Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi

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Название Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson
Автор произведения Vincent Bugliosi
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494968495



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Acertó, Polanski y varios colegas estaban repasando una escena del guion de El día del delfín cuando sonó el teléfono.

      Polanski recordaría la conversación de la siguiente manera:

      —Roman, ha ocurrido una catástrofe en una casa.

      —¿En qué casa?

      —En tu casa —y luego, a todo correr—: Sharon está muerta, y Voytek y Gibby y Jay.

      —¡No, no, no, no! —Sin duda había un error. Los dos hombres estaban ya llorando, y Tennant reiteró que era verdad. Había ido él mismo a la casa—. ¿Cómo? —preguntó Polanski.

      Estaba pensando, dijo después, no en un fuego sino en un desprendimiento de tierra, algo que no era infrecuente en las colinas de Los Ángeles, sobre todo después de fuertes lluvias. A veces casas enteras quedaban sepultadas, lo cual significaba que a lo mejor seguían vivos. Solo entonces le dijo Tennant que los habían asesinado.

      Voytek Frykowski, según supo el LAPD, tenía un hijo en Polonia, pero ningún familiar en Estados Unidos. El joven del Rambler siguió sin ser identificado, pero dejó de ser anónimo: lo habían nombrado inidentificado 85.

      La noticia se divulgó rápido, y con ella los rumores. Rudi Altobelli, dueño del inmueble de Cielo y mánager de varias personalidades del mundo del espectáculo, estaba en Roma. Una clienta suya, una joven actriz, le llamó por teléfono y le dijo que Sharon y otras cuatro personas habían sido asesinadas en su casa, y que Garretson, el vigilante que había contratado, había confesado.

      No era así, pero Altobelli no lo sabría hasta después de regresar a Estados Unidos.

      Los peritos habían empezado a llegar alrededor de mediodía. Los agentes Jerrome A. Boen y D.L. Girt, de la Sección de Huellas Latentes de la División de Investigación Científica del LAPD, espolvorearon la vivienda principal y la casa de los invitados en busca de huellas.

      Después de espolvorear una huella («revelar la huella»), se coloca encima una cinta adhesiva transparente. Luego se «levanta» la cinta con la huella a la vista y se pone en una tarjeta con un fondo contrastante. Detrás se anota la ubicación, la fecha, la hora y las iniciales del agente.

      En una tarjeta de un «levantamiento» de este tipo, preparada por Boen, decía: «9-8-69/10050 Cielo/1400/JAB/Marco interior de la puerta ventana izquierda/del dormitorio principal a la zona de la piscina/lado del pomo».

      Otro levantamiento, realizado alrededor de la misma hora, era del «Exterior de la puerta principal/lado del pomo/sobre el pomo».

      Se tardó seis horas en cubrir las dos viviendas. Después, aquella tarde, se sumaron a la pareja el agente D.E. Dorman y Wendell Clements, un experto civil en huellas dactilares que se concentró en los cuatro vehículos.

      En contra de lo que se cree en general, una huella legible es más infrecuente que común. Muchas superficies, como la ropa y los tejidos, no se prestan a las huellas. Incluso cuando la superficie es de un tipo tal que admite huellas, normalmente uno la toca solo con una parte del dedo y deja una cresta fragmentaria, que no sirve para comparar. Si se mueve el dedo, el resultado es una mancha ilegible. Y, como demostró el agente DeRosa con el botón de la verja, una huella sobre otra produce una superposición, que también es inútil para llevar a cabo una identificación. Así pues, en cualquier lugar donde haya habido un crimen, el número de huellas claras y legibles, con suficientes puntos de comparación, suele ser sorprendentemente pequeño.

      Sin contar las huellas halladas en el lugar de los hechos que se eliminaron posteriormente por pertenecer al personal del LAPD, tomaron un total de cincuenta de la vivienda principal, la casa de los invitados y los vehículos del 10050 de Cielo Drive. Siete de estas cincuenta huellas se eliminaron por ser de William Garretson (eran todas de la casa de los invitados, y no se encontró ninguna huella de Garretson en la vivienda principal o en los vehículos); otras quince se eliminaron por ser de las víctimas, y tres no eran lo suficiente claras para la comparación. De forma que quedó un total de veinticinco huellas latentes sin identificar, cualquiera de las cuales podía —o no— ser de la persona o las personas que cometieron los asesinatos.

      Los primeros inspectores de homicidios llegaron después de la una y media de la tarde. Después de verificar que las muertes no eran accidentales o voluntarias, el teniente Madlock había solicitado que la investigación se reasignara a la División de Robos y Homicidios. Pusieron al mando al teniente Robert J. Helder, superintendente de investigaciones. Él, por su parte, asignó el caso a los sargentos Michael J. McGann y Jess Buckles (el compañero habitual de McGann, el sargento Robert Calkins, estaba de vacaciones y substituiría a Buckles cuando regresara). Tres agentes adicionales, los sargentos E. Henderson, Dudley Varney y Danny Galindo, iban a ayudarlos.

      Después de que le notificaran los homicidios, Thomas Noguchi, el coroner del condado de Los Ángeles, pidió a la policía que no tocaran los cadáveres antes de que los examinara un representante de su oficina. John Finken, ayudante del coroner, llegó alrededor de la una y cuarenta y cinco, y luego se le sumó el propio Noguchi. Finken certificó las muertes. Tomó temperaturas del hígado y del ambiente (a las dos de la tarde era de treinta y cuatro con cuatro grados en el césped, de veintiocho con tres grados dentro de la casa), y cortó la cuerda que unía a Tate y a Sebring, de la que dieron algunos trozos a los inspectores para que intentaran determinar dónde se había fabricado y vendido. Era de nylon blanco, de tres ramales, de una longitud total de trece metros y treinta centímetros. Granado tomó muestras de sangre de la cuerda, pero no analizó los subgrupos, basándose de nuevo en una suposición. Finken también quitó las pertenencias de los cuerpos de las víctimas. Sharon Tate Polanski: una alianza de oro, pendientes. Jay Sebring: reloj de pulsera Cartier, cuyo valor se estableció después en más de mil quinientos dólares. Inidentificado 85: reloj de pulsera Lucerne, cartera con varios documentos pero sin carnet de identidad. Abigail Folger y Voytek Frykowski: ninguna pertenencia encima. Después de que cubrieran con bolsas de plástico las manos de las víctimas, a fin de preservar cualquier pelo o piel que se hubiera depositado bajo las uñas durante un forcejeo, Finken ayudó a tapar los cadáveres y colocarlos en camillas para que los llevaran a las ambulancias que los transportarían a la Oficina Forense, en la Sala de Justicia, ubicada en el centro de Los Ángeles.

      Asediado por periodistas en la verja, el Dr. Noguchi anunció que no haría comentarios antes de dar a conocer los resultados de la autopsia al día siguiente a mediodía.

      No obstante, tanto Noguchi como Finken ya habían transmitido a los inspectores las conclusiones iniciales.

      No había signos de abusos sexuales ni de mutilaciones.

      Tres víctimas —inidentificado 85, Sebring y Frykowski— habían recibido disparos. Aparte de una herida defensiva de arma blanca en la mano izquierda, que también cortó la correa del reloj de pulsera, inidentificado 85 no había sido apuñalado. Pero los otros cuatro sí, muchas, muchas veces. Además, a Sebring le habían golpeado en la cara, al menos una vez, y a Frykowski le habían pegado repetidas veces en la cabeza con un objeto contundente.

      Aunque habría que esperar a las autopsias para tener los resultados exactos, los coroners concluyeron, por el tamaño de los agujeros de bala, que el arma utilizada había sido probablemente del calibre veintidós. La policía ya lo había sospechado. Al registrar el Rambler, el sargento Varney había encontrado cuatro fragmentos de bala entre la tapicería y el metal exterior de la puerta del asiento del pasajero. También se había hallado, en el cojín del asiento trasero, un trozo de bala. Aunque todos eran demasiado pequeños para una comparación, parecían del calibre veintidós.

      En cuanto a las heridas de arma blanca, alguien sugirió que el patrón de las mismas no era distinto del de las causadas por una bayoneta. En el informe oficial los inspectores dieron un paso más al concluir que «el arma blanca que ocasionó las heridas fue probablemente una bayoneta». Lo cual no solo eliminó varias posibilidades más, sino también dio por sentado que solo se había utilizado un arma blanca.

      La profundidad de las heridas (muchas de más de doce centímetros), el tamaño (entre 2,5 y 3,8 centímetros) y el grosor (de 0,3 a