el sargento Ritchard, según el informe oficial, «no otorgó ninguna credibilidad a la conversación y no dio parte al Departamento de Policía de Los Ángeles (…)».

      Las chicas del dormitorio 8000 llamaban a Sadie Mae Glutz —que era como Susan Atkins insistía en que la llamaran— «Sadie la Loca». No era solo por aquel nombre ridículo. Se la veía demasiado contenta, teniendo en cuenta dónde se encontraba. Se reía y cantaba en ocasiones inapropiadas. Sin avisar, dejaba lo que estuviera haciendo y empezaba a bailar a lo gogó. Hacía ejercicio desprovista de bragas. Alardeaba de haber probado todo lo habido y por haber en materia sexual, y más de una vez hizo proposiciones deshonestas a otras internas.

      Virginia Graham pensaba que era como una «niña pequeña perdida» que hacía mucho teatro para que nadie supiera lo asustada que estaba en realidad.

      Un día, mientras estaban sentadas en el centro de mensajes, Virginia le preguntó:

      —¿Por qué estás aquí?

      —Por asesinato con premeditación —contestó Susan como si nada.

      Virginia