Antología portorriqueña: Prosa y verso. Fernández Juncos Manuel

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Название Antología portorriqueña: Prosa y verso
Автор произведения Fernández Juncos Manuel
Жанр Зарубежная классика
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Издательство Зарубежная классика
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por desacato á la Autoridad.

      Esta vez, por más que escudriñaba en el interior de aquel hombre, nada vi que no estuviera de acuerdo con sus palabras, y se quedaba corto al hacer relación de las miserias y humillaciones que había sufrido. Debía á la caridad de una buena alma la pequeña suma que necesitó para venir á la Capital, y temía que, cuando me hablaba, estuviera espirando uno de sus hijos pequeños, que había dejado enfermo. Desde que salió de mi despacho el maestro no pude estar tranquilo, y no hacía más que discurrir sobre el castigo que iba á aplicar al Alcalde.

      Recibí después hombres importantes que todo lo enredaban: empresarios de obras que pretendían hacer la felicidad del país enriqueciéndolo, después de enriquecerse ellos: Abastecedores de carne que iban á facilitar este artículo casi de balde á los pueblos, después de haber comprado las reses á los criadores en un cincuenta por ciento menos de su valor, y haber duplicado éste al vender la carne: Contratistas de alumbrado que nunca alumbraba: defensores, sin peligro, de la Religión, de la Justicia ó de la Caridad, con su correspondiente tanto por ciento de ganancia: protectores de Alcaldes, de viudas honestas, de huérfanas jóvenes y bonitas, de maestras completas é incompletas, de padres y madres con hijos y sin ellos.

      Tantos y tan variados tipos recibí, que no me es posible recordarlos, y aburrido ya, iba á retirarme á descansar, cuando llegó la hora del despacho.

      – Gracias á Dios, – pensé. Ahora sí que voy á hacer algo provechoso.

      El empleado que venía á la firma entró con una carga de mamotretos capaz de asustar á cualquiera, y mucho más al que acababa de pasar una gran parte del día de un modo tan poco divertido.

      – Antes que otra cosa, le dije, deseo ver el expediente formado al profesor de instrucción primaria del pueblo de… F.

      – Aquí está..

      – ¿Por qué se le encausa, y qué resulta?

      – Ese maestro se presentó reclamando el importe de algunos sueldos que le adeudan los fondos municipales. El Alcalde le contestó que no había dinero en caja; que cuando se cobrara se repartiría, como otras veces, entre unos cuantos (aludía á la Autoridad) la cantidad que ingresara en los fondos, y amenazó al Alcalde con que se quejaría al Gobernador. Todo esto pasó en presencia de testigos que son: el secretario, el escribiente y el depositario de fondos municipales.

      El informe del Alcalde presenta al sumariado como falto de respeto á la Autoridad, díscolo y de mala conducta. Debo añadir también que el Señor N. N., por cuyo conducto recibí esta mañana el expediente, confirma cuanto dice el Alcalde.

      – ¡Basta! dije encolerizado, pegando fuertemente con la mano sobre la mesa; basta de…

      – Cándido: ¡por Dios! ¿te has vuelto loco?

      Era mi pobre mujer, que gritaba asustada, porque había recibido en el hombro el puñetazo que, soñando, creía yo haber dado en la mesa del General. Con unos paños de árnica, y más aun con la risa que le produjo la relación de mi sueño, se le pasó pronto el dolor; pero no las ganas de reir, y rie á menudo y me pregunta si todavía deseo ser Capitán General.

      – Y vd. le dije, ¿qué responde á esa pregunta, y qué piensa de su sueño?

      – Á la pregunta de mi mujer nada contesté. Nos reimos á duo, y pare vd. de contar. En cuanto á lo demás, le confieso que me sucede lo mismo que cuando sueño que se me ha muerto un hijo. Veo, cuando despierto, que todo es falso, que mi hijo vive y está bueno; pero siento dolor al recordar que le vi amortajado. Del mismo modo me aflige el recordar lo que vi, por más que fuera soñando, y no me parece cosa tan fácil el gobernar pueblos, mientras los gobernantes no tengan el don de leer en el interior y saber de este modo lo que piensa cada uno.

      – Tiene vd. razón, compadre: el gobernar debe de ser cosa muy difícil, é imposible el hacerlo bien al que carece de ciertas condiciones. El don de leer en el interior de los hombres se alcanza con el hábito de manejar negocios, y sólo en sueños se adquiere de repente. La honradez, la rectitud de miras, la ilustración suficiente, la firmeza, la prudencia y la abnegación que libran del maléfico influjo de las pasiones, son cualidades, naturales ó adquiridas, que necesita tener el gobernante.

      Eso es lo que yo pienso. No hay que envidiar al que manda, porque, teniendo conciencia, debe sufrir mucho y á menudo. Es preferible á gobernar y no hacerlo bien, ser el último de los gobernados.

      JOSÉ JULIAN ACOSTA

      Entre los portorriqueños ilustres que impulsaron el movimiento intelectual en esta isla durante la segunda mitad del siglo anterior, ninguno ha contribuído tanto como don José Julián Acosta á propagar entre sus paisanos el desarrollo de las ciencias. Dotado de una firme vocación para la enseñanza, la ejerció con breves intermitencias y en distintas formas por espacio de 37 años. Cuando no la ejercía directamente en la cátedra, la realizaba en la tribuna pública, en la Sociedad Económica de Amigos del País, y en el Ateneo más tarde; la ejercía también en todos los actos solemnes, en los cuales pronunciaba discursos llenos de enseñanzas útiles y de altas y fecundas ideas.

      El mismo carácter docente que tienen sus últimas obras, se revelaba ya en las excelentes notas con que en su mocedad ilustró la "Historia de Puerto Rico" por el padre Iñigo Abbad, y que le valieron el título de miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia.

      Nació en la ciudad de San Juan, el 16 de Febrero de 1825, y por las notables disposiciones que demostró en sus estudios primarios, obtuvo una de las doce becas de merced que concedía el Seminario Conciliar de esta ciudad á los escolares más aprovechados. Cursó con tan buen éxito las asignaturas del bachillerato, que á los 18 años era ya profesor de varias de ellas en algunos colegios particulares de San Juan.

      Estas aptitudes del joven Acosta llamaron la atención de su profesor de Química, el Padre Rufo Manuel Fernández, quien le incluyó en el grupo de los estudiantes que habían de ir á Madrid para estudiar varias facultades en la Universidad Central, con objeto de enseñarlas después á la juventud estudiosa de Puerto Rico. En este grupo de jóvenes, que se embarcó en el puerto de San Juan, en Abril de 1845, custodiado y dirigido por su insigne maestro el P. Rufo, iba también don Román Baldorioty Castro.

      Después de una brillante serie de estudios, obtuvo Acosta el título de Licenciado en Ciencias Físico Matemáticas, y la investidura de Regente de 1ª Clase. Visitó después las Universidades de París y Londres, asistió en Berlín á las lecciones del sabio Humboldt y á las clases de Química del célebre Rammelsberg, y regresó á Puerto Rico en 1853. Un año después desempeñaba ya aquí la cátedra de Agricultura, creada por la Junta de Fomento. Ejerció más tarde la enseñanza en otras varias instituciones, y por último obtuvo una cátedra en el Instituto civil de Segunda Enseñanza, del cual fué luego Director.

      Ejerció también el periodismo, y fué el redactor más juicioso y sabio de El Progreso, que inició aquí las luchas políticas después de la revolución nacional del 68, y que era el periódico de más autoridad entre los que defendían las reformas liberales para Puerto Rico. Desempeñó también Acosta durante algún tiempo la jefatura del partido reformista.

      Cuando el gobierno de Madrid, en 1866, solicitó el informe de algunos representantes de Cuba y Puerto Rico, acerca de las reformas que debían hacerse en el gobierno y la administración de ambas Antillas, Acosta fué uno de los representantes elegidos, y en aquella memorable Junta sostuvo con gran firmeza y valentía la petición de que fuese abolida inmediatamente la esclavitud en Puerto Rico, con indemnización ó sin ella. Algunos años después repitió estos mismos conceptos en un brillante discurso que pronunció en la Sociedad Abolicionista Española, de Madrid, y que contribuyó notablemente á la solución humanitaria dada al problema social de Puerto Rico por las Cortes de la República.

      Era don José Julián Acosta hombre de sólida instrucción, de carácter firme y reposado; su elocuencia era majestuosa y solemne, su trato cortés y caballeroso. Entre sus aficiones intelectuales sobresalían las de educador de la juventud é investigador de asuntos históricos. Hombre de pensamiento más que de acción, defendió las libertades de su país con la palabra