Название | Antología portorriqueña: Prosa y verso |
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Автор произведения | Fernández Juncos Manuel |
Жанр | Зарубежная классика |
Серия | |
Издательство | Зарубежная классика |
Год выпуска | 0 |
isbn |
Mas ¿cómo se había educado este pueblo? En las luchas dolorosas y sangrientas de la revolución inglesa: en las persecuciones religiosas, en las violencias de los partidos políticos, en los combates de la libertad contra los poderes usurpadores: por el martirio en las plazas públicas, por la abnegación en los campos de batalla, por la palabra en las calles, y en las tribunas, por la virilidad y el sufrimiento en todas partes y durante un siglo entero.
Cuando por estos medios llegaba él á la madurez del pensamiento político, las razas meridionales, surmergidas en los abismos del despotismo, ignorantes de sus derechos, supersticiosas, avezadas á las violencias de la conquista, sin resorte en la conciencia y sin amor al trabajo, comenzaban á despertar de su profundo letargo de tres siglos. En el año de 1810 aspiraba Venezuela á la libertad en el nombre de la Filosofía, Méjico en nombre de la religión, Chile á impulsos del masonismo: Bolívar, Hidalgo y San Martin, eran, con sus escasos amigos, el cerebro de toda la América de los meridionales: el pueblo seguía á ciegas estos prestigios ó los combatía con furor sin comprenderlos. La guerra civil debía devorar varias generaciones antes de que la antorcha de la libertad alumbrara con sus resplandores los llanos y las pampas de un mundo semisalvaje, y presenciamos en nuestros días los dolores de la regeneración, con todas sus peripecias. Ellos no son, ni tantos, ni tan grandes como los que sufrió esa misma raza del norte, antes de abandonar la tierra de Europa, y cuyos progresos actuales, así en el uno como en el otro continente, tanto nos admiran.
Cuando se estudian de cerca y sin pasión pueril los hechos, se reconoce que no hay razón, que no hay justicia alguna en exigir de los Americanos del Sur, lo que no han podido conseguir en igual tiempo sus propios padres, en ninguno de los pueblos meridionales de la misma Europa. En 1789 comenzó la gran revolución francesa, y esta nación culta, fuerte y populosa no ha llegado á constituirse todavía: ella ha amasado con su propia sangre dos repúblicas efímeras, un imperio despótico y guerrero, una restauración sin simpatías, una monarquía popular, y otro imperio vacilante, sin gloria militar y sin libertad política.
¿Y ha llegado acaso para Francia el día de la seguridad, de la libertad completa? ¿No está navegando en el proceloso mar de la revolución? Ciego será el que confunda su estado político con la situación estable de la raza inglesa: las costumbres públicas, esto es, la educación política de ésta, está consumada; la de la otra está lejos aún de su término: la una resuelve las cuestiones más graves por la ley, expresión fiel de la opinión; la otra mantiene todavía el interés de los partidos por la fuerza, la ley no tiene en ella otro apoyo. Aquel pueblo la acata y marcha; ó la combate en las urnas, la reforma, y progresa: éste la recibe, no la dicta: pugna contra ella, y la sufre ó la derrumba por la violencia, no por la discusión y por el voto. El sufragio de la primera es restringido, y sabe usar de él en su provecho: el sufragio de la segunda, es universal, y no acierta á emplearlo como le conviene.
Los americanos del Sur no pueden haber adquirido en menos tiempo, mejores costumbres que sus maestros. Ellos han resuelto en principio todas las dificultades sociales y políticas de nuestro tiempo, y sus gobiernos están basados en las máximas de la verdad y la justicia: les falta práctica, y ésta se adquiere en el ejercicio de la libertad. Las ambiciones turbulentas que agitan de tiempo en tiempo á estos hombres, no son eternas: ellas pasarán en la América del Sur como pasarán en Francia, como pasaron hace ya tiempo en Inglaterra. ¿Qué motivo racional hay para que así no sea? Solamente los hombres que permanecen en la servidumbre, son los que no llegarán jamás á ser libres.
Entre tanto no son sus trastornos, como suele pintarlos la pasión de los extraños, ininterrumpidos: ha mucho tiempo que, fuera del campo de batalla, no se derrama en esos pueblos sangre alguna por causas políticas: depuestas las armas, los hombres contienen sus resentimientos de partido, y se guardan entre sí las consideraciones de la amistad. El trabajo, escaso antes de la revolución por las trabas sin cuento que lo agobiaban, se ha desarrollado bajo el amparo de la libertad: lejos de decaer las grandes ciudades, se mejoran y prosperan: los caminos de hierro comienzan, y en algunas repúblicas, como en Chile, gozan ya de cierta importancia.
Sus ríos caudalosos, de origen desconocido y de navegación peligrosa, se exploran en todos sentidos: su suelo fecundo repone con prontitud los males de sus guerrillas pasajeras, y su comercio, proporcional á su población, aumenta con lentitud pero sin interrupción. Evidentemente, todas sus rentas, bien ó mal distribuídas por los Estados, vuelven á la circulación, y el trabajo se sostiene y aumenta.
La América del Sur posee escritores y poetas de primer orden, oradores elocuentes y diplomáticos versados en el derecho de gentes, de una habilidad y de una lucidez incontestables. La deuda de todas las repúblicas juntas no es para imponer miedo á ningún hacendista, y todo el mundo tiene la convicción, tanto en Europa como en América, de que para enjugarla en pocos años, no tanto necesitan los sudamericanos de un largo período de paz completa, como de costumbres morigeradas en todos los ramos de la administración.
La ambición vulgar de mando, los compromisos de una política interior bastarda, y el desorden consiguiente en el manejo y empleo de las rentas, son las causas principales del descrédito, exagerado á veces por el interés y por la pasión, que de vez en cuando se une al nombre de algunas de estas repúblicas. Su escasa población relativamente á la extensión de sus vastísimas comarcas, y la índole, los hábitos y la poca instrucción en los ramos más útiles del trabajo, que caracterizan á la gran mayoría de sus inmigrantes, agravan un tanto la situación. Mas, todos estos inconvenientes carecen de raíces profundas. La gran crisis de la libertad está consumada; las costumbres de la vida pública penetran en el corazón del pueblo, los soldados indomables de la independencia, abrumados por la edad, bajan al sepulcro ó abandonan con las esperanzas de sus ambiciones las riendas del Gobierno. Las nuevas generaciones, más ilustradas y menos avezadas á la vida de los campamentos, buscarán nuevas soluciones á las dificultades de la política, y asentarán el porvenir de la patria americana en la instrucción de las masas, en la actividad del trabajo, en las luchas viriles é inteligentes de la opinión, asegurando así la paz y la prosperidad interior. Acaso á fines del presente siglo, los hechos infecundos y dramáticos de sus guerras intestinas, pertenecerán á la leyenda, como los hechos de su gran transformación se inscribirán definitivamente en la historia. Á juzgar por la fuerza expansiva de la democracia, y por la manera con que ya en nuestros días se entiende y se practica la Federación de los pueblos, no nos parece temeridad pensar que para aquella época no haya en todo el vasto Continente más que una sola, grande, libre y poderosa nación.
MANUEL A. ALONSO
Nació en Caguas durante el año 1823.
Cursó la